jueves, 8 de junio de 2023

¡LUCHA POR TUS HIJOS!

Del Diario Online, Adelante España, ve este extracto que, sobre la “nueva” educación de los hijos, escribe la escritora Alicia Beatriz Montes Ferrer.

La ideología de género no es sólo de católicos, hay padres ateos que tampoco aceptan que estén inmiscuyéndose en el terreno educativo con sus hijos en cuestiones tan sensibles y personales. Para los católicos es un grave atentado contra nuestra fe por lo que estamos llamados a defender a nuestros hijos de este adoctrinamiento. La educación de los hijos es nuestra responsabilidad y no podemos mirar hacia otro lado.

 

No sé qué hace falta que ocurra para que los padres despierten y se levanten de su cotidiana vida en la que parece que les importa más que el hijo esté cubierto de cosas materiales dejando al margen su interioridad. Hay chavales que no aceptan su físico, o su forma de ser, o sus circunstancias familiares, pero en lugar de recibir ayuda, solo encuentran desprecio. Si a esto sumamos la información que les llega por las redes sociales, la televisión y el centro escolar sobre el género, le están sirviendo en bandeja la solución a su angustia interior. Se encuentran rodeados de lobos sin nadie que les ayude a salir de esa situación.

 

¿A qué se debe el silencio abrumador de nuestra sociedad? ¿Acaso no observamos cómo están atentando contra la vida de los más indefensos? El vaciamiento de una conciencia moral recta, de principios estables y fundamentales para la vida que percibo a mi alrededor, considero la causa más directa. Vivimos en una sociedad enferma que solo vive encerrada en sí misma, en su propio bienestar, sin importarle lo más mínimo los demás, so pena por algún interés personal.

 

Han despojado de alma a millones de personas que viven presas de la búsqueda del placer, del dinero y el culto al cuerpo. Creyéndose libres viven más esclavizados que nunca. Les han arrancado la verdad, les han convertido en fieles y dóciles esclavos que aplauden las medidas progresistas de unos déspotas sin escrúpulos, que les entierran a ellos, y a toda la sociedad, en un océano de mentiras.


La hipersexualización desde edades tan tempranas está llevando a una sociedad que todo lo pase por la bragueta, a que la pornografía sea el rato de relax de miles de adolescentes y a que el aborto sea el método anticonceptivo de los adolescentes que juegan a tener sexo con el riesgo de poder ser padres a esas edades.


La Constitución Española ampara a los padres contra las mentiras que se les explican a los niños mediante la ideología de género. No es el único documento que puede ayudar a luchar en esta batalla en defensa de los menores. También el art. 26.3 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, el art. 18.4 del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, el art. 2 del Protocolo Adicional Nº1 del Convenio Europeo de Derechos Humanos y el art. 14 de la Carta de Derechos tienen efectos jurídicos directos y superiores a la legislación ordinaria en España.


Hay modos que en el centro escolar se imparte la visión distorsionada del sexo mediante la idea del género, enseñando a los alumnos el poder elegir a ser niña o niño y a practicar el sexo consigo mismo, con otro sexo, o con personas de su mismo sexo.


Sea como sea, a esto hay que negarse; hay que ir al centro y mostrar el rechazo y denunciarlo si hace falta, porque por un hijo, un padre hace lo imposible. Padres, no tengáis miedo a dar el paso firme en contra la dignidad de estos niños, aún inocentes, que quedarán dañados de por vida si no evitáis esta intromisión ideológica.


La libertad de pensamiento, de conciencia y de religión, así como la de expresión, debe de estar amparada. Los católicos pedimos libertad para poder expresar nuestras creencias religiosas, filosóficas y políticas sin miedo a ser demandados o censurados. No podemos rendirnos ante los tribunales o la opinión pública. ¡Lucha por tus hijos!”

Alicia Beatriz Montes Ferrer

Máster en Ciencias para la Familia

                                                                                                              Orientadora Familiar 


miércoles, 24 de mayo de 2023

CUARENTA DÍAS

Mateo, Marcos, Lucas y Juan ponen el punto final de sus evangelios refiriéndose a la Resurrección de Jesús. De los siguientes cuarenta días que permaneció resucitado en este mundo hasta su Ascensión, sus apariciones, las instrucciones a los discípulos y la promesa de la donación del Espíritu Santo, se tiene noticia por el final del Evangelio de Lucas, el principio del Libro de los Hechos de los Apóstoles, -atribuido a Lucas, cuya composición se sitúa en el último tercio del siglo I-, y por la primera carta de san Pablo a los Corintios.

En el “primer día de la semana”, domingo de Resurrección, los episodios se sucedieron de esta manera: En la cuarta vigilia, con el alborear el nuevo día, un ángel del Señor corrió la piedra del Sepulcro. María Magdalena con María, madre de Santiago el Menor, Salomé y Juana, subieron y lo encontraron vacío. El ángel al verlas les dijo “No temáis, ¡Jesús ha resucitado y va a ir a Galilea. Allí lo veréis”. (Mt 28,5-7). Reaccionó la de Magdala y bajó a dar la noticia a los discípulos. Como no la creyeron, salieron Pedro y Juan a prisa hacia el Sepulcro, entraron y vieron “los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en sitio aparte”. (Jn.20,1-8) Volvieron con los demás, y en un ambiente de temor e incertidumbre se encerraron en una casa, aunque algunos abandonaron. 

María Magdalena, perdida toda esperanza, volvió al monte en busca de respuesta. Mediada la mañana, posiblemente a la hora sexta, se sentó en una roca llorando y oyó: “Mujer, ¿por qué lloras?”. Atinó a pronunciar unas palabras y de nuevo oyó: “¡María!”. Reconoció a Jesús y cayó de rodillas, pero no se acercó a Él.

Transcurrió el día y, al caer la tarde, Jesús se apareció a dos que regresaban a Emaús. Cleofás y otro, ambos discípulos, descorazonados y hartos de esperar en vano, volvían a su aldea. En el camino con Jesús, a quien no reconocieron, demostraron no saber la Escritura ni haber atendido lo que Él predijo sobre sus padecimientos y su Resurrección. El diálogo les devolvió el ánimo y lo invitaron a cenar juntos, momento que se les abrieron los ojos y lo reconocieron al bendecir y partir el pan.

Los apóstoles, encerrados con otros, tuvieron noticias de Jesús Resucitado por María Magdalena; por Pedro y Juan que habían visto el sepulcro vacío; y por los de Emaús. La incertidumbre inicial fue disipándose hasta que en la segunda vigilia los temores desaparecieron al presentarse Jesús en medio de todos y saludarles: “Paz a vosotros”, mostrándoles sus manos y sus pies para que vieran que era una persona real. Así fue el día primero de los cuarenta que mediaron entre la Resurrección y la Ascensión.

Ausente el apóstol Tomás en esa primera aparición, se mostró desconfiado si no veía las heridas de Jesús, y ocho días después Jesús se apareció en el mismo lugar y lo retó a que metiese su dedo en las llagas de las manos y del costado. Tomás rendido, creyó y exclamó: “¡Señor mío, y Dios mío!”

Todo esto sucedió en Jerusalén. Días después, tal vez ocho o diez, atendiendo las instrucciones de Jesús, los discípulos marcharían a Galilea, aunque el evangelista solo cita a Pedro, Tomás, Natanael, el de Caná, Santiago, Juan y dos más que podían ser Andrés y Felipe. En Galilea, Pedro tomó la iniciativa y una noche salieron a pescar en el mar de Tiberiades con resultado infructuoso. Mientras arribaban a la playa, uno desde la orilla les indicó cómo pescar y consiguieron llenar las redes. Entonces Juan reconoció que el de la orilla era Jesús y se lo dijo a Pedro.

Con pan y varios peces que Jesús preparó en unas brasas, los invitó a comer. La luz de la mañana propició la tercera vez que se manifestó a los discípulos.

Sobre la Resurrección de Jesús el papa Benedicto XVI escribe:Los evangelios no explican la Resurrección porque escapa a la comprensión humana: es un proceso entre el Padre y el Hijo. Jesús resucitó a la Vida eterna en la inmensidad de Dios. Se aparece a los discípulos y habla y come con ellos; no es espíritu ni un fantasma. Su cuerpo glorioso no está sujeto a las leyes del espacio-tiempo; la materia queda subordinada al espíritu”.

Epilogo. El Libro de los Hechos de los Apóstoles narra escuetamente que Jesús Resucitado se apareció a sus apóstoles durante cuarenta días para darles pruebas de que estaba vivo y hablarles del reino de Dios. Cabe suponer que se les apareció varias veces en Galilea y en Jerusalén a donde volvieron antes de terminar la cuarentena, para recibir el Espíritu Santo: “No os alejéis de Jerusalén y aguardad a que se cumpla la promesa del Padre”, les había dicho Jesús.

En su primera carta a los Corintios, san Pablo apunta que “Jesús resucitó según las Escrituras, se apareció a Pedro y más tarde a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, y luego a Santiago y a todos los apóstoles”.

Ningún pasaje evangélico indica que Jesús Resucitado se encontrara con María, su Madre. Ella aparece por última vez al pie de la cruz con Juan y otras mujeres. Si por designio divino, de Ella nació Jesús y fue testigo de su muerte en la cruz. ¿Cómo no creer que fuese testigo de su Resurrección? La Beata Ana Catalina Emmerich revela que el cuerpo glorioso de Jesús se apareció a su Madre: “Cuando se acabó el sábado, Juan entró donde las santas mujeres y las consoló. La Virgen María estaba sentada en oración, llena de anhelo de Jesús. Un ángel se acercó a Ella para decirle que saliera porque se acercaba el Señor. El corazón de María desbordó de gozo; se envolvió en su manto y salió sin decir nada a nadie. Volvió muy confortada”.

José Giménez Soria


martes, 2 de mayo de 2023

BIENAVENTURANZAS

El papa Francisco nos recuerda que «Jesús explicó con toda sencillez qué es ser santos, y lo hizo cuando nos dejó las bienaventuranzas» (Mt 5,3-12; Lc 6,20-23). «Son como el carné de identidad del cristiano». Es precisamente que sea en la solemnidad de Todos los Santos cuando leemos el fragmento evangélico de Mt 5, 3-12, siendo invitados por el Señor a seguirlo siempre, con alegría, por el camino de las bienaventuranzas.

Las bienaventuranzas –dulces felicitaciones del Señor– tienen el perfume de la alabanza, del hablar bien, del reconocer el carácter positivo de las situaciones aparentemente más ásperas y difíciles.

Las bienaventuranzas son un canto a las personas que son consideradas bendecidas por Dios. Hay un matiz, por lo tanto, de perennidad y de arraigo. No se trata de una alegría o felicidad pasajera ni efímera: es una felicidad y una alegría para siempre. Es aquella que todos soñamos tener. La alegría y bienaventuranza de la que nos habla Jesús no es la alegría provocada por las circunstancias favorables o por un carácter optimista. Es la alegría que nace del corazón de quien alaba al Señor porque vive la alegría de ser suyo, todo suyo. Ahora bien, Jesús nos enseña que esta felicidad y gozo eterno se alcanzan por un camino paradójico, el de la abnegación y el de la aniquilación. Cuanto más nos desdibujamos nosotros, cuanto más nos rebajamos, cuanto más dejamos de ser «autorreferenciales», como diría el papa Francisco, más dibujamos el rostro de Dios y somos más transparencia del rostro de Dios.

«Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes», dice Santa María de Nazaret magnificando a su Señor. «Todo aquel que se humilla será enaltecido», dice Jesús, siguiendo la enseñanza de su Madre. Las bienaventuranzas son para nosotros el mejor retrato de todos los santos y santas, el mejor retrato de la bienaventurada Virgen María y el mejor retrato que tenemos del rostro de Jesucristo.

Jesús puede proclamar las bienaventuranzas porque Él fue el primer bienaventurado.

Jesús nació pobre y murió pobre: no tenía ni dónde reclinar la cabeza.

Jesús fue bienaventurado porque estuvo de duelo por la muerte de Juan Bautista, su precursor, y porque hizo suyo el dolor de Jairo y de la viuda de Naín.

Jesús fue bienaventurado porque fue humilde e invitó a aprender de esta humildad, de esta mansedumbre, para encontrar el reposo.

Jesús fue bienaventurado porque el hambre y la sed de justicia le llevaron a expulsar a los mercaderes del Templo.

Jesús fue bienaventurado porque se compadeció de los leprosos, del ciego de nacimiento, de la mujer encorvada, de la hija de la siro-fenicia.

Jesús fue bienaventurado porque lo ofendieron, lo persiguieron, lo calumniaron y lo clavaron en la cruz.

Jesús, en fin, fue bienaventurado, porque ya resucitado de entre los muertos se apareció en son de paz a los apóstoles en el cenáculo. Jesús fue bienaventurado, sí.

Y nosotros, su cuerpo, que es la Iglesia, ¿podemos decir que somos también bienaventurados?

Finalmente, no es extraño que «el gran protocolo» sobre el que seremos juzgados es el capítulo 25 de San Mateo (vv. 31-46), donde «Jesús vuelve a detenerse en una de estas bienaventuranzas, la que declara felices los misericordiosos».

Con la humildad de saber que nuestra fuerza mayor es la fuerza del Señor misericordioso, con la esperanza puesta en Aquel que sabemos que nos ama, nos atrevemos a afirmar que el mejor retrato de su rostro amable y misericordioso es la comunidad cristiana. Quiera Dios que en la gran comunidad de las parroquias, comunidades, asociaciones, movimientos y entidades eclesiales, todos puedan descubrir el Amor que viene de lo alto, los rasgos del Señor, rostro de la misericordia.

Sergio Gordo Rodríguez

Obispo auxiliar de Barcelona

sábado, 15 de abril de 2023

¡VEN, SEÑOR JESÚS!

El Viernes Santo, 7 de abril de 2023, el Papa Francisco presidió la Celebración de la Pasión del Señor en San Pedro del Vaticano. La homilía corrió a cargo del Predicador de la Casa Pontificia, el Cardenal Raniero Cantalamessa. 

 

Desde hace dos mil años, -empezó diciendo- la Iglesia celebra en este día, la muerte del Hijo de Dios en la cruz. En la Misa, después de la consagración, repetimos: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús”! 

 

Otra muerte de Dios ha sido proclamada durante más de un siglo en nuestro occidente descristianizado. En el ámbito de la cultura, se habla de la "muerte de Dios", y algunos teólogos se apresuraron a construir una teología: "La teología de la muerte de Dios". No podemos desconocer la existencia de esta muerte diferente de Dios que ha encontrado su expresión en la proclama que Nietzsche pone en boca del "hombre loco" que llega sin aliento a la plaza de la ciudad: ¿A dónde se ha ido Dios?

 

Como creyentes, es nuestro deber mostrar lo que hay detrás o debajo de esa proclamación. Hay el brillo de una llama antigua, la repentina erupción de un volcán activo desde el principio del mundo. El drama humano tuvo su "prólogo en el cielo", en ese "espíritu de negación" que no aceptaba existir en la gracia de otro. Desde entonces, ha estado reclutando seguidores, empezando por los ingenuos Adán y Eva: “Seréis como dioses, conocedores del bien y del mal” (Gen 3,5). 

 

Para el hombre moderno, todo esto no parece más que un mito etiológico para explicar la existencia del mal en el mundo. Y ¡así es en realidad! Pero la historia, la literatura y nuestra propia experiencia personal nos dicen que detrás de este "mito" hay una verdad trascendente que ninguna narración histórica o razonamiento filosófico podría transmitirnos. 

 

Dios conoce nuestro orgullo y ha venido a nuestro encuentro. Él se ha “aniquilado” primero delante de nuestros ojos. De hecho, Cristo Jesús, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres. Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. (Fil 2, 6-8). 

 

"¿Dios? ¡Fuimos nosotros quienes lo matamos: tú y yo!”: grita “el hombre loco”. Esta cosa terrible en realidad sucedió una vez en la historia humana, pero en un sentido muy diferente de lo que él entendía. 

 

Porque es verdad: ¡fuimos nosotros, vosotros y yo, quienes matamos a Jesús de Nazaret! El murió por nuestros pecados y por los del mundo entero (Jn.2,2). Pero su resurrección nos asegura que este camino no conduce a la derrota, sino que, gracias a nuestro arrepentimiento, conduce a esa "apoteosis de la vida", buscada en vano por otros caminos. 

 

¿Por qué hablar de esto en una liturgia de Viernes Santo? No es para convencer a los ateos de que Dios no está muerto. Los más famosos entre ellos lo descubrieron por su cuenta, en el momento en que cerraron los ojos a la luz -de hecho, a la oscuridad- de este mundo.

 

En cuanto a aquellos que todavía están entre nosotros, se necesitan otros medios que las palabras de un pobre predicador. Medios que el Señor no fallará otorgar a los que tienen el corazón abierto a la verdad, como le pediremos a Dios en la oración universal que va a seguir en nuestra liturgia. 

 

No, el verdadero motivo es otro; es para evitar que los creyentes, quién sabe, tal vez solo unos pocos estudiantes universitarios, sean arrastrados a este vórtice del nihilismo que es el verdadero "agujero negro” del universo espiritual. El intento es de hacer resonar entre nosotros la exhortación siempre actual de Dante Alighieri: 

 

Sed, oh cristianos, en moveros más graves. No seáis como pluma a todo viento y no penséis que cada agua os lave.

 

Sigamos pues, repitiendo agradecidos y más convencidos que nunca, las palabras que proclamamos en cada Misa: 

Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. 

¡Ven, Señor Jesús! 

 

Cardenal Raniero Cantalamessa

jueves, 6 de abril de 2023

LO QUE HAS DE HACER, HAZLO PRONTO

Todo son palabras veladas, como si Jesús no quisiera perjudicar a Judas:

 los demás no entienden lo que está pasando.

Hijo del trueno. El tiempo santo es propicio para dar un remojón a las raíces del alma y escribir unos renglones para contar algún tejemaneje de Dios.

Me planto en el Jueves Santo de la mano de Juan, el “hijo del trueno” por su fervor ardiente, aspirante a un sitio en el reino, teólogo y evangelista, que en la cena de la Pascua indicó a Pedro la congoja del Señor. ¿Traiciones, negaciones?

Siglos antes Jesús Ben Sirá había urdido esta sentencia:  

«Hijo, si te acercas a servir al Señor, prepárate para la prueba.

Endereza tu corazón, mantente firme, y no te angusties

         en tiempo de adversidad.

Pégate a él y no te separes, para que al final seas enaltecido.

Todo lo que te sobrevenga, acéptalo, y se paciente

en la adversidad y en la humillación.

Porque en el fuego se prueba el oro y los que agradan al Señor

en el horno de la humillación». (Eclo. 2,1-5)

Tras un largo coloquio con visos de despedida el Señor los preparó para la prueba. Predijo la traición de Judas y las negaciones de Pedro, pero viéndolos pesarosos, quitó hierro a sus palabras hablándoles de su Padre, de moradas, de futuro...para que luego ellos siguieran el curso de la historia cuyo rumbo les había trazado. «Lo que pidáis algo en mi nombre, yo lo haré», les dijo para tranquilizarlos.

El pan. Judas Iscariote ni se inmutó. Era uno de los Doce, escogido con la misma libertad y confianza que a los otros, ecónomo del grupo, pero algo le roía en su interior. Oyó al Señor: «Uno de vosotros me va a entregar», sin revelar su nombre ni señalarlo. Le sorprendió que le ofreciese un poco de pan y se estremeció porque captó que lo invitaba a rectificar. De poco le sirvió el gesto amistoso de Jesús que procuró no forzar su libertad. Tan mala fue la reacción de Judas, que Juan lo anotó así: “Entró en él Satanás”, sin otros añadidos porque fue difícil entender su comportamiento. Judas no estaba preparado para la prueba. Los demás se miraban unos a otros algo agitados sin saber nada y con una curiosidad no resuelta.

Ya era de noche… El Señor, turbado, vio inútil prolongar la situación y dijo a Judas: «Lo que has de hacer, hazlo pronto». Ninguno de los discípulos se dio cuenta de por qué le dijo esto, pero el Maestro sabedor de que se acercaba su hora le apremió, «Judas tomó el pan y salió enseguida; era de noche». “Salió para entrar en la noche; se marchó de la luz a la oscuridad; se apoderó de él, el poder de las tinieblas”, escribe Benedicto XVI.

Y continúa Jesús Ben Sirá: 

«¡Ay del corazón cobarde, de las manos inertes,

 y del pecador que va por dos caminos!

¡Ay del corazón desfallecido que no tiene fe,

 porque no será protegido!

¡Ay de vosotros los que habéis perdido la esperanza

 y habéis abandonado las vías rectas, desviándoos a las torcidas!

¿Qué haréis cuando el Señor venga a visitaros?

Caigamos en manos del Señor y no en manos de los humanos,

 pues su misericordia es como su grandeza» (Eclo. 2,12-14.18)

Despejado el ambiente cuando Judas salió, Jesús dijo: «Ahora es glorificado el Hijo del hombre y Dios es glorificado con él», manifestando con ello la Gloria de Dios con la muerte y el triunfo de su Hijo.

Judas prefirió la gloria de los hombres a la gloria de Dios. Si bien hizo un amago de arrepentimiento devolviendo el dinero de la traición al enterarse de la condena del Señor, sus horas finales fueron desesperantes para la oscuridad de su alma. 

                                                                                                                 José Giménez Soria

miércoles, 22 de marzo de 2023

EN EL MONTE TABOR

En el “retiro” en el monte Tabor, Jesús llevó consigo a tres discípulos, elegidos para ser testigos de un acontecimiento único. Quiso que esa experiencia de gracia no fuera solitaria, sino compartida, como lo es, al fin y al cabo, toda nuestra vida de fe. A Jesús hemos de seguirlo juntos. Y juntos, como Iglesia peregrina en el tiempo, vivimos el año litúrgico y, en él, la Cuaresma, caminando con los que el Señor ha puesto a nuestro lado como compañeros de viaje. Análogamente al ascenso de Jesús y sus discípulos al monte Tabor, podemos afirmar que nuestro camino cuaresmal es “sinodal”, porque lo hacemos juntos por la misma senda, discípulos del único Maestro. Sabemos, de hecho, que Él mismo es el Camino y, por eso, tanto en el itinerario litúrgico como en el del Sínodo, la Iglesia no hace sino entrar cada vez más plena y profundamente en el misterio de Cristo Salvador.

Y llegamos al momento culminante. Dice el Evangelio que Jesús «se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz» (Mt 17,2). Aquí está la “cumbre”, la meta del camino. Al final de la subida, mientras estaban en lo alto del monte con Jesús, a los tres discípulos se les concedió la gracia de verle en su gloria, resplandeciente de luz sobrenatural. Una luz que no procedía del exterior, sino que se irradiaba de Él mismo. La belleza divina de esta visión fue incomparablemente mayor que cualquier esfuerzo que los discípulos hubieran podido hacer para subir al Tabor. Como en cualquier excursión exigente de montaña, a medida que se asciende es necesario mantener la mirada fija en el sendero; pero el maravilloso panorama que se revela al final sorprende y hace que valga la pena. También el proceso sinodal parece a menudo un camino arduo, lo que a veces nos puede desalentar. Pero lo que nos espera al final es sin duda algo maravilloso y sorprendente, que nos ayudará a comprender mejor la voluntad de Dios y nuestra misión al servicio de su Reino. La experiencia de los discípulos en el monte Tabor se enriqueció aún más cuando, junto a Jesús.

Papa Francisco
Del Mensaje de Cuaresma 2023

viernes, 3 de marzo de 2023

ESTAMOS EN CUARESMA

La Cuaresma va mucho más allá de los ayunos y abstinencias, que además no debemos evitar. La Cuaresma, como lo que tiene que ver con el espíritu, es un asunto relacionado con la voluntad y la intención, o sea con la actitud interior. «Rasgad los corazones, no las vestiduras» (Jl.2,13).

 

La Cuaresma no se vive en soledad, aunque se busque el silencio interior. La Cuaresma es un acto de reflexión que nos debe llevar a la conversión personal. Ya escribí hace un año que: «Si la actividad de los cofrades no provoca un cambio en su vida ordinaria (familiar, social, laboral…), pienso que no han comprendido la trascendencia de lo que hacen».

 

La conversión está dirigida a la luz de la cruz por medio de la oración, la limosna y la penitencia. La penitencia tiene su más expresiva forma en la confesión. El mandamiento de la Iglesia: «Comulgar y confesar por Pascua», puede que alguno piense que es solo para los que quieran. La confesión, al menos una vez al año, es recomendable y una necesidad para un cristiano que desee sinceramente la conversión.

 

Hoy la Iglesia, la Esposa de Cristo, está siendo mal tratada, mal querida, mal atendida. Una forma santificante de vivir la Cuaresma y dar sentido a los sacrificios - ¡qué no son tantos! - es ponerlos en manos de Dios para que Él haga lo que considere con la Iglesia, los hijos, la familia o los amigos… Lo que hagamos por los demás tendrá su ciento por uno… ¡y la vida eterna!, si lo hacemos con esa intención. No comer carne los viernes y ayunar el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo, es un acto de trascendencia que debemos dirigir a Dios y Él hará lo más conveniente.

 

El objetivo de la Cuaresma es la preparación interior, la conversión. Nos conduce a algo grande como es la Resurrección que dará sentido a nuestra vocación cristiana, porque sin ella el resto sería vano, como dice san Pablo. También la Cuaresma es parte de la liturgia enraizada en el pueblo cristiano que vive en la preparación de las procesiones con el juicio de Pilato o escenificando la Crucifixión. No se trata de actos litúrgicos sino de tradiciones que no obligan a los cristianos a asistir, y si lo hacen son movidos por la piedad. Sí hay actos obligatorios como ayunar y abstenerse de comer carne el Miércoles de Ceniza o el Viernes Santo, y la abstinencia de comer carne los viernes de Cuaresma.

 

Aunque no son de precepto, y no son obligatorios, conviene asistir a los Santos Oficios del Jueves Santo y el Viernes Santo, los días del Triduo Pascual que conmemoran la litúrgica de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. Tampoco es obligada la Vigilia Pascual.

 

Otras tradiciones, como cubrir los crucifijos y las imágenes con una tela morada en señal de duelo o penitencia lo explica el padre Jesús Aguilar, de la Archidiócesis de México. «La idea es que nada distraiga al cristiano en su proceso de conversión. Así podrá descubrir con mayor profundidad el amor de Dios a través de su Hijo Jesucristo.  De hecho, durante la celebración del Viernes Santo por la tarde se va descubriendo poco a poco la imagen de Cristo crucificado, hasta dejarla totalmente visible». Antes era algo tan extendido que parecía obligatorio, pero ahora solo lo hacen las parroquias que siguen la tradición.

 

Humberto Pérez Tomé
Hispanidad 26-02-2023

sábado, 25 de febrero de 2023

LOS APOSTOLES II

También estos otros apóstoles difundieron el mensaje de salvación confiados en que el Señor les había dicho: “Estaré con vosotros todos los días, hasta el fin de los tiempos”.

Tomás. Llamado Dídimo o el Mellizo, era judío y pescador. Se hizo célebre por ser un incrédulo de la resurrección. Su frase: “Si no veo la señal de los clavos en sus manos, si no meto la mano en su costado, no creo”, fue síntoma de su falta de fe en que Jesús había resucitado. Ocho días después se apareció de nuevo Jesús, le invitó a poner sus manos en su costado y entonces le aseguró convencido: “Señor mío, y Dios mío”. Mucho antes, cuando Jesús quiso ver a Lázaro ya muerto y los demás se resistían, él los animó a acompañarlo. Siempre dispuesto a seguir el camino de Jesús, evangelizó en Siria, en Babilonia, en China y en India donde murió atravesado por una lanza en el año 72 d. C.

Mateo o Leví. Era publicano y recaudador de impuestos en Cafarnaúm, delegado por Herodes. Se supone que habría oído hablar de Jesús y de sus milagros. Cierto día que Jesús curó un paralitico de camino hacia la orilla del mar de Tiberiades, al pasar por delante de su oficina, se le acercó y le dijo: “¡Sígueme!”. Muy resolutivo, se puso en pie, dejó la recaudación y se fue tras Él. Como muestra de agradecimiento, invitó a Jesús y a los demás a un convite con otros republicanos, y los escribas y fariseos murmuraban: “¿Por qué come con publicanos y pecadores?”. La respuesta de Jesús fue esta: “No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”.

Mateo evangelizó primero en Judea y luego en Etiopía, Persia y Antioquía. No hay noticia clara de su muerte. Suyo es el primer Evangelio del Nuevo Testamento.

Santiago, hijo de Alfeo y de María, tenía cierto parentesco con Jesús. En Nazaret decían que era hermano del hijo de José el carpintero. Se le identifica como Santiago el Menor. Gozaba de gran autoridad y fue maestro en la Asamblea de Jerusalén. Habló en el concilio de Jerusalén y fue el primer obispo de esta ciudad, donde conoció a san Pablo. Es el autor de la carta que lleva su nombre, dirigida a las doce tribus de la diáspora, es decir a todo el pueblo de Israel disperso por diversas regiones.

 

Mientras predicaba el Evangelio en lo alto del Templo, los fariseos y escribas enfurecidos lo empujaron, pero no murió al caer. Lo apedrearon mientras rezaba de rodillas y lo golpearon en la cabeza con una maza.

 Tadeo, o Judas Tadeo, aparece el último de los doce Apóstoles. En la Ultima Cena se atrevió a preguntar a Jesús: “¿Por qué te revelas a nosotros y no al mundo?” a lo que Jesús le respondió que ellos lo amaban y guardaban su palabra, razón más que suficiente. Se le atribuye la Carta de Judas, dirigida a los cristianos que se desviaban de la doctrina advirtiéndoles del peligro que supone para la fe. Se cree que evangelizó en Turquía, Arabia, Mesopotamia y Persia, y murió apedreado.

Su carta es una invitación a conservar la pureza de la fe y termina así: “Al Dios único, nuestro Salvador, por medio de Jesucristo, nuestro Señor, sea la gloria y majestad, el poder y la soberanía desde siempre, ahora y por todos los siglos. Amen.”

Simón el Zelote o el Cananeo. Mateo lo llama Simón el de Caná. Es el apóstol del que se tienen menos noticias. El sobrenombre le vino por pertenecer al grupo de celosos que defendían a los sacerdotes del templo, y poco más. Esta es una virtud que poseen los hombres que se entregan a Dios. Conoció a Jesús y abrazó su fe con gran fervor hasta el fin de sus días. Pudo evangelizar en Asia Menor y que muriera martirizado, pero la información no es segura.

Judas Iscariote es otro de los más conocidos por su traición a Jesús. Pudo ser oriundo de Kerioth, una ciudad de Judea, y eso lo diferenciaba de los demás que eran galileos. Fue el que llevaba la bolsa del poco dinero del grupo y se beneficiaba de su posición robando monedas. Jesús supo siempre quién era el que lo iba a entregar. “Uno de vosotros es un diablo”, les dijo en una ocasión, y cuando los sumos sacerdotes querían quitárselo de en medio, trataron con Judas que lo entregara a cambio de dinero.

Consumada la traición en el huerto de Getsemaní, y viendo que condenaban a Jesús, se arrepintió, quiso devolver las 30 monedas a los sumos sacerdotes, que rehusaron. Las arrojó en el Templo, se marchó, compró un campo y se ahorcó. Judas fue el primero de los apóstoles en morir.

Hasta aquí los apóstoles elegidos por Jesús en distintos momentos de su vida pública. Después de que fuese elevado al cielo, los once apóstoles volvieron Jerusalén, se reunieron y Pedro habló de que el puesto de Judas debía ser ocupado por otro. De los habituales que los acompañaban, propusieron a José, llamado Bernabé, y a Matías. Imploraron a Dios, y por suerte le tocó a Matías que pronto se entregó a su misión. Primero predicó en Judea, luego en Capadocia y en la costa del mar Caspio. Sufrió persecución de los bárbaros y fue martirizado. Según los griegos, fue crucificado.

Otro que tuvo la condición de apóstol, fue Saulo de Tarso, luego llamado Pablo. Nació en Tarso de Cilicia, actual Turquía, de la tribu de Benjamín. Estudió en Jerusalén en la escuela de Gamaliel, aprendió la Escritura y se hizo fariseo. No conoció a Jesús, pero Dios lo llamó camino de Damasco y se convirtió. Suya es esta frase: “Todo es pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Jesús, mi Señor. Por Él lo perdí todo, y todo lo considero basura con tal de ganar a Jesús y encontrarme con Él”. Con unas alforjas medio vacías viajó por tierra y mar predicando el Evangelio. Por eso fue perseguido, pero apeló a su ciudadanía romana y fue enviado a Roma. Estuvo dos años cautivo, pero fue liberado y siguió su predicación. De nuevo fue apresado en Roma en el 67 en la persecución de Nerón contra los cristianos y fue decapitado. Ha pasado a la historia como el Apóstol de los gentiles. 

JGS

miércoles, 15 de febrero de 2023

LOS APOSTOLES I

Apóstol, derivado del griego apostolos, significa “enviado”. Los apóstoles fueron los doce discípulos enviados por Jesús para predicar el Evangelio por todo el mundo, con esta consigna: “Id y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin de los tiempos” (Mt. 28:19-20​).

Los Doce difundieron el mensaje de salvación que les enseñó Jesús. Algunos fueron perseguidos y padecieron martirio. Los más conocidos son Pedro, su hermano Andrés, Santiago el Mayor y su hermano Juan; y en menor escala Felipe y Bartolomé.

Simón bar Jonás, luego llamado Pedro, nació en Bethsaida, Galilea, junto al mar de Tiberiades. Se estableció en Cafarnaúm, estaba casado, tenía hijos y vivía en casa de su suegra. Era un hombre sencillo, generoso e impulsivo y a veces no comprendía el mensaje de Jesús. Como líder del grupo, hablaba y respondía en nombre de todos. Con Santiago y Juan estuvo con Jesús en la resurrección de la hija de Jairo; en la Transfiguración y en la Agonía en el huerto de Getsemaní.

Fue testigo de la pasión del Señor; aunque el miedo lo acobardó y negó conocer a Jesús. Tras la resurrección fue confirmado como primado de los apóstoles. Empezó su actividad apostólica en Jerusalén, viajó por las ciudades de Lidia, Joppe y Cesárea, y de vuelta a Jerusalén fue apresado por Herodes Agripa I. Liberado de manera milagrosa, marchó a Antioquía y finalmente a Roma donde murió crucificado con su cabeza hacia abajo durante la persecución de Nerón en el año 67. Dejó escrita dos cartas dirigidas a gente humilde de las regiones de Asia Menor

Andrés, hermano de Pedro, era pescador y discípulo de Juan el Bautista a quien oyó decir cuando volvía del desierto: “Este es el Cordero de Dios”, señalando a Jesús que pasaba cerca de ellos. Se convirtió en el primer discípulo de Jesús y al ver a Pedro le dijo: “Hemos encontrado al Mesías”. Fue su primer testimonio sobre Jesús. Presenció la mayoría de sus milagros y aprendió de sus predicaciones. En una ocasión, cerca de la Pascua, viendo al Señor preocupado por dar de comer a la multitud, fue el que descubrió un muchacho con cinco panes de cebada y dos peces, suficientes para multiplicarlos y saciar a la gente.

Después de la Ascensión, el día de Pentecostés, ungido por el Espíritu Santo se dedicó a predicar el evangelio. Según la tradición, Andrés murió en Patras, Grecia, en el año 63 en tiempos de Nerón, atado a una cruz en forma de X y con la cabeza hacia abajo. El gobernador lo mandó arrestar y lo condenó a morir. La cruz en forma de X es conocida como la cruz de San Andrés.

A Santiago y Juan, hijos de Zebedeo y Salomé, también pescadores, Jesús los llamó hijos del trueno, por su fuerte carácter. Santiago, llamado el Mayor, fue de los preferidos por Jesús y muy activo. Con Pedro y Juan estuvo en la Transfiguración del monte Tabor y en la Oración de Jesús en el Huerto de Getsemaní. Su madre pidió a Jesús que en su trono celestial situara a los dos hermanos uno a su derecha y otro a su izquierda, una petición tan vanidosa, que disgustó a los demás. El Señor le contestó con una lección de humildad y Santiago aprendió a ser humilde.

Tras la muerte de Jesús, Santiago formó parte del primer grupo de la Iglesia de Jerusalén. Predicó en los confines de la tierra y San Isidoro de Sevilla dice que “predicó en Hispania”. Arrestado y torturado en el año 42 por orden de Herodes Agripa I, rey de Judea, murió decapitado. Desde el siglo IX se cree que su cuerpo se encuentra en la catedral de Compostela, tal vez fuesen unas reliquias llevadas desde Palestina.

Juan, el discípulo amado, fue de los íntimos de Jesús. Era muy impulsivo, estuvo cerca de Jesús en la última Cena, siguió el proceso de su condena, subió al Calvario con María y fue testigo de su crucifixión y muerte. Estando junto a la cruz Jesús le encomendó a su Madre y él la recibió como algo propio. Cuando oyó a María Magdalena que habían quitado la losa del sepulcro, subió con Pedro, entraron y vieron los lienzos en el suelo y creyeron en la resurrección. Fue perseguido por Domiciano y desterrado en la isla de Patmos por dar testimonio de Jesús. San Jerónimo asegura que luego vivió en Éfeso en compañía de la Virgen María y murió a la edad de 94 años en la época de Trajano. Escribió el cuarto Evangelio, tres cartas y el Apocalipsis. Según san Pablo, Juan, Pedro y Santiago son las columnas de la Iglesia.

Felipe era de Bethsaida. Jesús lo conoció después que a Pedro. “¡Sígueme!”, lo llamó. Conocía las Escrituras y esperaba la venida del Mesías, y al ver en Jesús algo especial, lo siguió. Compartió la noticia con su amigo Natanael: “Hemos visto a Jesús, hijo de José, de Nazaret, del que habló Moisés”. Natanael dudó: “¿De Nazaret puede salir algo bueno?”. De corazón sincero, y algo tímido, Felipe tuvo espíritu misionero; además de compartir con Natanael su encuentro con Jesús, se ofreció llevar a unos griegos que deseaban conocer al Señor, a donde estaba. Predicó en Turquía, pero se ignora cuál fue su destino final.

 Natanael, más conocido como Bartolomé, se extrañó que Jesús, al verlo debajo de una higuera, lo reconociera, despejó sus dudas y le dijo: “Rabí, tú eres el Hijo de Dios, el Rey de Israel”. Para él fue un encuentro imborrable y una sincera confesión de fe, que más tarde lo llevaría al martirio. Predicó en la India y luego fundó la iglesia en Armenia donde proclamó el Evangelio haciendo el bien. Murió decapitado.

JGS

martes, 31 de enero de 2023

BENEDICTO XVI: MI TESTAMENTO ESPIRITUAL

Hace un mes falleció el papa emérito Benedicto XVI. En la memoria permanece el encuentro con los jóvenes en la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid de 2011, durante el gran Vía Crucis con Imágenes de Semana Santa. “No os avergoncéis del Señor”, -les dijo- permanecer firmes en la fe y asumir la bella aventura de anunciarla y testimoniarla abiertamente”. Este es su testamento espiritual:

Si en esta hora tardía de mi vida miro hacia atrás, hacia las décadas que he vivido, veo en primer lugar cuántas razones tengo para dar gracias. Ante todo, doy gracias a Dios mismo, dador de todo bien, que me ha dado la vida y me ha guiado en diversos momentos de confusión; siempre me ha levantado cuando empezaba a resbalar y siempre me ha devuelto la luz de su semblante. En retrospectiva, veo y comprendo que incluso los tramos oscuros y agotadores de este camino fueron para mi salvación y que fue en ellos donde Él me guió bien. 

Doy las gracias a mis padres, que me dieron la vida en una época difícil y que, a costa de grandes sacrificios, con su amor prepararon para mí un magnífico hogar que, como una luz clara, ilumina todos mis días hasta el día de hoy. La clara fe de mi padre nos enseñó a nosotros los hijos a creer, y como señal siempre se ha mantenido firme en medio de todos mis logros científicos; la profunda devoción y la gran bondad de mi madre son un legado que nunca podré agradecerle lo suficiente. Mi hermana me ha asistido durante décadas desinteresadamente y con afectuoso cuidado; mi hermano, con la claridad de su juicio, su vigorosa resolución y la serenidad de su corazón, me ha allanado siempre el camino; sin su constante precederme y acompañarme, no habría podido encontrar la senda correcta.

De corazón doy gracias a Dios por los muchos amigos, hombres y mujeres, que siempre ha puesto a mi lado; por los colaboradores en todas las etapas de mi camino; por los profesores y alumnos que me ha dado. Con gratitud los encomiendo todos a Su bondad. Y quiero dar gracias al Señor por mi hermosa patria en los Prealpes bávaros, en la que siempre he visto brillar el esplendor del Creador mismo. Doy las gracias al pueblo de mi patria porque en él he experimentado una y otra vez la belleza de la fe. Rezo para que nuestra tierra siga siendo una tierra de fe y les ruego, queridos compatriotas: no se dejen apartar de la fe. Y, por último, doy gracias a Dios por toda la belleza que he podido experimentar en todas las etapas de mi viaje, pero especialmente en Roma y en Italia, que se ha convertido en mi segunda patria.

A todos aquellos a los que he agraviado de alguna manera, les pido perdón de todo corazón.

Lo que antes dije a mis compatriotas, lo digo ahora a todos los que en la Iglesia han sido confiados a mi servicio: ¡Manténganse firmes en la fe! ¡No se dejen confundir! A menudo parece como si la ciencia -las ciencias naturales, por un lado, y la investigación histórica (especialmente la exégesis de la Sagrada Escritura), por otro- fuera capaz de ofrecer resultados irrefutables en desacuerdo con la fe católica. He vivido las transformaciones de las ciencias naturales desde hace mucho tiempo, y he visto cómo, por el contrario, las aparentes certezas contra la fe se han desvanecido, demostrando no ser ciencia, sino interpretaciones filosóficas que sólo parecen ser competencia de la ciencia. Desde hace sesenta años acompaño el camino de la teología, especialmente de las ciencias bíblicas, y con la sucesión de las diferentes generaciones, he visto derrumbarse tesis que parecían inamovibles y resultar meras hipótesis: la generación liberal (Harnack, Jülicher, etc.), la generación existencialista (Bultmann, etc.), la generación marxista. He visto y veo cómo de la confusión de hipótesis ha surgido y vuelve a surgir lo razonable de la fe. Jesucristo es verdaderamente el camino, la verdad y la vida, y la Iglesia, con todas sus insuficiencias, es verdaderamente su cuerpo.

Por último, pido humildemente: recen por mí, para que el Señor, a pesar de todos mis pecados y defectos, me reciba en la morada eterna. A todos los que me han sido confiados, van mis oraciones de todo corazón, día a día.

Benedicto PP XVI

Documento redactado el 29 de agosto de 2006