Esas muestras de cercanía y naturalidad son
cualidades del Papa Francisco desde que empezó como simple sacerdote jesuita allá
por 1969 y así se aprecian en los numerosos
escritos y libros que hablan de la vida y de la personalidad del pontífice
número 266 de Iglesia Católica.
Los párrafos que siguen son el reflejo de esa
personalidad, extraídos de un libro escrito por dos periodistas que, en varias entrevistas,
mantuvieron una larga conversación con el entonces Cardenal Jorge Bergoglio. En
esas entrevistas se revela como un buen pastor
cercano a la gente, de gran profundidad intelectual y teológica, enriquecida
con un doctorado en la escuela de la vida y del sentido común, y un fino sentido
del humor. «Mucha gente dice que cree en Dios, pero no en los curas», se le
pregunta. «Y... está bien. Muchos curas no merecemos que crean en nosotros».
El Papa Francisco no es persona de ideologías ni se
escandaliza por los pecados de los hombres. El lema de su ministerio es la misericordia,
inspirado en el pasaje evangélico que dice que Jesús miró al publicano Mateo
con una actitud que podría traducirse como «Lo miró con misericordia, y lo
eligió», y así es como explica la llamada de Dios. Él le pidió que mire a los
demás con mucha misericordia, sin excluir a nadie, porque todos son elegidos
para el amor de Dios.
Con 13 años su padre le dijo que en vacaciones convenía
que empezase a trabajar, primero hizo tareas de limpieza, luego
administrativas. Más tarde entró en un laboratorio donde trabajaba de 7 hasta
las 13 horas, y por la tarde asistía a clase. «Le agradezco tanto a mi padre
que me mandara a trabajar porque fue una de las cosas que mejor me hizo en la
vida: aprendí lo bueno y lo malo de toda tarea humana». «Tuve una jefa que me
enseñó a hacer las cosas bien y la seriedad del trabajo».
A la pregunta de cuál era su experiencia sobre la
gente desocupada que durante su vida sacerdotal habría venido a verle, dice: «El
trabajo unge la dignidad de la persona. Podemos tener una fortuna, pero si no
trabajamos, la dignidad se viene abajo». «El desocupado en sus horas de soledad
se siente miserable, porque “no se gana la vida”. Por eso es importante que los
gobiernos fomenten una cultura de trabajo, no de dádiva». «Aunque en momentos
de crisis haya que recurrir a la dádiva para salir de la emergencia, tienen que
fomentar fuentes de trabajo, porque –insiste- el trabajo otorga dignidad».
En el extremo opuesto está el exceso de trabajo,
¿hay que recuperar el sentido del ocio? «Junto con la cultura del trabajo, tiene que
haber una cultura del ocio como gratificación. Una persona que trabaja debe
tener tiempo para descansar, para la familia, para disfrutar, hacer deporte,
oír música… Pero eso se está perdiendo con la supresión del descanso dominical.
La gente trabaja los domingos como consecuencia de la competitividad, y si no
hay un descanso reparador, esclaviza, porque no se trabaja por la dignidad sino
por la competencia». «A los padres jóvenes pregunto si juegan con sus hijos. Se
sorprenden de la pregunta porque nunca se la habían formulado: El sano ocio
supone que los padres jueguen con sus hijos los fines de semana, aunque estén
vencidos por el cansancio».
Sobre el trabajo hay que referirse a lo que decía
el Papa Juan Pablo II en su primera encíclica social, Laborem exercens: «Recordad un principio siempre enseñado por la
Iglesia: la prioridad del trabajo frente al capital. El trabajo
es siempre una causa eficiente primaria, mientras que el capital, siendo
el conjunto de los medios de producción, es sólo un instrumento o la
causa instrumental». Cuando esto se olvida se deja al hombre sin dignidad y
añade, «Ante todo, el trabajo está en
función del hombre y no el hombre en función del trabajo».
También al Papa Benedicto XVI en la encíclica Caritas in veritate de 2009 decía: «Quisiera recordar a todos, en
especial a los gobernantes que se ocupan en dar un aspecto renovado al orden
económico y social del mundo, que el primer capital que se ha de salvaguardar
y valorar es el hombre, la persona en su integridad: Pues –en
palabras de Concilio Vaticano II– el hombre es el autor, el centro y
el fin de toda la vida económico social» No un número, ciertamente.
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