miércoles, 10 de noviembre de 2021

MARÍA O LA FE SOBRE EL ASFALTO

La política social tolerará todo lo que tenga apariencia de afirmación de la libertad, menos si esta libertad es la de ejercer el derecho a manifestar la fe o presentarla públicamente en su radicalidad.

Se trata de erradicar rápidamente cualquier signo que recuerde lo que nosotros creemos y que es el fundamento de nuestra dócil actitud como ciudadanos. Quitar los crucifijos de las aulas, de los ministerios, de los hospitales; expulsar a los capellanes de todos los lugares públicos, prohibir la objeción de conciencia de los médicos, convertir en derecho la muerte... Todo esto es como un juego de niños para ir acotando terreno hasta hacerse con todo el cuadrante dibujado en el suelo. Aunque no quede espacio para la fe, no podrán contra ella, brotará espontáneamente sin que pueda ser controlada por las diversas policías del pensamiento que retornan cíclicamente a lo largo de la historia.

El cristianismo está acostumbrado a su misión: el martirio. No puede ser el discípulo superior al maestro y si Él mostró ese camino tan crudamente, ¿qué podrá esperar el que le siga?

El luctuoso suceso del colegio en el que una niña fue atropellada por la madre de otra puede que haya conmocionado a algunos, dejado indiferentes a otros que, llenos de odio, habrán puesto la mira en aspectos secundarios, políticos, de clase, y les habrá servido de ocasión para afirmarse en su ideologizada visión del mundo. Sin embargo, lo que ha pasado muestra que el cristianismo está imparable: cuanto peor le va en el mundo mejor le va en su misión. 

El que una madre haya renunciado a contemplarse en su propio dolor, después de anunciar a su hija moribunda la buena noticia de que el cielo existe, para consolar el dolor de otra, es una forma moderna de martirio. Martirio es la palabra de origen griego que se traduce al latín como testimonio. ¿De qué son mártires/testigos las dos madres?: de una maternidad anterior. Otra madre que entregó a su hijo y que experimentó cómo una espada le partió el corazón para mostrar al mundo una forma de vivir inédita en el imperio romano. ¿Era la única forma de abrir la puerta de la esperanza en un mundo que carece de ella? En una sociedad que trata de cerrar el cielo a cal y canto creyendo mostrar que el orgullo prometeico es la consumación de todo lo que el hombre puede esperar, este acontecimiento le ha roto los esquemas.

Queridas Marías mártires sólo podemos rezar por vosotras, pero con la seguridad de que nuestra oración hará prorrumpir en llanto a los ángeles que os consolarán cada día de vuestras vidas, porque sois el objeto de una misteriosa elección que mostrará al mundo una forma de vivir que no conoce, que ha despreciado, y que, por eso, lleno de rabia y resentimiento trata de erradicar de nuestras vidas.

 Nos quitarán las cruces de las aulas, de las casas, de los hospitales, de las plazas, de los cruces de caminos, pero no podrán arrancarlas de sus vidas, y quedarán sumidos en la tristeza de no encontrar consuelo para el dolor, ni esperanza en la desesperación que se les avecina. Gracias. No os conozco, hermanas, pero vuestra fe, salva la mía y me llena de esperanza.

Ángel Barahona
Director del departamento de Humanidades
 de la Universidad Francisco de Vitoria