lunes, 12 de octubre de 2015

MARTA Y MARIA

En un diario de tirada nacional, una periodista, escritora de éxito, abogaba por una reforma que permita a la mujer alcanzar el lugar que le corresponde en la sociedad. Había sido invitada en Madrid a un importante Foro que había congregado a lo más granado del Poder (con mayúscula): financiero, empresarial, diplomático, ejecutivo, prensa, altos cargos de la Administración; más de cuatrocientas personas para escuchar al Presidente del Gobierno. Dominaban los rostros masculinos en proporción de 9 a 1 sobre los femeninos, y esa diferencia motivó el artículo de la oyente, exigiendo a los poderes públicos medidas que pongan fin a la discriminación real de la mujer frente al hombre para que aquella alcance una meta similar al hombre, y sus aspiraciones, legitimas y justas, fruto de su capacidad y esfuerzo, se vean reflejadas en esa fotografía del Poder (con mayúscula) en la que la mujer esté también en la cúspide.

A la caída de la tarde, en la iglesia cercana se rezaba el Rosario ante el Señor Sacramentado expuesto en la Custodia. El altar brillaba con reflejos de luces y cirios mientras se desgranaban las avemarías de los misterios dolorosos. Era viernes. El poder (éste con minúscula) de Cristo solo atraía a cinco mujeres y dos hombres. Muchas otras personas habían sido invitadas a escuchar la palabra de Dios, pero la proporción de bancos vacios era de 9 a 1. Una foto muy distinta de la anterior.

Dice San Lucas (10,38-42) que Jesús fue a Betania donde vivía una mujer llamada Marta, que le recibió en su casa. Tenía una hermana, María, que se sentó a los pies del Señor para escuchar sus palabras. Marta se dedicó a sus quehaceres y se agobió. Entonces se quejó: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile que me ayude». El Señor le dijo: «Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada».

Marta representa la vida activa, absorbida y preocupada por demostrar su valía en quehaceres pasajeros y se queja reivindicando lo importante de su papel, que considera esencial en la sociedad. Recibe una cariñosa reprimenda. Solo una cosa es lo que importa a los ojos de Dios: actitud sencilla de trabajo sin afán de poder para organizar el mundo.

María hace de un modelo de discípulo que está atento a la palabra de Dios y prescinde de todo lo demás. Ambas han tenido idénticas oportunidades, pero María ha escogido la parte buena: atiende a la palabra de Jesús para actuar conforme a lo escuchado.

El domingo siguiente se podía escuchar esto del libro de la Sabiduría: «Supliqué y se me concedió la prudencia; invoqué y vino a mí un espíritu de sabiduría. La preferí a cetros y tronos, y en su comparación tuve en nada la riqueza…; todo el oro a su lado es un poco de arena, y la plata vale lo que el barro. La preferí a la salud y a la belleza y me propuse tenerla por luz, porque su resplandor no tiene ocaso. Con ella me vinieron todos los bienes juntos, en sus manos había riquezas incontables».