viernes, 19 de abril de 2024

LA OMNIPOTENCIA DE DIOS

«El mundo no conoció a Dios por el camino de la sabiduría, sino por la predicación para salvar a los que creen. los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero para los llamados —judíos o griegos—, un Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios» (1Cor 1, 21-24).

Nosotros cargamos con la idea de Dios que Jesús vino a cambiar. Podemos hablar de un Dios espíritu puro, ser supremo, etc., pero ¿cómo podemos verlo en la aniquilación de su muerte en la cruz?

Dios es omnipotente, pero ¿qué tipo de omnipotencia es la suya? Frente a las criaturas humanas, Dios no puede imponerse. No puede hacer otra cosa que respetar la libre elección de los hombres. Y así el Padre revela su omnipotencia en su Hijo que se arrodilla ante los discípulos para lavarles los pies; en su Hijo que, reducido a la impotencia de la cruz, continúa amando y perdonando, sin condenar jamás.

La verdadera omnipotencia de Dios es la impotencia total del Calvario. ¡Qué lección para nosotros que siempre queremos destellar! ¡Qué lección para los poderosos de la tierra! Para aquellos que no piensan ni remotamente en servir, sino sólo en el poder por el poder; aquellos – dice Jesús – que “oprimen al pueblo” y “se hacen llamar bienhechores” (Mt.20,25; Lc.22,25).

El triunfo de Cristo en su resurrección ¿no anula esta visión, reafirmando la invencible omnipotencia de Dios? ¡Hubo, por supuesto, un triunfo en el caso de Cristo, y un triunfo definitivo! La resurrección ocurre en el misterio, sin testigos. Su muerte fue vista por una gran multitud y participaron las más altas autoridades religiosas y políticas. Una vez resucitado, Jesús se aparece sólo a unos pocos discípulos, fuera del foco de atención. Con esto quería decirnos que después de haber sufrido no debemos esperar un triunfo externo, visible, como la gloria terrenal. El triunfo se da en lo invisible y es de orden superior porque es eterno. Los mártires de ayer y de hoy son testigos de ello.

El Resucitado se manifiesta en sus apariciones de manera suficiente para dar un fundamento sólido a la fe, a quienes no se niegan a creer. No aparece entre ellos para demostrarles que están equivocados. Se comporta humildemente en la gloria de la resurrección como en la aniquilación del Calvario. La preocupación de Jesús está en tranquilizar a sus discípulos desmayados y, antes que ellos, a las mujeres que nunca habían dejado de creer en Él.

Acojamos la invitación que Jesús dirige al mundo desde lo alto de su cruz: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré” (Mt 11, 28). Aquel que no tiene una piedra sobre la que apoyar su cabeza, que ha sido rechazado por los suyos y condenado a muerte, se dirige toda la humanidad, de todos los lugares y de todos los tiempos, y dice “¡Venid a mí todos y yo os aliviaré!”

¿Quién nos separará del amor de Cristo?, ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada? […]. Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor. (Rom 8, 35-39)

Cardenal Raniero Cantalamessa
Homilía del Viernes Santo 29 de marzo de 2024.
Texto reducido

jueves, 4 de abril de 2024

ARTE SACRO EN SEMANA SANTA

En el arte sacro se percibe la huella de Dios.

Ha pasado la Semana Santa con sus imágenes y sus símbolos sagrados dando esplendor al culto cristiano. Esto será así, siempre que muestren dignidad y belleza y no atenten contra la doctrina Evangélica.

Desde muy antiguo el arte sacro constituye un patrimonio puesto al servicio del culto divino. Una catedral, una iglesia, una capilla, una imagen, una pintura, un estandarte u otro símbolo sagrado, debe estar en consonancia con la fe del creyente. Las obras de arte sacro que expresan la belleza divina guían al hombre hacia Dios, por lo que requieren una buena dosis de inspiración religiosa por parte del artista.

En Cuaresma y Semana Santa es el tiempo propicio para hacer visible el arte sacro. Los templos y las calles se llenan de Imágenes Sagradas escoltadas por estandartes, ciriales, guiones, faroles, cruces y otros símbolos, siguiendo una tradición secular. Las manos del artista contribuyen a exaltar el misterio de la Pasión del Señor. Unos con más acierto que otros, pero todos con igual grado de fe, se han inspirado para que su obra y su propio estilo, sea fuente de devoción y sea aceptada por el pueblo por su belleza y porque ayude a rezar. La obra que trasmite cercanía tiene un alto componente de fe.  Si falta la fe se trasmite a la obra.

El artista no puede idealizar una imagen o un símbolo sagrado a su capricho y ajeno a la realidad. Las imágenes y los símbolos nunca son irrelevantes. Una imagen “inventada” rehúye lo que representa el Misterio y alejará al pueblo fiel. La Imagen de Jesús crucificado con la cabeza inclinada refleja perdón; la Cruz simboliza Redención, y un puñal en el pecho identifica a la Virgen Dolorosa. Solo son tres ejemplos, porque hay más.

La Semana Santa se anuncia con un cartel que retrata la conmemoración de la Pasión del Señor Jesucristo. El cartel lleva plasmado cualquier escena de las horas trascurridas desde la Oración en el Huerto de Getsemaní hasta la Resurrección. Su hechura, su diseño, su forma y su color van más allá de su estética. Tratándose de la representación de un hecho real, cuyos personajes, Jesús y María, mostraban rasgos propios de la situación que padecían, sufrientes para más señas, no pueden idealizarse por mucha buena voluntad que tenga su autor. La imagen de Jesús será la propia de un hombre con más de treinta años que soportaba un cruel castigo, y la de María, la de una madre desconsolada e impotente ante la injusticia, que lloraba los padecimientos de su hijo.

Las obras de arte, tanto en Semana Santa como en los lugares de culto, proclaman la fe y crean un ambiente apto para la adoración y veneración. Las advocaciones de las Imágenes encarnan pasajes concretos y no admiten aditamentos que las desvirtúen. El arte sacro no debe tergiversar el impacto estético y espiritual de quienes lo contemplan.

José Giménez Soria