sábado, 25 de mayo de 2013

FRANCISCO, EL PAPA CERCANO (I)

Los primeros gestos del Papa Francisco fueron muy expresivos y apreciados por las muestras de cercanía y naturalidad que dejó entrever desde que el 13 de marzo de 2013 salió al balcón de la Plaza de San Pedro para saludar a la multitud que esperaba la fumata blanca del conclave.

Esas muestras de cercanía y naturalidad son cualidades del Papa Francisco desde que empezó como simple sacerdote jesuita allá por 1969 y así se aprecian en los numerosos escritos y libros que hablan de la vida y de la personalidad del pontífice número 266 de Iglesia Católica.

Los párrafos que siguen son el reflejo de esa personalidad, extraídos de un libro escrito por dos periodistas que, en varias entrevistas, mantuvieron una larga conversación con el entonces Cardenal Jorge Bergoglio. En esas entrevistas se revela como un buen pastor cercano a la gente, de gran profundidad intelectual y teológica, enriquecida con un doctorado en la escuela de la vida y del sentido común, y un fino sentido del humor. «Mucha gente dice que cree en Dios, pero no en los curas», se le pregunta. «Y... está bien. Muchos curas no merecemos que crean en nosotros».

El Papa Francisco no es persona de ideologías ni se escandaliza por los pecados de los hombres. El lema de su ministerio es la misericordia, inspirado en el pasaje evangélico que dice que Jesús miró al publicano Mateo con una actitud que podría traducirse como «Lo miró con misericordia, y lo eligió», y así es como explica la llamada de Dios. Él le pidió que mire a los demás con mucha misericordia, sin excluir a nadie, porque todos son elegidos para el amor de Dios.

Con 13 años su padre le dijo que en vacaciones convenía que empezase a trabajar, primero hizo tareas de limpieza, luego administrativas. Más tarde entró en un laboratorio donde trabajaba de 7 hasta las 13 horas, y por la tarde asistía a clase. «Le agradezco tanto a mi padre que me mandara a trabajar porque fue una de las cosas que mejor me hizo en la vida: aprendí lo bueno y lo malo de toda tarea humana». «Tuve una jefa que me enseñó a hacer las cosas bien y la seriedad del trabajo».

A la pregunta de cuál era su experiencia sobre la gente desocupada que durante su vida sacerdotal habría venido a verle, dice: «El trabajo unge la dignidad de la persona. Podemos tener una fortuna, pero si no trabajamos, la dignidad se viene abajo». «El desocupado en sus horas de soledad se siente miserable, porque “no se gana la vida”. Por eso es importante que los gobiernos fomenten una cultura de trabajo, no de dádiva». «Aunque en momentos de crisis haya que recurrir a la dádiva para salir de la emergencia, tienen que fomentar fuentes de trabajo, porque –insiste- el trabajo otorga dignidad».

En el extremo opuesto está el exceso de trabajo, ¿hay que recuperar el sentido del ocio?   «Junto con la cultura del trabajo, tiene que haber una cultura del ocio como gratificación. Una persona que trabaja debe tener tiempo para descansar, para la familia, para disfrutar, hacer deporte, oír música… Pero eso se está perdiendo con la supresión del descanso dominical. La gente trabaja los domingos como consecuencia de la competitividad, y si no hay un descanso reparador, esclaviza, porque no se trabaja por la dignidad sino por la competencia». «A los padres jóvenes pregunto si juegan con sus hijos. Se sorprenden de la pregunta porque nunca se la habían formulado: El sano ocio supone que los padres jueguen con sus hijos los fines de semana, aunque estén vencidos por el cansancio».

Sobre el trabajo hay que referirse a lo que decía el Papa Juan Pablo II en su primera encíclica social, Laborem exercens: «Recordad un principio siempre enseñado por la Iglesia: la prioridad del trabajo frente al capital. El trabajo es siempre una causa eficiente primaria, mientras que el capital, siendo el conjunto de los medios de producción, es sólo un instrumento o la causa instrumental». Cuando esto se olvida se deja al hombre sin dignidad y añade,  «Ante todo, el trabajo está en función del hombre y no el hombre en función del trabajo». También al Papa Benedicto XVI en la encíclica Caritas in veritate de 2009 decía: «Quisiera recordar a todos, en especial a los gobernantes que se ocupan en dar un aspecto renovado al orden económico y social del mundo, que el primer capital que se ha de salvaguardar y valorar es el hombre, la persona en su integridad: Pues –en palabras de Concilio Vaticano II– el hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económico social» No un número, ciertamente.