miércoles, 25 de diciembre de 2013

TAL DIA COMO HOY

Ocho siglos antes de la primera Nochebuena de la historia, el profeta Isaías ejerció sus actividades en el reino de Judá durante el periodo asirio. Isaías es uno de los cuatro profetas mayores, junto a Jeremías, Ezequiel y Daniel. El profeta es un hombre elegido por Dios para proclamar su palabra, o dicho de otra forma un intérprete entre Dios y los hombres.

Pues bien, Isaías, en aquel tiempo ya vaticinó el nacimiento de Emmanuel. “Mirad, la virgen encinta da a luz un Hijo a quien llamará Emmanuel”, que significa Dios con nosotros, o sea, Dios se hace hombre. Hoy celebramos lo que profetizó Isaías hace veintinueve siglos. En Belén de Judá nació Cristo, el Señor de la historia, Dios encarnado que, por su condición mesiánica, brindó a la humanidad su liberación del pecado.


Cristo nació humilde en el gran mundo del Imperio Romano en una aldea insignificante. Su infancia y su juventud las pasó en familia; al llegar a la edad madura se emancipó, llevó una vida ejemplar con unos amigos que se buscó. En su corta existencia nos legó una doctrina excepcional y extraordinaria que anuncia un Dios amistoso y cercano; doctrina que se ha extendido por los cuatro puntos cardinales del planeta transmitida por los cuatro Evangelios.

Los creyentes, que se cuentan por millones, hemos puesto en Él la esperanza de una vida futura, una vida que Él, en su divinidad, nos prometió para más allá de la muerte. Murió trágicamente acusado por muchos que habían convivido con Él, y sus discípulos dieron fe de su resurrección, en la que creemos porque con ello nos abrió las puertas de la vida eterna. Todo empezó tal día como hoy.

domingo, 8 de septiembre de 2013

FRANCISCO, UN PAPA CERCANO (y III)

Uno de los rasgos que hacen cercano al Papa Francisco es su obsesión por “construir una cultura del encuentro”, porque, dice, que “La cultura del encuentro es lo que hace que la familia y los pueblos vayan adelante”. “Una cultura que supone que el otro tiene mucho que darme. Que tengo que ir hacia él con una actitud de apertura y escucha, sin prejuicios, sin pensar que, porque tenga ideas contrarias a las mías, o sea ateo, no puede aportarme nada. No es así. Toda persona puede aportarnos algo y toda persona puede recibir algo de nosotros”.
 
En la JMJ de Rio celebrada en julio de 2013, clamó con insistencia a favor de una cultura del encuentro, sin exclusiones, con niños y ancianos, con jóvenes, con pobres, para integrar a todos en el ámbito de la sociedad.

Otra de sus facetas, muy interesante, es su experiencia como docente en un instituto. Dice de sus alumnos que “Los quise mucho y no me olvidé de ellos. Les quiero agradecer todo el bien que me hicieron al obligarme y enseñarme a ser más hermano que padre”.

A la pregunta de si los padres de ahora eligen un tipo de educación para sus hijos en valores, contesta: “En general los padres se dejan llevar por una dinámica promocional para sus hijos. Eligen un colegio que les enseñe más informática e idiomas para competir, y no se plantean tanto el tema de los valores”.

“Es inevitable apelar a la vieja figura del maestro que daba ejemplo, que marcaba pautas, que sabía interpretar a sus alumnos y establecía una relación humana con ellos”. “La educación se profesionalizó demasiado y sin duda es necesario pero no debe olvidares la otra actitud, la que sale al encuentro de la persona, del alumno en todos sus aspectos”. Cuenta el caso de una chica de un colegio que se quedó embarazada, y había varias posturas de cómo afrontar la situación, pero nadie se hacía cargo de lo que sentía la chica. Ella tenía miedo a las reacciones y no dejaba que nadie se le acercase, hasta que un preceptor joven, casado y con hijos, se acercó a ella la tomó de la mano y le preguntó si iba a ser mamá. Ella empezó a llorar, pero la actitud de proximidad le ayudó a buscar una solución. Se encontró la solución a través del acercamiento no del rechazo. El preceptor buscó acercarse a ella desde el amor”. “Cuando se quiere educar a los chicos solo con principios teóricos, no les sirve porque ellos no asimilan las enseñanzas que no van acompañadas de un testimonio de vida y una proximidad”. 

“Al chico hay que dejarle hablar y aunque a veces diga “pavadas” De cien cosas que dice alguna es singular porque lo que busca es que lo reconozcan en sus particularidades. La edad es importante, porque es cuando despierta al mundo. El aprendizaje que experimenta es muy grande y necesita, no solo una respuesta explicativa, sino la mirada de su padre y de su madre que le de seguridad”.

Y de las cuestiones religiosas, ¿qué? En las charlas entre amigos o conocidos, o en familia, surge el alejamiento de la gente de la Iglesia Católica. Es conocido el fenómeno de “privatizar” la fe, de vivir la religión sin la Iglesia, que se resume en la frase “creo en Dios pero no en los curas”. Puede deberse a que no haya una “acogida cordial”, y el Papa lo explica: “La tentación de los clérigos es creernos administradores y no pastores. Esto lleva a que, cuando una persona va a la parroquia a pedir un sacramento o cualquier otra cosa, no la atiende el sacerdote sino una secretaria… y puede dar lugar a que la gente se espante de la Iglesia”. “No olvidemos que la parroquia es la puerta de acceso a la religión católica”. “En otras comunidades evangélicas, hay cordialidad, cercanía… y se va a buscar a la gente”. “Es clave que los católicos salgamos al encuentro de la gente”.

En este punto recuerda lo opuesto a “la parábola del buen pastor que abandona las noventa y nueve ovejas en el redil y se va a buscar la que está perdida: ahora tenemos una sola en el corral y no vamos a buscar las otras noventa y nueve”. “La opción básica de la Iglesia actual es salir a la calle a buscar a la gente, a conocer a las personas por su nombre, y no solo eso, sino salir a anunciar el Evangelio”.

¿Esto supone un cambio de mentalidad? “Esto supone una Iglesia misionera”. No dejar nunca solos a los feligreses. El Papa cuenta como Juan XXIII, siendo patriarca de Venecia, cumplía con el llamado “rito en la sombra”, que consiste en sentarse a la sombra con unos parroquianos y tomarse un vaso de vino conversando con ellos.

Finalmente apela a no caer en una politización indebida, aunque para Francisco su gran política es la que “nace de los mandamientos y del Evangelio”. Y aclara: “Denunciar atropellos a los derechos humanos, situaciones de explotación o exclusión, carencias de educación o en alimentación, no es hacer partidismo. La Doctrina Social de la Iglesia está llena de denuncias y no es partidista. Cuando salimos a decir cosas, algunos nos acusan de hacer política. Yo les respondo: sí, hacemos política en el sentido evangélico de la palabra, pero no es partidista”.

jueves, 11 de julio de 2013

FRANCISCO, EL PAPA CERCANO (II)

El Papa Francisco es el hombre del encuentro personal que cautiva por su trato y deslumbra con sus orientaciones. Para la gente común es una persona sencilla y cálida, plena de gestos de consideración. Es el sacerdote empeñado en que la Iglesia salga al encuentro de la gente con mensaje comprensivo y entusiasta. Es un religioso convencido de que debe pasarse de una Iglesia “reguladora de la fe” a una Iglesia “transmisora y facilitadora de la fe”.
 
Cuando tenía 21 años le diagnosticaron una pulmonía grave y tuvo que soportar dolores tremendos. Las visitas al hospital trataban de consolarlo con frases hechas, “ya va a pasar”, “pronto volverás a casa” y otras. Solo una lo reconfortó: la de la Hermana Dolores, una monja que lo había preparado para la primera comunión, dijo “Está imitando a Jesús”. Para él fue una lección de cómo hay que afrontar cristianamente el dolor.

Este episodio robusteció su fe, pero sobre si el dolor es una bendición si se lo asume cristianamente, dijo «El dolor no es una virtud en sí mismo, pero sí puede ser virtuoso el modo en que se lo asume. Nuestra vocación es la plenitud y la felicidad y, en esa búsqueda, el dolor es un límite. Por eso, el sentido del dolor, uno lo entiende en plenitud a través del dolor de Dios hecho Cristo». «La clave pasa por entender la Cruz como semilla de la resurrección».

Entonces a la cuestión de por qué la Iglesia insiste demasiado con el dolor como camino de acercamiento a Dios y poco en la alegría de la resurrección, como lo prueba que el principal emblema del catolicismo es un Cristo crucificado que chorrea sangre, el Cardenal explica:

«La exaltación del sufrimiento en la Iglesia depende mucho de la época y de la cultura. La Iglesia representó a Cristo según el ambiente cultural del momento que se vivía. En los iconos orientales, por ejemplo los rusos, se comprueba que son pocas las imágenes del crucificado doliente, más bien se representa la resurrección. En cambio el barroco español enfatiza la pasión de Jesús. La vida cristiana es dar testimonio con alegría. Santa Teresa decía que un santo triste es un triste santo».

Según qué región, en España la representación de la pasión de Cristo es diferente según la cultura de sus pueblos. En Andalucia predominan el barroco de crucificados dolorosos y los majestuosos tronos de palio de la Virgen, engalanada, revestida de tonos radiantes de plata y oro, de rostro lozano que mira con amor. En Castilla, de influencias románicas, el crucificado no lleva corona de espinas, tiene los ojos abiertos sin expresión de dolor, y la Imagen de la Virgen es una genuina muestra de sobriedad, sin palio, ni joyas ni coronas. En ambos casos el dolor de Cristo acerca más el hombre a Dios, que la alegría de la resurrección. Atrae más el Vía Crucis, el camino del Calvario, que el Vía Lucis, el camino de la Luz. Paradójico. Digamos como el salmista “El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres” porque sin cruz no hay resurrección.

A la pregunta de qué actitud toma ante una persona que tiene una cruel enfermedad, replica:

«Ante una vida que se apaga como consecuencia de una cruel enfermedad, enmudezco. Lo único que me surge es quedarme callado y rezar por ella, porque tanto el dolor físico como el espiritual tiran para adentro, donde nadie puede entrar: comporta una dosis de soledad. Y la gente quiere saber quien la acompaña y la quiere y reza para que Dios entre en ese espacio que es pura soledad». Un claro mensaje de que hay que salir al encuentro del otro.

-A propósito ¿piensa usted en su propia muerte?

«Hace tiempo que es una compañera cotidiana. Pasé de los setenta años y el hilo que queda en el carrete no es mucho. No voy a vivir otros setenta y lo tomo como algo normal. No estoy triste, pero la muerte está todos los días en mi pensamiento».

 

sábado, 25 de mayo de 2013

FRANCISCO, EL PAPA CERCANO (I)

Los primeros gestos del Papa Francisco fueron muy expresivos y apreciados por las muestras de cercanía y naturalidad que dejó entrever desde que el 13 de marzo de 2013 salió al balcón de la Plaza de San Pedro para saludar a la multitud que esperaba la fumata blanca del conclave.

Esas muestras de cercanía y naturalidad son cualidades del Papa Francisco desde que empezó como simple sacerdote jesuita allá por 1969 y así se aprecian en los numerosos escritos y libros que hablan de la vida y de la personalidad del pontífice número 266 de Iglesia Católica.

Los párrafos que siguen son el reflejo de esa personalidad, extraídos de un libro escrito por dos periodistas que, en varias entrevistas, mantuvieron una larga conversación con el entonces Cardenal Jorge Bergoglio. En esas entrevistas se revela como un buen pastor cercano a la gente, de gran profundidad intelectual y teológica, enriquecida con un doctorado en la escuela de la vida y del sentido común, y un fino sentido del humor. «Mucha gente dice que cree en Dios, pero no en los curas», se le pregunta. «Y... está bien. Muchos curas no merecemos que crean en nosotros».

El Papa Francisco no es persona de ideologías ni se escandaliza por los pecados de los hombres. El lema de su ministerio es la misericordia, inspirado en el pasaje evangélico que dice que Jesús miró al publicano Mateo con una actitud que podría traducirse como «Lo miró con misericordia, y lo eligió», y así es como explica la llamada de Dios. Él le pidió que mire a los demás con mucha misericordia, sin excluir a nadie, porque todos son elegidos para el amor de Dios.

Con 13 años su padre le dijo que en vacaciones convenía que empezase a trabajar, primero hizo tareas de limpieza, luego administrativas. Más tarde entró en un laboratorio donde trabajaba de 7 hasta las 13 horas, y por la tarde asistía a clase. «Le agradezco tanto a mi padre que me mandara a trabajar porque fue una de las cosas que mejor me hizo en la vida: aprendí lo bueno y lo malo de toda tarea humana». «Tuve una jefa que me enseñó a hacer las cosas bien y la seriedad del trabajo».

A la pregunta de cuál era su experiencia sobre la gente desocupada que durante su vida sacerdotal habría venido a verle, dice: «El trabajo unge la dignidad de la persona. Podemos tener una fortuna, pero si no trabajamos, la dignidad se viene abajo». «El desocupado en sus horas de soledad se siente miserable, porque “no se gana la vida”. Por eso es importante que los gobiernos fomenten una cultura de trabajo, no de dádiva». «Aunque en momentos de crisis haya que recurrir a la dádiva para salir de la emergencia, tienen que fomentar fuentes de trabajo, porque –insiste- el trabajo otorga dignidad».

En el extremo opuesto está el exceso de trabajo, ¿hay que recuperar el sentido del ocio?   «Junto con la cultura del trabajo, tiene que haber una cultura del ocio como gratificación. Una persona que trabaja debe tener tiempo para descansar, para la familia, para disfrutar, hacer deporte, oír música… Pero eso se está perdiendo con la supresión del descanso dominical. La gente trabaja los domingos como consecuencia de la competitividad, y si no hay un descanso reparador, esclaviza, porque no se trabaja por la dignidad sino por la competencia». «A los padres jóvenes pregunto si juegan con sus hijos. Se sorprenden de la pregunta porque nunca se la habían formulado: El sano ocio supone que los padres jueguen con sus hijos los fines de semana, aunque estén vencidos por el cansancio».

Sobre el trabajo hay que referirse a lo que decía el Papa Juan Pablo II en su primera encíclica social, Laborem exercens: «Recordad un principio siempre enseñado por la Iglesia: la prioridad del trabajo frente al capital. El trabajo es siempre una causa eficiente primaria, mientras que el capital, siendo el conjunto de los medios de producción, es sólo un instrumento o la causa instrumental». Cuando esto se olvida se deja al hombre sin dignidad y añade,  «Ante todo, el trabajo está en función del hombre y no el hombre en función del trabajo». También al Papa Benedicto XVI en la encíclica Caritas in veritate de 2009 decía: «Quisiera recordar a todos, en especial a los gobernantes que se ocupan en dar un aspecto renovado al orden económico y social del mundo, que el primer capital que se ha de salvaguardar y valorar es el hombre, la persona en su integridad: Pues –en palabras de Concilio Vaticano II– el hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económico social» No un número, ciertamente.

sábado, 9 de marzo de 2013

EL MOMENTO MÁS ESPERADO

La Iglesia Parroquial de Santa María de Albox da cobijo a una cofradía con más de siglo y medio de historia. En este templo reciben culto las Imágenes de la Hermandad de Jesús Nazareno, el Paso Morao, según la llaman en el lenguaje cofrade local.

El interior de la iglesia cobra una inusitada actividad el Vienes Santo, especialmente después de los Oficios de la Muerte del Señor, cuando esta Hermandad se dispone a iniciar su Procesión de Penitencia y más de doscientos integrantes del cortejo permanecen atentos a que se abran las puertas del templo, señal de que van a empezar a caminar. Son momentos de emoción contenida que cada uno vive a su modo, unos más comedidos y otros más vehementes; todos con la ilusión desbordada.

Se dan cita nazarenos de túnica morada y otros de túnica azul; unos hay que llevan capa blanca y otros no; todos portan una vela encendida. Abundan señoras y señoritas, damas de teja y mantilla que exhiben aspecto elegante. Los mayordomos tratan de poner orden en las filas, los penitentes se ajustan los capirotes y las damas susurran esperando su turno. Estandartes e insignias se abren paso para ocupar su puesto. La Cruz de Guía avanza la primera entre dos faroles. El incienso lanza aromas de humo que pica los ojos. 

Los tronos del Nazareno y de la Virgen se alinean junto al Altar Mayor al fondo de la iglesia; el del Sepulcro espera en la nave lateral. Las voces de los anderos se mezclan con las últimas consignas de los Mayordomos de trono. Velas y cirios ya están encendidos.

Tres imágenes, tres símbolos de una fe que mueve a cientos de personas:

Imagen del Nazareno: «Tomaron a Jesús y, cargando él mismo con la cruz salió para el lugar llamado Gólgota» (Jn. 19,17) Una imagen abatida por el dolor. Su mirada baja mueve a compasión y serenidad. Es esencia de la Cofradía.

María de la Redención: «El plan divino de la salvación, reserva un lugar a la Madre de Cristo» (De la Redemptoris Mater). Palio cobijo de estrellas. Azul inmenso para arropar a esta Imagen, rostro de facciones dulces y aniñadas que saben a gloria.

El Cuerpo del Señor: «Tomaron el cuerpo de Jesús, lo envolvieron en lienzos con aromas y lo depositaron en un sepulcro» (Jn.19, 38-42). Último trance de la Pasión. En él, la figura Yacente de Cristo, obediente hasta la cruz y paciente hasta la muerte.

Los hermanos cofrades se contagian del ansia gozosa de que la procesión va a salir. Afuera la gente se impacienta al relente de la tarde anochecida. Hay luna llena.

Retumba el primer toque de campana del trono. Se acallan las voces. Los tronos se mueven dentro de la iglesia. Avanzan las filas abriéndose paso entre el gentío. Las pesadas puertas del templo se abren de par en par a la plaza. Salvada la estrechez del cancel con la respiración contenida, la procesión ya está en la calle. Suena la música, redoblan los tambores. El  momento más esperado ha llegado. 

viernes, 15 de febrero de 2013

BENEDICTO XVI DEJA EL PONTIFICADO

La renuncia del Papa Benedicto XVI, anunciada el 11 de febrero pasado, día de la Virgen de Lourdes, cogió a todos con el pie cambiado. Creyentes y no creyentes se vieron sorprendidos por lo excepcional del hecho. La mayoría de los personajes públicos, salvo algunos cortos de luces, han mostrado respeto y admiración por el Papa, y su decisión. Ahora, hacer cábalas sobre lo que ocurra a partir del 28 de febrero en que sea efectiva su renuncia, son ganas de especular sobre los designios de la Iglesia, siempre tan reservada. De lo que no hay duda es que el Conclave, inspirado por el Espíritu Santo, elegirá un nuevo pontífice.

Benedicto XVI deja un legado doctrinal impresionante, pleno de sabiduría y sencillez. Destacan la trilogía sobre Jesús de Nazaret y las tres encíclicas sobre el Amor cristiano, la Esperanza y la Caridad. Lo último ha sido la proclamación del Año de la Fe para reavivar la fe de los creyentes y atraer a los alejados de Dios.

Los libros sobre Jesús de Nazaret, escritos a la luz del Evangelio, son un regalo para ahondar en la vida de nuestro Señor en los treinta y tantos años que vivió en este mundo. El segundo tomo recoge los acontecimientos de su última semana en Jerusalén, -la Semana Santa de los cristianos-, desde que llegó a la Ciudad Santa hasta que resucitó después de la crucifixión. Son 350 páginas para reflexionar sobre lo ocurrido en aquellos días, algo tan arraigado en los cofrades que, año tras año, lo recuerdan en plazas y calles por la gran fe que tienen en Jesucristo y la esperanza en la resurrección futura.

El Papa ha hecho muchos esfuerzos para estar cerca de los jóvenes. En dos ocasiones se ha visto cara a cara con ellos hablándoles alto y claro. La primera fue la Jornada Mundial de la Juventud de Sídney de 2008 y la segunda la JMJ de Madrid de 2011. “No os avergoncéis del Señor”, dijo en la ceremonia de bienvenida de Madrid…“permanecer firmes en la fe y asumir la bella aventura de anunciarla y testimoniarla abiertamente”. Sus palabras fueron granos de trigo sembrados en tierra firme, que no han borrado el paso del tiempo.

En este gran acontecimiento capaz de concentrar miles de rostros de todos colores, gentes de lenguas diversas o familias enteras, los cofrades españoles hicieron lo que saben hacer de carrerilla: Un gran Vía Crucis con sus Imágenes de Semana Santa para decirle al Papa cómo entienden su “vivir la fe”.

Al final de ese ejercicio de piedad, el Papa contempló las imágenes donde la fe y el arte se armonizan para llegar al corazón del hombre e invitarle a la conversión” e hizo una llamada a los jóvenes: “Vosotros, que sois muy sensibles a la idea de compartir la vida con los demás, no paséis de largo ante el sufrimiento humano, donde Dios os espera para que entreguéis lo mejor de vosotros mismos: vuestra capacidad de amar y de compadecer”. “La cruz no fue el desenlace de un fracaso, sino el modo de expresar la entrega amorosa que llega hasta la donación más inmensa de la propia vida. El Padre quiso amar a los hombres en el abrazo de su Hijo crucificado por amor”.

El Papa ha contribuido a renovar la fe proclamando el Año de la Fe, vigente desde octubre pasado. En la carta de su convocatoria afirmó que “Dios, en el misterio de su muerte y resurrección, ha revelado en plenitud el Amor que nos salva y llama a los hombres a la conversión de vida mediante la remisión de los pecados”.

Los cofrades, y los católicos en general, agradezcamos a Dios las enseñanzas recibidas en los casi ocho años de pontificado de este gran hombre, que en su renuncia ha pedido “perdón por sus defectos” en un gesto de profunda humildad.

domingo, 13 de enero de 2013

Jesús llegó al Jordan para ser bautizado por Juan... pero ¿quien era este Juan?

JUAN EL BAUTISTA

En el capítulo II del libro “La infancia de Jesús” el Papa Benedicto XVI hace referencia a Juan, el conocido como Bautista, distinto del otro Juan, el discípulo amado que convivió con Jesús durante su vida pública, autor del Cuarto Evangelio e hijo de Zebedeo. A Juan el Bautista, hijo de Zacarías, la Iglesia le reserva la fiesta solemne de su nacimiento el 24 de junio, mientras que la del Evangelista se va al 27 de diciembre.
Juan el Bautista aparece como el hombre que precede a Cristo, el que va delante de Él a preparar sus caminos y el que anuncia el perdón de los pecados. Ambos nacieron con una diferencia de meses estando sus nacimientos relacionados entre sí, como explica el Papa siguiendo a los evangelistas Mateo y Lucas.
El nacimiento de Juan el Bautista pertenece al entorno de la Navidad. Fue hijo único de Zacarías e Isabel, que vivían en Ain Karen, a pocos kilómetros de Jerusalén, en Judea donde reinaba Herodes el Grande. Esta es su historia.
Zacarías era un sacerdote del templo de Jerusalén del turno de Abías, casado con una descendiente de Aarón, Isabel. «Los dos eran justos ante Dios y caminaban sin falta según los mandamientos del Señor». (Lc 1,5-25). Ambos eran de edad avanzada y no tenían hijos pues ella era estéril, por lo que rogaban a Dios para tener descendencia.
Estando de servicio en el Templo, Zacarías entró en el lugar Santo a la hora del sacrificio vespertino para ofrecer el incienso según la liturgia, mientras el pueblo quedaba fuera. El humo del incienso que subía era como una oración: «Suba mi oración como incienso en tu presencia, el alzar de mis manos como ofrenda de la tarde», dice el Salmo 141. De pronto se apareció un ángel del Señor a la derecha del altar que le dijo: «¡No temas, Zacarías! pues tu oración ha sido escuchada: tu mujer, Isabel, te dará un hijo a quien pondrás por nombre Juan…será grande ante el Señor, no beberá vino ni licor, convertirá muchos hijos de Israel al Señor. Irá delante del Señor para atraer los rebeldes a la sabiduría de los justos». En pocas palabras el ángel anunció a Zacarías la misión de su hijo.
Al analizar las palabras del ángel, el Papa considera a Juan como un sacerdote, -pues los consagrados a Dios no podían “beber vino ni bebida que pudiera embriagar”-, que llegó con la pujanza de un gran profeta que prepararía al pueblo para la venida del Señor. 
A preguntas de Zacarías de cómo sería eso si tanto él como su mujer eran de edad avanzada, el ángel, que se identificó como Gabriel, «el que está delante de Dios», le dijo que «había sido enviado para darle esta buena noticia», y añadió «Pero te quedarás mudo hasta que esto suceda porque no has creído mis palabras». 
Benedicto XVI repasa historias similares de niños engendrados por padres estériles que nacieron por voluntad de Dios. Es el caso de Isaac, hijo de Abraham con noventa y nueve años y de Sara que tenía noventa, (Gen 17,15-19); o el de Samuel, hijo de Elcaná y Ana que era estéril, pero imploró y prometió al Señor que le ofrecería un varón que de ella naciera y así concibió a Samuel. (1Sam 1). Para Dios nada es imposible.
Cuando el ángel Gabriel reveló a María que Isabel estaba embarazada de seis meses, fue a visitarla y se quedó con ella hasta que nació Juan. Seis meses después nació Jesús no muy lejos de allí, en Belén. Si Isabel y Ana, la madre de la Virgen, descendientes de Aarón, eran primas hermanas y María era sobrina de primas hermanas de Isabel, el parentesco de Juan y Jesús podía ser de tío y sobrino en tercer grado.
Según la ley, Juan fue circuncidado a los ocho días de nacer y querían llamarlo Zacarías, como su padre, pero Isabel advirtió que tendría que llamarse Juan. Ante el asombro de los presentes, Zacarías escribió en una tablilla «Juan es su nombre». En ese momento recuperó el habla y pronunció el Benedictus, un himno profético que, en uno de sus versículos dice refiriéndose a Juan: «Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo porque irás delante del Señor a preparar sus caminos».
De la infancia de Juan nada dicen los evangelios. Aprendería la Tora en la sinagoga e iría a Jerusalén en la fiesta de Pascua. Lucas solo dice que «crecía y se fortalecía en el espíritu, y vivía en los desiertos hasta los días de su manifestación a Israel».

Juan empezó a predicar antes que Cristo. Lucas lo describe así: «En el año decimoquinto del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea; Herodes Antipas tetrarca de Galilea y Perea, y su hermano Filipo tetrarca de Iturea y Traconítide…vino la palabra de Dios sobre Juan en el desierto. Y recorrió toda la comarca del Jordán predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados».

Juan fue un predicador vehemente que se vestía con una piel de camello y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Acudía gente de Jerusalén a quienes bautizaba en el Jordán. A los fariseos y saduceos les dijo: «¡Raza de víboras!... haced penitencia; todo árbol que no produzca fruto será cortado y arrojado al fuego». Al pueblo en general les recomendaba justicia y caridad: «El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene…no exijáis más de lo establecido… no hagáis extorsión ni falsas denuncias».
Cuando se extendió su fama, los dirigentes judíos le preguntaron si era el Mesías, o Elías o algún profeta. Él negó ser alguno de ellos y fiel a la verdad dejó este testimonio: «Yo os bautizo con agua; pero viene uno más poderoso que yo a quien no merezco desatar la correa de sus sandalias, que os bautizará con Espíritu Santo y fuego». Esto pasaba en Betania a orillas del Jordán.

Un día llegó Jesús de Nazaret de Galilea a ser bautizado por Juan. Es posible que esta fuera la primera vez que se vieran, pero Juan lo reconoció: «He visto al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y se posó sobre él… y dije “Este es el que bautiza con Espíritu Santo”. Doy testimonio de que es el Hijo de Dios». Aunque Juan siguió bautizando, desde ese momento su figura se desvanece para dejar paso a la de Jesús el Nazareno.

Un poco más al norte, en Galilea, Herodes Antipas se había casado con Herodías, la mujer de su hermano Filipo, que era mujer ambiciosa. Como Juan le echaba en cara su adulterio, hizo que Herodías indujera a Herodes a darle muerte, pero éste tenía a Juan por un hombre justo y además temía al pueblo que lo veneraba como un profeta. Sin embargo  la influencia de los fariseos hizo que Herodes lo encarcelase en la fortaleza de Maqueronte a orillas del mar Muerto. La noticia entristeció a Jesús.

Una fiesta de cumpleaños de Herodes fue la ocasión de Herodías para castigar a Juan. En la fiesta bailó Salomé, su hija nacida del matrimonio con Filipo, y tanto agradó a Herodes que le juró darle lo que le pidiese. Herodías aleccionó a Salomé y ésta pidió la cabeza de Juan en una bandeja. Herodes ordenó decapitar al Bautista y entregó la cabeza a Salomé que se la ofreció a su madre. Los discípulos de Juan se llevaron su cuerpo y le dieron sepultura en la ciudad de Samaria. Luego fueron a dar cuenta a Jesús que se retiró durante unas horas a un paraje desierto, pero pronto se vio rodeado de la gente que le seguía y a la que enseñaba. Juan murió joven cumplida con creces la misión de mensajero del Señor: «Mirad, yo envío mi mensajero para que prepare el camino ante mí» había profetizado Malaquías.