martes, 25 de diciembre de 2012

Con la Natividad comenzó una nueva Era.

El nacimiento de Cristo, ese sencillo suceso que dio origen a la celebración de la Navidad, fue un acontecimiento capital para la Humanidad. Que todo un Dios omnipotente se haga hombre en el seno de una humilde mujer tiene algo de locura. Locura divina que partió la historia en dos: Lo ocurrido antes de Cristo y lo que sucedería después de Cristo. Con Él nació el año cero para el cómputo de un tiempo nuevo.

Con la llegada de Cristo quedaron abolidos los sacrificios cruentos y las víctimas expiatorias, quedando solo su propio sacrificio de muerte en la cruz, según su voluntad: «Y conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre» explica San Pablo (Hb, 10,10).

Jesucristo es una figura histórica cuya doctrina es conocida a través de sus discípulos. Su doctrina, el cristianismo, es una religión universal fruto de una predicación de mensajes de amor y de redención. Su indiscutible triunfo a lo largo de los siglos no lo han detenido ni Herodes, ni Diocleciano, ni los totalitarismos ni el laicismo más intolerante, porque anida en la conciencia de los hombres de buena voluntad y se asienta en la fuerza del amor fraterno y del perdón.

El cristiano fetén tiene que predicar esta doctrina con fe y encumbrarla sin tapujos porque tiene rango divino y contra eso nada pueden quienes intentan quebrarla o encerrarla en las iglesias. Ni el amor ni el perdón se pueden rebatir con argumentos groseros o coacciones perversas, a veces disimuladas, como demuestra la experiencia de siglos.

Cuando los apóstoles, conminados por el Sanedrín para que no predicaran la doctrina de Cristo, contestaban que “Obedecerían a Dios antes que a los hombres”,  y los saduceos montaban en cólera y los amenazaban con matarlos, un fariseo llamado Gamaliel, hombre de prestigio, doctor de la ley, les dijo “Mirad bien lo que vais a hacer con estos hombres. Desentendeos y dejarlos libres, porque si lo que predican es obra de los hombres, se destruirá, pero si es de Dios no conseguiréis destruirla. No sea que os encontréis luchando contra Dios”.

La Navidad nació en un pesebre. Nada ni nadie en el mundo ha ejercido tanta influencia en pro del respeto humano entre el hombre y la mujer como la escena del pesebre de Belén, cuna de la Cristiandad.
 
El cristianismo está en el centro de nuestra cultura. La Navidad se celebra en todo el mundo occidental como la gran fiesta de alegría y de paz sin distinción de razas ni nada que la supere, porque Cristo habita entre nosotros.

 

domingo, 16 de diciembre de 2012

PANDERETAS Y ZAMBOMBAS La modernidad no impide...

La modernidad no impide que panderetas y zambombas resistan el paso del tiempo y lleguen lozanas a la Navidad para acompañar el canto de villancicos, el cante tradicional que entonan las familias en torno a las figuras del belén para anunciar que celebran la Natividad del Señor. 

Los belenes son la parte visible de la llegada a la Tierra del Niño Jesús, el Mesías de Dios que anunciaron los profetas, encarnado en una Santa Mujer, que vino a nacer en un pueblo desconocido de Judea para traer la alegría y la paz a los hombres de buena voluntad.


¡Cantad “Campana, sobre campana”; “Los peces en el rio”; “A Belén pastores” o “Noche de paz”; tocad panderetas y zambombas; vitoread al Dios que ha nacido y decid Feliz Navidad!

domingo, 2 de diciembre de 2012

LA INFANCIA DE JESUS

Cuando del almanaque salta la gran Solemnidad de Cristo Rey y llegan los tonos morados del Adviento, que es el tiempo precursor de la Navidad, es el momento de empezar a prepararse para la alegre fiesta del Nacimiento de Cristo, que eso significa Navidad.

Al principio de nuestra era los cristianos solo conmemoraban la Pasión y Resurrección de Cristo por considerar irrelevante el momento de su nacimiento. Hubo que esperar hasta el año 320 para empezar a celebrar de forma humilde la Navidad, pero fue en el siglo VIII cuando la liturgia de esta Fiesta alcanzó el realce con la que, salvo algunas variaciones, ha llegado hasta hoy.
Si la Pasión y Resurrección de Cristo se representan con imágenes sobre tronos en procesión, su Nacimiento se representa en los belenes, siguiendo la tradición iniciada por San Francisco de Asís en 1223 cuando se le ocurrió montar uno para reproducir la escena de Belén.

Coincide la entrada del Adviento con la aparición del libro del Papa Benedicto XVI “La infancia de Jesús”, el tercero dedicado a la figura de Jesús de Nazaret. El primero abarca desde su Bautismo hasta la Transfiguración y el segundo desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección. Con el último libro se completa la trilogía sobre Jesucristo, y sobre ello el teólogo Olegario Gonzalez de Cardenal, ha escrito: «Cuando los evangelistas tuvieron la experiencia de que aquel a quien los hombres habían crucificado, Dios lo había resucitado, se preguntaron por el sentido de todo lo que habían vivido con Jesús y sobre todo quien era y de donde venía para que Dios hubiera actuado así con Él. Y evocaron todo lo vivido hasta llegar al mismo nacimiento de Jesús. Una convicción les animó: El que ha resucitado es el mismo que ha muerto en la cruz, el que ha predicado el Reino, el que ha nacido en Belén. Y concluyen: éste a quien Dios ha resucitado es su Hijo. Y el que nace en Belén es ese mismo Hijo encarnado».  
El libro ha desatado una falsa polémica porque, según algunos que ni siquiera lo han leído, el Papa “niega la existencia del buey y la mula en el pesebre de Belén”. Los que se han rasgado las vestiduras, antes de decir nada debían leer el libro, y documentarse en los Evangelios, donde no aparecen ni el buey ni la mula en el establo de Belén, que es la fuente empleada por el Papa para el conocimiento de Jesús.

Muy al contrario Benedicto XVI, anima a mantener esa tradición que inició San Francisco. Más aún: ahonda en el significado del buey y la mula citando a Isaías (1,2-3) que pone en boca del Señor esta profecía: «Hijos he criado y educado, y ellos se han rebelado contra mí. El buey conoce a su amo y el asno el pesebre de su dueño; Israel no me conoce, mi pueblo no comprende». De este texto se sirvió la tradición cristiana para poner estos animales junto al pesebre de Jesús, capaces de reconocer al único Señor, y como símbolo del amor del nuevo Israel que sí tiene conocimiento del Señor a través de la Iglesia.
También a los belenes se les pone nieve, pero según San Lucas “en la región había unos pastores acampados al raso” lo que hace suponer que la noche no era tan fría para que hubiese nieve. Por si acaso la Virgen había preparado el viaje pensando en la profecía de Miqueas: «De ti, Belén, Efratá, saldrá quien ha de gobernar en Israel», y por eso iba provista de pañales con los que envolvió al niño y lo acunó en el pesebre.

La Navidad viene de camino. El Papa en su libro ahonda en esta fiesta que conmemora el Nacimiento del Niño Jesús, y sigue con el relato de su infancia vivida entre Egipto y Nazaret. Hay que leer el libro para conocer algo más de los primeros años de quien es el Señor de la Historia, y hay que seguir montando belenes, con mula, con buey, con nieve o si ella, cantar villancicos y si se tercia entonar el “Gloria a Dios en las alturas” que sí aparece en el Evangelio.