Los
hermanos de José con los sacos lleno de trigo, volvieron a Canaán y le contaron
a Jacob lo sucedido. Al oír Jacob que tendrían que volver a Egipto con
Benjamín, exclamó “¡Me vais a dejar sin hijos!”, pero cedió y ordenó preparar
regalos para “aquel hombre” -no sabía que era su hijo José- y así bajaron a
Egipto a comprar trigo y se presentaron a José, se postraron ante él y le
ofrecieron los regalos. Cuando éste vio a Benjamín preguntó: “¿Es éste vuestro
hermano menor?” y “Está bien vuestro anciano padre? ¿Vive aún?”. Contestaron:
“Tu servidor, nuestro padre está bien; vive todavía”. Entonces salió y se puso
a llorar. Al volver ordenó servir la comida que había mandado hacer y todos
sentados por orden desde el primogénito al menor, se miraban asombrados.
Marcharon
de nuevo con los sacos llenos, pero José hizo registrar el saco de Benjamín
donde se encontraba su copa de plata previamente escondida. Fue un ardid para
acusar a Benjamín y retenerlo como esclavo. Los demás se echaron a tierra y
rogaron a José que dejara ir al muchacho porque su padre se hundiría en las
penas del abismo si no volvía con ellos. A cambio Judá se ofreció a quedarse
como su servidor en lugar de Benjamín. José no pudo contenerse y los mandó
salir, entonces rompió a llorar fuerte de modo que los egipcios lo oyeron.
José
de nuevo con sus hermanos dijo: “Yo soy José, ¿vive todavía mi padre?”. Ellos
quedaron perplejos y le oyeron decir: “Acercaos, soy vuestro hermano; no os
pese haberme vendido, porque Dios me envió delante de vosotros para aseguraros
supervivencia en la tierra y salvar vuestras vidas. Id a donde se encuentra mi
padre y bajad con él. Habitará en la tierra de Gosén y estará cerca de mí con
sus hijos y nietos y con todo lo que posea, pues tengo toda autoridad en
Egipto”. Se abrazó a Benjamin y les urgió regresad a Canaán y que volvieran con
su padre y sus familias.
La
noticia de todo esto llegó a oídos del faraón, quien también dijo a José que
sus hermanos cargaran sus asnos, regresaran a su tierra y volvieran que les
daría lo mejor de la tierra de Egipto, y que tomaran carros para transportar
los niños, las mujeres y a su padre. Así lo hicieron los hijos de Jacob y
cuando llegaron le comunicaron que José vivía y gobernaba en todo Egipto. Se le
encogió el corazón y cuando recobró el aliento dijo que iría a verle antes de
morir.
Los
hijos de Jacob montaron a su padre con los niños, las mujeres y todos sus
descendientes en los carros, tomaron el ganado y sus posesiones y emigraron a
Egipto. Al llegar a Gosén Jacob se encontró con José que lo esperaba; ambos se
abrazaron y lloraron. Jacob dijo entonces: “Ahora puedo morir contemplando tu
rostro y ver que vives todavía”.
Jacob,
-Israel- se estableció en Gosén donde adquirió muchas propiedades y fue
fecundo. En Egipto vivió diecisiete años y toda su vida duró ciento cuarenta y
siete años. Viendo cercano el fin de sus días pidió a José que cuando muriese
lo sacara de Egipto y lo enterrara en la sepultura de sus padres.
Al
enfermar Jacob quiso bendecir a los hijos de José Efraín y Manasés y así lo
hizo. Luego llamó a sus doce hijos y les contó lo que les iba a suceder en el
futuro uno a uno. “Dios estará con
vosotros y os llevará de nuevo a la tierra de vuestros padres”, les dijo.
Terminó de darles instrucciones, los bendijo y expiró.
José
habitó en Egipto con la familia de su padre; vivió ciento diez años, edad a la
que murió y fue embalsamado y colocado en un sarcófago en Egipto.
José Gimenez
Soria