viernes, 25 de febrero de 2011

Luz en mi sendero

Lámpara es tu Palabra para mis pasos, luz en mi sendero: así reza el salmo. Se ha presentado recientemente la Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española de la Santa Biblia. El libro no es para especialistas sino para todo el pueblo de Dios. Con este motivo los profesores de Sagrada Escritura don Ignacio Carbajosa y don Luis Sánchez Navarro, de la Facultad de Teología San Dámaso de Madrid, responden a las principales dudas que suelen surgir en un primer acercamiento a la Biblia.

¿Por qué el Dios del Antiguo Testamento es terrible, y el del Nuevo Testamento es más bueno?

Los libros de la Biblia se nos han entregado encuadernados en un solo volumen no por separado. Por eso, es fundamental leerlos de forma canónica: el Antiguo Testamento prepara, espera y desea su cumplimiento en el Nuevo, y éste último desvela lo que en el Antiguo esta como escondido. Así, la imagen de Dios, poco a poco, se va desvelando: la justicia, un atributo divino, se muestra definitivamente en Jesucristo como una justicia fuera de toda medida: misericordia. Pero, además, es que esa misericordia ¡ya estaba anticipada también en el AT! Con amor eterno te quiero, dice el Señor a Israel (Is 54, 8).

¿El Génesis es historia o es un mito? ¿Cómo se concilia con la teoría de la evolución?

Hay que distinguir claramente entre los primeros once capítulos del Génesis (la Creación, Adán y Eva, diluvio, Babel, etc.) y la Historia, que comienza con Abrahán, a partir del capítulo 12. En el primer caso, no se pretende narrar una historia enmarcada dentro de la historia del mundo. Es más, lo que se cuenta no se sitúa espacio-temporalmente. Se trata de relatos, compartidos a veces con otras culturas, que nos dan claves teológicas con las que el Israel salvado por Dios interpreta la creación, el misterio del mal, la relación hombre-mujer, la división entre las naciones, etc. Por eso, es absurda toda polémica con la teoría de la evolución. Con Abrahán, sin embargo, comienza la historia del pueblo elegido.

¿Cómo hizo Matusalén para durar 969 años? ¿Y Noé para meter a todos los animales en el arca?

El árbol genealógico que parte de Adán (Gn 5) está poblado de personajes que vivieron centenares de años. No debemos olvidar que el narrador pretende conectar el inicio de la historia de Israel (Abrahán) con el mismo origen de la Humanidad (Adán), y para ello debe recurrir a una larga lista de nombres que quieren describir sintéticamente las generaciones, repartidas en naciones (Gn 10), que llegan hasta el inicio del segundo milenio. Con esas cifras exageradas se pretende colmar una suma de años, que Israel entiende que debieron ser muchos (conocía bien el pasado milenario de Egipto). Por otro lado, Noé necesariamente tenía que meter en el arca todos los animales que conocemos en la actualidad... porque fueron los que se salvaron. La pregunta sobre el cómo sobra en este tipo de relatos.

Las plagas de Egipto, el paso por el mar Rojo, el maná..., ¿todo eso ocurrió de verdad?

Éstas son cosas que jamás podremos verificar históricamente. Con todo, es necesario entender previamente en qué registro literario se mueve el texto. No es lo mismo el testimonio apostólico de los hechos y dichos de Jesús, escrito por testigos oculares pocos años después, que la memoria épica de un acontecimiento que, sin duda alguna, marcó la historia de Israel: la prodigiosa salida de Egipto, puesta por escrito varios siglos después. Las plagas quieren mostrar la acción poderosa del Señor hacia su pueblo. Sobre el paso del mar Rojo podemos hacer muchas conjeturas..., pero sin un acontecimiento excepcional en la salida de Egipto no se entendería ni la originalidad de Israel ni la mitad de las páginas de la Biblia. Sucedió, y así se nos transmite, aunque el cómo no esté sujeto a nuestra imagen de testimonio histórico.

El que vemos en el Evangelio, ¿es el Jesús que existió de verdad?

Así es. Jesús apareció entre los hombres como uno más, probado en todo como nosotros, menos en el pecado (Hb. 4,15). Pero con sus palabras y acciones manifestó su verdadera identidad: era Hijo de Dios en un sentido superior a cualquier otro hombre. Los cuatro testimonios evangélicos, con sus diferencias –a veces notables– de detalle, conservan fielmente la memoria de quienes lo acompañaron por los caminos de Palestina y fueron testigos de esta revelación. El Jesús terreno, el que existió de verdad, era Mesías e Hijo de Dios: era el Salvador (Lc 2, 11).

¿Cómo leía la Palabra de Dios el mismo Jesucristo?

Como judío piadoso, Jesús había aprendido de sus padres a leer la Escritura con el amor y veneración que a todo israelita le merecía el Libro sagrado. Pero, a la vez, su lectura fue absolutamente única, porque Él sabía que en sí mismo llegaba a su cumplimiento el plan salvador de Dios, y por tanto la vocación de Israel. La historia del pueblo sagrado, las profecías, la sabiduría divina, alcanzan en Él su máxima realización; por eso declaró al comienzo de su ministerio: No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud (Mt 5, 17).

Los milagros que hacía, ¿son un recurso literario para que podamos interpretar en ellos una enseñanza?

Los milagros de Jesús eran verdaderas enseñanzas: curaba a los enfermos para mostrar que Él era la vida; limpiaba a los leprosos para presentarse como aquel que puede limpiar nuestro pecado hasta el fondo; multiplicaba el pan para significar que su Palabra es el alimento capaz de saciar a las multitudes. Pero eso era posible porque sus milagros sucedieron, con esa asombrosa sencillez con que el Padre se hace cercano a los sufrimientos y necesidades de los hombres. Sin la realidad de sus milagros, sería incomprensible la impresión que Jesús causó entre sus contemporáneos.

Los que escribieron los evangelios, ¿conocieron en realidad a Jesús?

Hay que distinguir. Marcos fue colaborador cercano de Pedro y Pablo; y Lucas, compañero de Pablo en sus viajes, investigó además los testimonios orales y escritos a su alcance para componer su evangelio. No conocieron directamente a Jesús, pero bebieron de las mejores fuentes. Mientras, Mateo y Juan, a quienes se remontan los otros dos evangelios, siguieron a Jesús durante su vida terrena y fueron testigos de su resurrección. De modo que, por un cauce o por otro, los cuatro evangelios reflejan la imborrable y duradera impresión que Jesús, terrenal y después resucitado, dejó en sus discípulos.

¿Cómo puede ser que las genealogías de Jesús sean palabra de Dios? ¿Qué nos quieren decir?

Las genealogías de Mateo y Lucas parecen una monótona sucesión de nombres extraños, de los que apenas nos suenan unos pocos. Pero su importancia teológica es grande. Primero: funcionan como una síntesis de la historia de la salvación narrada en el AT, esa historia de la Humanidad y en concreto de Israel que ha culminado en Jesús. Cada nombre está lleno de un denso significado, porque en esa historia se ha manifestado Dios. Pero, además, las genealogías manifiestan el hecho central de nuestra fe: el Hijo de Dios ha tomado una carne como la nuestra, se ha hecho Hijo del hombre.

¿Qué es el Apocalipsis? ¿Qué significa tanto número y tanto símbolo?

El Apocalipsis es el libro de la esperanza cristiana: la historia está regida por Jesucristo, el Cordero que, pese a las pruebas y amenazas, conduce a su Iglesia a la Jerusalén celestial. Bajo un ropaje simbólico que, a veces, desconcierta, esconde una inmensa riqueza de significado. Así, en Ap 5, 6 se describe a Jesús como Cordero (destinado al sacrificio) de pie (lleno de vida), como degollado (que ha sufrido la Pasión), que tiene siete cuernos (plenitud de fuerza) y siete ojos (plenitud del Espíritu). Es Cristo resucitado, capaz de comunicar a sus hermanos el don del Espíritu.

¿Por qué estos libros, y no otros?

Ésta es una pregunta que se hicieron ya las primeras generaciones de cristianos, en lo que podemos llamar el proceso de fijación del canon. La Iglesia afirma que éste es un proceso guiado por el Espíritu, dado que por él se reconocen los libros inspirados. Por lo que respecta al Nuevo Testamento, en la determinación de los libros jugaron un papel fundamental algunos criterios, como la lectura pública en la liturgia de unos libros y no de otros, su relación con un Apóstol, su fecha de composición (dentro del período llamado apostólico) o la ortodoxia de su contenido.

¿Son todas las Biblias iguales? ¿Cuál es la mejor?

Las traducciones de la Biblia se hacen con un objetivo. La recién publicada Biblia de la Conferencia Episcopal Española contiene los textos que leeremos en la liturgia, y será utilizada de forma oficial en la catequesis y en los documentos de la Iglesia española. Otras Biblias, como la de Jerusalén, están más pensadas para el estudio, con una traducción más literal y un buen aparato de notas. En otros casos, prima la calidad literaria de la traducción, como es el caso de la Biblia del Peregrino de L. Alonso Schökel. Normalmente las páginas de presentación de una Biblia nos informan sobre el objetivo último de su traducción.