El otro día andábamos por las calles de Segovia, disfrutando de esa maravilla de ciudad, esculpida por el hombre para dar gloria a Dios. Como eran fiestas, la alegría se respiraba por doquier.
Una de nuestras paradas fue en la catedral, situada en la plaza mayor, donde el pueblo disfrutaba de una charanga. Pensamos que sería una buena idea entrar a saludar a Aquel en honor de quien se habían levantado los edificios más bellos de la ciudad.
La entrada de la catedral era el lugar más fresco de todo Segovia. Todo nos llevaba a que dentro podríamos tener un rato de oración de lo más agradable. Pero nuestros propósitos se truncaron en el control de acceso, parecido al de un museo o exposición, por que, cuando preguntamos dónde podíamos rezar, nos contestaron sin pudor alguno: «La catedral solo está abierta al turismo». O sea que, para entrar a rezar, teníamos que pagar.
Fue inútil razonar con las chicas del control, la decisión no era suya, se limitaban, muy eficazmente, por cierto, a cumplir órdenes. Nos dijeron que, si queríamos rezar, la catedral estaba abierta a las diez de la mañana, cuando se celebraba la misa.
Salimos a la plaza mayor y nos unimos a la charanga que la Comisión de Fiestas había contratado para que los segovianos y los turistas disfrutaran gratis. Era una fiesta muy animada, con familias, música, cerveza, gente bailando y unos músicos que, a las seis de la tarde, seguían animando a los allí congregados. ¡Qué milagro el de la música, capaz de alegrar el corazón y elevar el alma!
Pero volviendo a lo nuestro, entiendo que la catedral tenga que afrontar unos gastos muy elevados, pero no debería ser a costa del que quiere entrar a rezar un rato. Quizá debiera haber una contraseña para que los católicos de aquí y del otro extremo del mundo pudiéramos entrar gratis, si lo que queremos es rezar. Ni siquiera haría falta poner un rótulo en la puerta. Sería suficiente con no cerrar el paso a los que piden entrar para dicho fin.
Hay que pensar primero en los de casa, y luego salir al encuentro de los demás. Imaginemos una fiesta pensada para los turistas y no para los del lugar. ¡Qué tristeza! Casi tanto como una iglesia abierta solo para el turismo. Algunos parecen haber olvidado que las catedrales se construyeron para dar gloria y culto a Dios.
Jaume Vives
Periodista
Comentario:
Muchas iglesias parecen pasarelas para el curioseo con
chavalas que entran semidesnudas y hombres con bermudas y chanclas, hablando
con el móvil. Falta decoro. En el Pilar de Zaragoza, con entrada libre, todo el
mundo habla alto, riendo, haciendo fotos y con las gorras puestas, como en una
feria.