viernes, 22 de septiembre de 2017

LA PROMESA


“Prefiero la misericordia al sacrificio”. 

Desde el punto de vista religioso, una promesa es el ofrecimiento que se hace a Dios, a la Virgen o a los santos de alguna cosa que entraña un sacrificio o una obra piadosa, para obtener una gracia. Lo normal es ofrecerla por la salud, o por algún éxito personal. Es como un voto hecho por devoción, aunque Dios prefiere que la petición se haga esperando confiadamente en su misericordia.
Las personas que se comprometen a una promesa contraída como obligación, se sienten liberadas cuando la cumplen y manifiestan su agradecimiento a Dios o a la Virgen por la gracia concedida. Es el caso de la madre sufriente por la enfermedad grave del hijo que promete a la Virgen subir andando a su ermita si le ayuda a salvar al muchacho del peligro. Una penitencia autoimpuesta para obtener un beneficio puramente humano, completada con una oración a los pies de la Virgen.

Pasó el tiempo y la madre encontró la ocasión de cumplir su promesa peregrinando a la ermita de la Virgen de su devoción la noche anterior a su festividad. Era un rito  ancestral con siglos de historia: había que subir dieciocho kilómetros por senderos abruptos cuyo tramo final es una rampa empinada en la ladera del monte en cuya cima se asienta la ermita de la Virgen que ampara a los Desamparados.

La peregrinación comenzó en la medianoche de la víspera. Ella se adhirió a un grupo de confianza. El itinerario, el recomendado, serpenteaba por una rambla de cauce erosionado por las aguas bravías de las torrenteras, salpicado de piedras y arena que dificultaba el firme apoyo del pie ocasionando un esfuerzo desmedido.  

Una vez acomodado el ritmo, los peregrinos agotaban las horas confortados por una  franca camaradería que hacía más llevadera la pertinaz subida. Sonidos y silencios se alternaban en la oscuridad del cielo donde la luna se hizo dueña de la noche. Entre ellos intercambiaron un reguero de secretas confidencias que solo Dios sabe.

Al cabo de cuatro horas se tomaron un descanso reconstituyente que renovó todas  las energías corporales y espirituales. Soplaba una ligera brisa que dio alas a la moral de la marcha. Cumplir la promesa quedaba a tiro de las próximas horas y el sacrificio merecía la pena. “Dios aprieta pero no ahoga”.

Llegó la cuesta final y se hizo patente la virtud de la constancia. Fortaleza de cuerpo y alma se aunaron hasta alcanzar la puerta de la ermita, pórtico de creyentes que confían en los dones gratuitos que otorga Dios por su eterna bondad y misericordia. La madre había cumplido su promesa y su rostro mostraba feliz y satisfecha por el compromiso contraído y completado, mientras agradecía el favor recibido con una oración a la Madre de los Desamparados. “La Virgen es pequeñita, preciosa, celeste joya, en actitud de elevarse, amor arriba, a la gloria” (J. Berbel, 1973)

El sacrificio no está reñido con la doctrina de Jesucristo, pero a Dios se le encuentra antes con «Amor y conocimiento de Dios, no con holocaustos» (Os. 6,6) Cristo dejó dicho «Misericordia quiero y no sacrificio» (Mt, 9,13) es decir, no se aspira a la santidad solo con las apariencias y ritos externos sin atender la caridad para con el prójimo que es lo más agradable a Dios. Para seguirle a tope, Cristo lanzó esta sentencia: «El que quiera venir en pos de mi, tome su cruz y sígame» (Lc. 9,23), esto es, sé mi discípulo con todas sus consecuencias, por convicción, renunciando a la ambición y al prestigio mundano.