Tras
la muerte de Abel, Adán y Eva engendraron a Set, su tercer hijo al que
siguieron ocho generaciones que empezaron en Enós, descendiente de Set, y continuaron
con Quenán, Malalel, Yared, Henoc, Matusalén y Lamec, que engendró a Noé. También
tuvieron más hijos e hijas que se
multiplicaron sobre la tierra según las palabras de Dios: «Sed fecundos y
llenad la tierra» (Gn. 1,28).
Con
el tiempo creció la maldad y Dios lo vio, y se arrepintió de haber creado al
hombre. Entonces decidió exterminarlo con un diluvio, pero se fijó en Noé, que
era justo y honrado en una época en que la humanidad se había corrompido, y obtuvo
el favor y la bendición de Dios incluso para sus hijos
Sem, Cam y Jafet.
Dios
habló a Noé y le mandó hacer un arca de madera para él, su familia y parejas de
animales de todas las especies. Todos entraron en el arca y empezó a llover. Dice
el Génesis (7,11) que «En el año setecientos de la vida de Noé reventaron las
fuentes del gran abismo y se abrieron las compuertas del cielo y estuvo
lloviendo cuarenta días y cuarenta noches». El agua subió por encima de las
montañas más altas y el arca flotaba sobre la superficie de las aguas. Y sigue
el Génesis (7,21-22) «Perecieron todas las criaturas que se movían en la
tierra: aves, ganados, fieras y cuanto bullía sobre la tierra y todos los
hombres. Todo lo que exhalaba aliento de vida, todo cuanto existía en tierra
firma, murió». Las aguas llenaron la tierra durante ciento cincuenta días al
cabo de los cuales Dios sopló viento y el agua comenzó a bajar.
El
diluvio marcó el final de una era. Cuando la tierra se secó, Noé salió del
arca, construyó un altar y ofreció un holocausto a Dios. Dios aceptó el
sacrificio y dijo: «Nunca más maldeciré la tierra por causa del hombre, ni
volveré a destruir a los vivientes como lo he hecho» (Gn.8, 21) y estableció
una alianza con Noé y sus hijos: «Establezco mi alianza con vosotros; nunca
volveré a destruir criatura alguna ni habrá otro diluvio que devaste la tierra»
(Gn. 9,11). Dios restableció el orden de la creación y selló una paz duradera
con el hombre con esa promesa. Después Noé vivió dedicado a la agricultura
hasta un total de novecientos cincuenta años.
La
tierra se repobló con los descendientes de los hijos de Noé cuyas familias se
esparcieron por los territorios entonces conocidos. La genealogía de Adán a Noé
continuó con los descendientes de Sem, el mayor de los hijos, que engendró a
Arfacsad, éste a Selaj, éste a Eber, éste a Peleg, éste a Reu, éste a Serug,
éste a Najor, éste a Teraj y éste a Abrán, a Najor y a Arán.
Adán
representa a la humanidad creada por Dios y Noé a la humanidad salvada por Dios
del diluvio.
José Giménez Soria