En un diario de tirada nacional,
una periodista, escritora de éxito, abogaba por una reforma que permita a la
mujer alcanzar el lugar que le corresponde en la sociedad. Había sido invitada
en Madrid a un importante Foro que había congregado a lo más granado del Poder
(con mayúscula): financiero, empresarial, diplomático, ejecutivo, prensa, altos
cargos de la Administración; más de cuatrocientas personas para escuchar al
Presidente del Gobierno. Dominaban los rostros masculinos en proporción de 9 a
1 sobre los femeninos, y esa diferencia motivó el artículo de la oyente,
exigiendo a los poderes públicos medidas que pongan fin a la discriminación
real de la mujer frente al hombre para que aquella alcance una meta similar al
hombre, y sus aspiraciones, legitimas y justas, fruto de su capacidad y
esfuerzo, se vean reflejadas en esa fotografía del Poder (con mayúscula) en la
que la mujer esté también en la cúspide.
A la caída de la tarde, en la
iglesia cercana se rezaba el Rosario ante el Señor Sacramentado expuesto en la
Custodia. El altar brillaba con reflejos de luces y cirios mientras se desgranaban
las avemarías de los misterios dolorosos. Era viernes. El poder (éste con minúscula)
de Cristo solo atraía a cinco mujeres y dos hombres. Muchas otras personas habían
sido invitadas a escuchar la palabra de Dios, pero la proporción de bancos
vacios era de 9 a 1. Una foto muy distinta de la anterior.
Dice San Lucas (10,38-42) que Jesús fue a Betania donde vivía una mujer
llamada Marta, que le recibió en su casa. Tenía una hermana, María, que se
sentó a los pies del Señor para escuchar sus palabras. Marta se dedicó a sus quehaceres
y se agobió. Entonces se quejó: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje
sola en el trabajo? Dile que me ayude». El Señor le dijo: «Marta, te preocupas
y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola.
María ha elegido la parte buena, que no le será quitada».
Marta representa la vida activa, absorbida y
preocupada por demostrar su valía en quehaceres pasajeros y se queja reivindicando
lo importante de su papel, que considera esencial en la sociedad. Recibe una
cariñosa reprimenda. Solo una cosa es lo que importa a los ojos de Dios: actitud
sencilla de trabajo sin afán de poder para organizar el mundo.
María hace de un modelo de discípulo que está
atento a la palabra de Dios y prescinde de todo lo demás. Ambas han tenido
idénticas oportunidades, pero María ha escogido la parte buena: atiende a la palabra de Jesús para actuar
conforme a lo escuchado.
El domingo siguiente se podía escuchar esto del libro de la Sabiduría:
«Supliqué y se me concedió la prudencia; invoqué y vino
a mí un espíritu de sabiduría. La preferí a cetros y tronos, y en su
comparación tuve en nada la riqueza…; todo el oro a su lado es un poco de
arena, y la plata vale lo que el barro. La preferí a la salud y a la belleza y
me propuse tenerla por luz, porque su resplandor no tiene ocaso. Con ella me
vinieron todos los bienes juntos, en sus manos había riquezas incontables».