En el capítulo
II del libro “La infancia de Jesús” el Papa Benedicto XVI hace referencia a
Juan, el conocido como Bautista, distinto del otro Juan, el discípulo amado que
convivió con Jesús durante su vida pública, autor del Cuarto Evangelio e hijo
de Zebedeo. A Juan el Bautista, hijo de Zacarías, la Iglesia le reserva la
fiesta solemne de su nacimiento el 24 de junio, mientras
que la del Evangelista se va al 27 de diciembre.
Juan el Bautista aparece como el hombre que precede a
Cristo, el que va delante de Él a preparar sus caminos y el que anuncia el
perdón de los pecados. Ambos nacieron con una diferencia de meses estando sus
nacimientos relacionados entre sí, como explica el Papa siguiendo a los
evangelistas Mateo y Lucas.
El nacimiento de Juan el Bautista pertenece al entorno de la
Navidad. Fue hijo único de Zacarías e Isabel, que vivían en Ain Karen, a pocos
kilómetros de Jerusalén, en Judea donde reinaba Herodes el Grande. Esta es su
historia.
Zacarías era
un sacerdote del templo de Jerusalén del turno de Abías, casado con una
descendiente de Aarón, Isabel. «Los dos eran justos ante Dios y caminaban sin
falta según los mandamientos del Señor». (Lc 1,5-25). Ambos eran de edad
avanzada y no tenían hijos pues ella era estéril, por lo que rogaban a Dios
para tener descendencia.
Estando de
servicio en el Templo, Zacarías entró en el lugar Santo a la hora del
sacrificio vespertino para ofrecer el incienso según la liturgia, mientras el
pueblo quedaba fuera. El humo del incienso que subía era como una oración: «Suba
mi oración como incienso en tu presencia, el alzar de mis manos como ofrenda de
la tarde», dice el Salmo 141. De pronto se apareció un ángel del Señor a la
derecha del altar que le dijo: «¡No temas, Zacarías! pues tu oración ha sido
escuchada: tu mujer, Isabel, te dará un hijo a quien pondrás por nombre
Juan…será grande ante el Señor, no beberá vino ni licor, convertirá muchos
hijos de Israel al Señor. Irá delante del Señor para atraer los rebeldes a la
sabiduría de los justos». En pocas palabras el ángel anunció a Zacarías la
misión de su hijo.
Al analizar
las palabras del ángel, el Papa considera a Juan como un sacerdote, -pues los
consagrados a Dios no podían “beber vino ni bebida que pudiera embriagar”-, que
llegó con la pujanza de un gran profeta que prepararía al pueblo para la venida
del Señor.
A preguntas de
Zacarías de cómo sería eso si tanto él como su mujer eran de edad avanzada, el
ángel, que se identificó como Gabriel, «el que está delante de Dios», le dijo
que «había sido enviado para darle esta buena noticia», y añadió «Pero te
quedarás mudo hasta que esto suceda porque no has creído mis palabras».
Benedicto XVI
repasa historias similares de niños engendrados por padres estériles que nacieron
por voluntad de Dios. Es el caso de Isaac, hijo de Abraham con noventa y nueve
años y de Sara que tenía noventa, (Gen 17,15-19); o el de Samuel, hijo de
Elcaná y Ana que era estéril, pero imploró y prometió al Señor que le ofrecería
un varón que de ella naciera y así concibió a Samuel. (1Sam 1). Para Dios nada
es imposible.
Cuando el
ángel Gabriel reveló a María que Isabel estaba embarazada de seis meses, fue a
visitarla y se quedó con ella hasta que nació Juan. Seis meses después nació
Jesús no muy lejos de allí, en Belén. Si Isabel y
Ana, la madre de la Virgen, descendientes de Aarón, eran primas hermanas y
María era sobrina de primas hermanas de Isabel, el parentesco de Juan y Jesús
podía ser de tío y sobrino en tercer grado.
Según la ley, Juan fue circuncidado a los ocho días de
nacer y querían llamarlo Zacarías, como su padre, pero Isabel advirtió que
tendría que llamarse Juan. Ante el asombro de los presentes, Zacarías escribió
en una tablilla «Juan es su nombre». En ese momento recuperó el habla y
pronunció el Benedictus, un himno profético que, en uno de sus versículos dice refiriéndose
a Juan: «Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo porque irás delante del
Señor a preparar sus caminos».
De la infancia de Juan nada dicen los evangelios. Aprendería
la Tora en la sinagoga e iría a Jerusalén en la fiesta de Pascua. Lucas solo
dice que «crecía y se fortalecía en el espíritu, y vivía en los desiertos hasta
los días de su manifestación a Israel».Juan empezó a predicar antes que Cristo. Lucas lo describe así: «En el año decimoquinto del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea; Herodes Antipas tetrarca de Galilea y Perea, y su hermano Filipo tetrarca de Iturea y Traconítide…vino la palabra de Dios sobre Juan en el desierto. Y recorrió toda la comarca del Jordán predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados».
Juan fue un predicador vehemente que se vestía con una piel
de camello y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Acudía gente de
Jerusalén a quienes bautizaba en el Jordán. A los fariseos y saduceos les dijo:
«¡Raza de víboras!... haced penitencia; todo árbol que no produzca fruto será
cortado y arrojado al fuego». Al pueblo en general les recomendaba justicia y
caridad: «El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene…no exijáis
más de lo establecido… no hagáis extorsión ni falsas denuncias».
Cuando se extendió su fama, los dirigentes judíos le
preguntaron si era el Mesías, o Elías o algún profeta. Él negó ser alguno de
ellos y fiel a la verdad dejó este testimonio: «Yo os bautizo con agua; pero
viene uno más poderoso que yo a quien no merezco desatar la correa de sus
sandalias, que os bautizará con Espíritu Santo y fuego». Esto pasaba en Betania
a orillas del Jordán.Un día llegó Jesús de Nazaret de Galilea a ser bautizado por Juan. Es posible que esta fuera la primera vez que se vieran, pero Juan lo reconoció: «He visto al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y se posó sobre él… y dije “Este es el que bautiza con Espíritu Santo”. Doy testimonio de que es el Hijo de Dios». Aunque Juan siguió bautizando, desde ese momento su figura se desvanece para dejar paso a la de Jesús el Nazareno.
Un poco más al norte, en Galilea, Herodes Antipas se había casado con Herodías, la mujer de su hermano Filipo, que era mujer ambiciosa. Como Juan le echaba en cara su adulterio, hizo que Herodías indujera a Herodes a darle muerte, pero éste tenía a Juan por un hombre justo y además temía al pueblo que lo veneraba como un profeta. Sin embargo la influencia de los fariseos hizo que Herodes lo encarcelase en la fortaleza de Maqueronte a orillas del mar Muerto. La noticia entristeció a Jesús.
Una fiesta de cumpleaños
de Herodes fue la ocasión de Herodías para castigar a Juan. En la fiesta bailó
Salomé, su hija nacida del matrimonio con Filipo, y tanto agradó a Herodes que
le juró darle lo que le pidiese. Herodías aleccionó a Salomé y ésta pidió la
cabeza de Juan en una bandeja. Herodes ordenó decapitar al Bautista y entregó
la cabeza a Salomé que se la ofreció a su madre. Los discípulos de Juan se
llevaron su cuerpo y le dieron sepultura en la ciudad de Samaria. Luego fueron
a dar cuenta a Jesús que se retiró durante unas horas a un paraje desierto,
pero pronto se vio rodeado de la gente que le seguía y a la que enseñaba. Juan
murió joven cumplida con creces la misión de mensajero del Señor: «Mirad, yo
envío mi mensajero para que prepare el camino ante mí» había profetizado
Malaquías.