La Iglesia nos recuerda que debemos cuidar el medio ambiente porque el ser humano es administrador de la Creación, como lo es de la vida, la propia y la ajena, y es inadmisible el aborto y la eutanasia. Sobre estos aspectos recomendamos tres libros.
“Juego, ecología y trabajo. Tres temas teológicos desde las enseñanzas de san Josemaría Escrivá” (Eunsa) Rafael Hernández Urigüen. El autor hace un ensayo amplio y didáctico sobre ello.
“La España del silencio. Novelas del mundo rural y la naturaleza” (Almuzara) Borja Cardelús y Muñoz-Seca. La ágil pluma del escritor descubre la sencillez del medio ambiente, de lo que allí se vive y del respeto a esa vida.
“San Francisco de Asís” (Encuentro) G. K. Chesterton. De San Francisco de Asís, patrón de los animales y de los ecologistas, el autor afirma que tuvo a las personas y a la naturaleza como hermanos menores, a los que amaba por Dios.
Veamos las mentiras del cambio climático. El último ladrillo en el muro es el cambio climático, o desastre climático, como lo definen los humanofóbicos apocalípticos, que no se empachan en repetir lo poco que nos merecemos el planeta y la tierra baldía que dejaremos a nuestros hijos. Estos socorristas dejan en evidencia sus malogrados augurios catastróficos y han demostrado década a década ser unos falsarios. Hagamos un repaso.
En los años 50 una corriente científica aseguraba una época glacial a partir de los 70. Sin embargo, en esa década el discurso giró 180 grados y el debate comenzó a hablar de que los cambios del clima llegarían en breve y serían hambre y miseria para todos. Un discurso, que, junto a la liberación de la mujer, y por lo tanto del sexo libre, facilitó que cuajara un mensaje pacifista de haz amor y no la guerra. El mensaje salía en ciertos medios y nunca brilló con luz propia entre la comunidad científica. Avisaba de la brusca caída de alimentos cosechables, lo que provocaría una guerra sin precedentes entre todos los hombres del mundo por la poca comida que se pudiera conseguir.
En la década de los 80 nuevas corrientes de muerte nos avisaron de que, por culpa de la actividad humana, se estaba rompiendo la capa de ozono que protege de los rayos del sol, y que todos moriríamos. La batalla se libraba contra el aire acondicionado, los aerosoles, los incendios provocados, los lugares donde se concentraba la humanidad, etc. Al estar el agujero sobre el casquete polar Ártico, se descongelaría e inundarían ciudades, pueblos y campos de labor. Otra vez el miedo y los agoreros del fin del mundo en contra del hombre. Pero el mundo, la tierra, el planeta azul, seguía sobreviviendo y como los años pasaban y nada sucedió, los mandatarios del mundo, a finales de los 90 se buscaron un profeta a ver si le hacían más caso. Y surgió un tipo llamado Al Gore, que con la película Una verdad incómoda, obligatoria para todas las cadenas televisivas alienadas, trató de la salvación del mundo. Ya no era el hambre, ni el cielo, sino el inminente calentamiento global que desertizaría los países, los ganados morirían de sed y de hambre, los ríos se desecarían y todos desapareceríamos.
Han pasado los años y, como tampoco se han desertizado los bosques ni el ganado yace muerto en tierras secas, ha surgido un nuevo conejo de la chistera en la década de los años 20 de siglo XXI. Una muñeca títere de 16 años llamada Greta nos da lecciones de que no somos conscientes del cambio climático, y lo hace con otra maniobra muy popular en todo el planeta: el plástico. Mares inmensos de plástico que matan a las especies marinas, ríos embalsados convertidos en cloacas por tanta basura plástica que tarda centenares de años en biodegradarse -¡y lo peor!-, otra vez moriremos todos porque los plásticos que tiramos los engullen los peces que luego comemos. ¿Qué será lo próximo?
Pues, menos Greta y Al Gore, y más san Francisco, por favor.
Humberto Pérez Tomé
Junio 2023