jueves, 8 de diciembre de 2016

EL SEÑOR HA HECHO MARAVILLAS.

María y la naturaleza.

La Solemnidad de la Inmaculada, la Purísima en lenguaje común, la bendita entre todas las mujeres, nos lleva a la presencia viva de María, la mujer que halló gracia a los ojos de Dios; la que en Ella Dios manifestó su victoria.

“El Señor ha hecho maravillas”, canta el Salmo de la liturgia del día, el 97, no solo en María, también la naturaleza tiene un lugar destacado en ese quehacer divino. “Aclamad al Señor toda la tierra...”, las montañas y laderas, los campos y las estepas, los mares y los ríos están gobernados por el Señor. Toda la naturaleza se rige por sus leyes.

Entre mayo, junio y parte de julio se recogen las cosechas de trigo o cebada sembrados meses antes. Es cuando llega el momento de ver que el grano germinó, señal de que cayó en tierra buena, y produce fruto generoso, espigas plenas de vida. Durante meses la naturaleza ha cumplido un rito secular rubricado por la Providencia: Recibió la semilla caída, “Salió un sembrador a sembrar...”-dice la parábola-, la cobijó en sus entrañas, vino la lluvia, agua del cielo que roció el campo antes surcado de un pardo mohíno, para luego tornarse en alfombra verdeante de primavera a la par que brotaron los primeros tallos, hijuelos nacidos de la madre tierra. Con los primeros calores el verdor mutó a un amarillo chillón y las espigas, dobladas por el peso del grano, anunciaban su pleno florecimiento. El sol avisó de que ya estaban en sazón y de que era llegada la hora para la siega.

En otros tiempos los labradores segaban a mano sin otra herramienta que una hoz. Cortaban los tallos erguidos a ras del suelo y los iban dejando a un lado para que otros formaran las gavillas que llevaban a la era para la trilla. Era un trabajo duro de hombres y mujeres trabajando codo con codo de sol a sol, con breves descansos para beber agua o echar un bocado para reponer fuerzas. Una faena mal pagada y poco agradecida a pesar de que nos aviaban el pan nuestro de cada día.  

Las gavillas se esparcían en la era y el trillo de ruedas o de cuchillas de acero, tirado por una mula, cortaba la paja y separaba el grano. Una vez desgranadas las espigas se aventaban para completar la segregación del grano de la paja. El grano se llevaba al granero y el balago se recogía para comida y cama de animales.

Hoy el campo está mecanizado. Entre octubre y diciembre, según los sitios, tiene lugar la sementera. Lo que antes hacía el labrador con un arado tirado por una bestia, ahora una máquina abre los surcos donde deposita la semilla, mientras otra los va cerrando hasta dejar toda la tierra sembrada. Empieza así un ciclo que dura hasta mayo o junio, según que la zona sea más templada o más fría, en que llega la hora de recoger la cosecha. El labrador, que aún conserva la hoz como útil decorativo, sube a otra máquina y recorre todo el campo con idas y vueltas mientras siega, separa el grano de la paja, lo vierte en un vehículo auxiliar, y deja el residuo de las cañas y la paja segadas esparcidas sobre la tierra. La faena ha tenido por testigo unos majestuosos  pinos carrascos que con su alta copa dominan el llano. El campo así queda en rastrojo, rodeado de olivos y almendros. Este trasiego a máquina dura días, calurosos sí, pero sin los sudores de antaño. Después otra máquina recoge todo el resto de cañas y paja tras la recolección y lo empaca, dispuesto para la venta a particulares o a cooperativas para pienso de animales. Año tras año el ciclo se repite.

Pero el campo necesita descanso. La naturaleza necesita descansar de tiempo en tiempo para recuperar los atributos naturales con que Dios la dotó en la Creación. Dios había dicho: “Produzca la tierra vegetación: plantas con semilla de su especie y árboles frutales que den sobre la tierra frutos que contengan la semilla de su especie”. (Gen 1,11).  Así fue y sigue siendo.

Mucho más tarde Dios habló a Moisés en el Sinaí (Lev. 25, 1-7): “Di a los israelitas: Cuando hayáis entrado en la tierra que os voy a dar, la tierra gozará de su descanso en honor al Señor. Durante seis años sembrarás tu campo, podarás tu viña y vendimiarás sus frutos; pero el séptimo año será de completo descanso para la tierra, un año en honor del Señor: no sembrarás tu campo, no podarás tu viña, no segarás las mieses que hayan crecido espontáneamente ni vendimiarás tus viñas no cultivadas: será un año de descanso absoluto para la tierra. Lo que produzca la tierra durante su descanso os servirá de comida a ti, a tu siervo y a tu sierva, a tu jornalero y al extranjero residente, a los que viven contigo. Los productos de la tierra servirán igualmente de comida a tus ganados y a las bestias”.  Ese año de descanso se conoce como año sabático.

Los labradores, de ahora y de siempre, dejan la tierra descansar, arada pero sin sembrar para que se fertilice. En este estado la tierra se mantiene en barbecho.