jueves, 4 de junio de 2020

MARIA Y EL ESPIRITU SANTO


Primero fue en la Encarnación. Rondaría los 15 años cuando el ángel Gabriel, enviado por Dios, se le presentó y, tras un corto saludo, le dijo: “Por la gracia de Dios, concebirás un hijo a quien llamarás Jesús”. La aturdida María preguntó y el ángel le aclaró que quedaría encinta por virtud del Espíritu de Dios: “El Espiritu Santo vendrá sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra”. (Lc.1, 35). Así fue su primer encuentro con el Espiritu que culminó en la Encarnación. El Espiritu Santo quiso actuar junto a María para que de Ella naciera Jesús, el Hijo de Dios, y Ella aceptó de buen grado su voluntad: “Hágase en mí según tu palabra”, dijo.  

La fuerza creadora de Dios manifestada a través del Espiritu Santo, originó la concepción en el seno de María de un hijo que reinaría hasta el fin de los tiempos, y Ella se dejó guiar por el Espiritu en su misión maternal, recurriendo a Él para que el niño creciese en “sabiduría, en edad y en gracia ante Dios”.

Más tarde, en la presentación de Jesús en el templo, Simeón fue llevado e inspirado por el Espiritu Santo para encontrarse con Jesús y que pronunciase esta profecía: “Este niño será signo de contradicción y a ti una espada te traspasará al alma”. Con estas palabras en boca del anciano Simeón, Espíritu de Dios preparaba a María para la gran prueba que le esperaba.

Tiempo después Jesús fue crucificado, y Juan, testigo evangélico, dejó escrito que Jesús viendo a su Madre y al propio Juan al pie de la cruz, dijo: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” y dirigiéndose al discípulo dijo: “Ahí tienes a tu Madre”. En ese momento  María fue consciente de su Mediación en el misterio de la Redención, como Madre de todos los creyentes representados en Juan.

Jesús resucitó y a los cuarenta días ascendió al Cielo. Los que presenciaron la Ascensión volvieron a Jerusalén a la espera de la venida del Espiritu Santo, cuya efusión se produjo a los cincuenta días de la resurrección: “Estando todos reunidos se llenaron del Espíritu Santo y empezaron a hablar lenguas extranjeras contando maravillas de Dios”. (Hch.2, 1-8). Esta escena la analiza la monja española Sor María de Jesús de Ágreda en su libro «La Mística Ciudad de Dios publicado en 1670, una biografía espiritual de la Santísima Virgen, escrita respetando los textos bíblicos aunque con algunas matizaciones.

            Sor María de Jesús escribe: En compañía de la gran Reina del Cielo, perseveraban alegres los doce apóstoles, con los demás discípulos y fieles aguardando en el cenáculo la Promesa del Salvador. Estaban todos reunidos y todos conformes en la caridad, que en todos ellos aquellos días ninguno  de ellos  tuvo pensamiento, afecto contrario de los otros.
La Reina de los Ángeles, María Santísima con plenitud de sabiduría y gracia conoció el tiempo y la hora determinada por la Divina Voluntad para enviar el Espíritu Santo sobre el Colegio Apostólico. El día de Pentecostés por la mañana la prudentísima Reina previno  a los Apóstoles y a los demás discípulos y mujeres santas, que todas eran 120 personas, para que orasen y esperasen con mayor fervor, porque muy presto serían visitados de las alturas por el Divino Espíritu. Con las señales tan visibles y notorias que descendió el Espíritu Santo sobre los apóstales se conmovió toda la ciudad de Jerusalén, con sus moradores, admirados de la novedad nunca vista y corriendo la voz de lo que se había visto sobre la casa del cenáculo allá fue la multitud del pueblo para saber el suceso (Hch.2, 5-6).
           Los Sagrados Apóstoles, que con la plenitud de los dones del Espíritu Santo estaban inflamados de caridad, sabiendo que la ciudad de Jerusalén concurría a los puertas del cenáculo, pidieron licencia a su Reina y Maestra para salir a predicarlos porque tanta gracia no podía estar un punto ociosa, sin redundar en beneficio de las almas y nueva gloria del Autor.
El Espíritu que ya habitaba en María y había obrado en ella maravillas de gracia, volvió a su corazón con sus dones para el ejercicio de su maternidad espiritual. En  Pentecostés María vio colmada su ansia por el Espíritu de Dios, quedando compenetrada y transformada por El. En su vida mantuvo un cuerpo espiritual indestructible, dispuesto para su Asunción al cielo.
 
José Giménez Soria