Entre los 115 mártires beatificados el 25 de
marzo de 2017 en Aguadulce (Almería) hay una mujer, Emilia Fernández Rodríguez,
conocida como “La canastera” condenada por no desvelar quien le había enseñado
a rezar el rosario.
Nació en Tíjola (Almería) el 13 de abril de
1914 y sus padres, ambos gitanos, la llevaron a bautizar en la Iglesia local de
Santa María. Siguiendo las costumbres de su raza le enseñaron a confeccionar
canastos de esparto para ganarse el sustento y de ahí le vino el mote.
Se enamoró de otro gitano, Juan Cortés
Cortés, pero no pudieron casarse hasta principios de 1938 debido a la
persecución religiosa. Pronto se quedó embarazada, y para librar al marido de
ir a la guerra untó sus ojos con sulfato fingiendo que era ciego. Pero
detuvieron a los dos y ella, a pesar de su estado, ingresó en la prisión de mujeres
de Gachas Colorás en Almería el 21 de junio de 1938. Fue juzgada y condenada a
seis años de prisión el ocho de julio.
En la cárcel algunas presas le ayudaban y
descubrió que rezaban el rosario a
escondidas. Les pidió que le enseñaran a hacerlo; Dolores del Olmo fue
su catequista y con ella aprendió otras oraciones como Padrenuestro, el Ave
María y el Gloria. Esto fue advertido por la directora de la prisión y le
prometió favorecerla si denunciaba a sus catequistas. Se negó, fue aislada en
una celda y ahí empezó su martirio a pesar del embarazo.
Su compañera de prisión, María de los Ángeles
Roda, contaba: «Recuerdo la figura de Emilia, aquella gitana de ojos negros y
muy grandes, alta, con el pelo tirante y un moño en la nuca, que nos llamaba
poderosamente la atención por su estado de gestación, ya que allí estaban todas
muy delgadas por la falta de comida. Amable, hablaba bajito, era además muy
respetuosa y religiosa».
En la
celda dio a luz a una niña en la madrugada del 13 de enero de 1939 sin
asistencia médica solo ayudada por las reclusas. A la niña la llamaron Ángeles y
se sospecha que fue dada en adopción y nunca
más se supo de ella. Como el estado de Emilia era de gravedad
fue llevada al hospital, pero murió
a causa de una infección en el parto y de bronconeumonía. Fue enterrada en una
fosa común del cementerio municipal de Almería.
Sobre ella escribe el presbítero Gallego Fábrega: «En la mañana
del día 25 de enero de 1939 acabó el martirio de la guapa gitanilla de
veintitrés años, que murió abandonada y sola, pero sin denunciar a su
catequista, a pesar de todas las presiones a que estuvo sometida».
“La
Iglesia no considera mártir sólo a quien fue asesinado por vivir su fe, sino a
quien, como Emilia, fue castigada
dejándola morir”, afirmaba el delegado episcopal para las Causas de los
Santos José Juan Alarcón. Emilia
forma parte de otros 114 mártires (95 sacerdotes y 20 seglares), entre
ellos, José Álvarez-Benavides,
que fuera deán de la catedral de Almería, por sufrir persecución religiosa durante la Guerra Civil española.
Emilia
Fernández es la primera gitana mártir, pero no la primera persona de dicha
etnia beatificada. Le precede Ceferino Giménez Malla, ‘el Pelé’, que
dio su vida en Barbastro (Huesca) el 8 de agosto de 1936 y fue beatificado por
san Juan Pablo II el 4 de mayo
de 1997. El beato Ceferino defendió a un sacerdote que iba a ser arrestado y
por ello le llevaron a la cárcel, donde nunca abandonó la oración y fue
fusilado mientras estrechaba el rosario en sus manos.