La soledad, una enfermedad irremediable, un fracaso, un sinvivir, en suma, lleva a algunos -más de la cuenta- al suicidio. Se despachan para el otro mundo burlando toda esperanza de vida. Algo falla. El suicidio es la primera causa de muerte de la llamada generación Z, es decir la de los que tienen entre 15 y 30 años. La misericordia de Dios hará su trabajo y aquí nos quedará un clima de insatisfacción por no remediar una muerte absurda.
Por si no fuera suficiente con esto, se está creando el mito de la “buena muerte” para poner en valor la eutanasia como derecho del ser humano vejestorio, del sufriente, del hundido en la miseria o del que convenga por egoísmos mundanos, y que siente que le estorba la vida. La muerte digna (sic) predomina sobre la muerte en paz y en gracia de Dios.
El tercer punto que orilla la vida es el aborto. Aquí entra la romana por lo mayor, pues cada año se provocan casi 73 millones de abortos en todo el mundo; España roza unos 100.000 abortos anuales. ¡Echen cuentas!
El aborto se justifica como que el feto forma parte del cuerpo de la madre. Esto es más falso de una moneda de tres euros porque el feto es un sujeto alojado en la matriz materna que durante nueve meses es la “morada” que le sirve de cobijo y para su manutención. Ni es un grano ni una verruga, es un ser humano fruto de la unión de un hombre y una mujer, que se va desarrollando a expensa de su madre, como cualquier recién nacido.
Ese ser tiene los mismos derechos en el seno materno que si ya hubiese visto la luz del sol; el aborto no es ningún derecho de la madre por mucho que lo diga el poder público o cualquier bicho viviente. Si el aborto es signo de progreso, estamos creando un mundo sin orden y sin piedad.
Desde el principio de los siglos el mundo se ha esforzado por respetar la vida humana, hasta que se ha enseñoreado la barbarie y se ha perdido la moral cristiana con el señuelo de los derechos humanos. Se ha pasado del respeto a la vida a decir que el aborto “está reclamado por la sociedad” y que es un “derecho de la mujer”. Mentira. ¿En cuánto se cuantifica la sociedad despiadada que lo reclama? ¿Por qué vale más el falso derecho de la mujer que el del hijo no nato? El feto es un ser humano, vivo, irrepetible y singular desde el momento de la concepción, y por tanto titular de un derecho fundamental por sí mismo. La madre y el padre que lo han engendrado tienen la tarea de hacerlo viable. La vida no puede orillarse de cualquier manera, y menos al albur de leyes ignominiosas.
El Obispo de Alicante, Monseñor José Ignacio Munilla alza la voz en contra de la nueva ley del aborto, pues lo que habita en el seno materno "es un ser humano". Está el juramento hipocrático que data del siglo II en el que se obliga a no dar muerte, ni abortivos a las mujeres.
"Hemos pasado del derecho a la obligación", asegura Munilla, y cree que esto es un "pecado de época", "aquel en el que el conjunto de la sociedad sufre una ceguera y no es capaz de ver el pecado", como cuando la humanidad asumió como normal la esclavitud.
El Obispo hace
referencia a noticias y titulares que muestran su preocupación de que Alicante sea
una de las provincias con más médicos objetores: A su juicio, "hemos
pasado del relativismo a la dictadura del relativismo", y esto nos conduce
del "supuesto derecho a matar, a la obligación de colaborar". En esto
no podemos caer, ya que "hay que obedecer a Dios antes que a los
hombres". Nuestra conciencia "debe ser lugar de luz, no de
tinieblas", y llama a la "insumisión ante leyes
inicuas". "El mayor milagro es la vida", es algo grande, y ello
anima a ser constantes, "las grandes batallas, la batalla por la vida,
requiere perseverancia, oración y ayuno".
Casi a la firma de este
suelto leo que un grupo animalista de Nueva York defiende que un paquidermo del
zoo de la ciudad, conocido por Happy, “tiene derecho al reconocimiento y
protección de sus derechos fundamentales”. El grupo acusaba al zoo de detención
ilegal de Happy y exigía al juez su libertad porque “no hay que ser humano para
ser persona en lo legal”. El juez sentenció en contra y alguien opinó que “lo
de Happy es una afrenta a la sociedad civilizada”. (Leer para creer)
José Giménez Soria