viernes, 30 de diciembre de 2011

LA SAGRADA FAMILIA.

Hoy, 30 de diciembre, es la fiesta de la Sagrada Familia representada por José, María y el Niño Jesús que ha nacido en Belén hace unos pocos días. El nacimiento del nuevo Bebé ha estado lleno de sobresaltos, primero por la premura de un viaje inesperado para cumplir la obligación ordenada por el legado de Siria, Sulpicio Cirino, de actualizar el censo, según edicto del emperador Octavio Augusto, y después por la forzada marcha de la familia a Egipto para escapar de la amenaza del rey Herodes de acabar con el recién nacido.

De este segundo viaje solo Mateo relata que José “tomó al niño y a su madre por la noche y partió para Egipto”. Las hipótesis sobre este episodio apuntan a que, desde Belén, la Sagrada Familia Belén iniciaría una ruta del sur a través de las montañas de Hebrón para después caminar hacia Gaza a orillas del Mediterráneo donde descansarían. Es probable que en Gaza se unieran a una caravana camino de Bersabé donde empezaba el desierto del Negueb. Caminarían de día y descansarían de noche en algún oasis.

A las penalidades del camino, con grandes diferencias de temperatura entre el día y la noche, se unía el temor de José y María al percatarse de que su Hijo era ya objeto de persecución a muerte. Cuando pasaron la frontera, lejos del dominio de Herodes, avanzarían hacia Pelusio al este del actual canal de Suez y luego bordearían el valle del Nilo para marchar a Heliópolis y de allí seguirían hasta Matarieh, el sitio donde según una tradición del siglo XIII buscaron refugio. Habrían recorrido unos cuatrocientos kilómetros durante unos 20 días.

Matarieh era una aldea rodeada de sicómoros, y en ella buscarían acomodo. Por entonces en aquellas tierras había numerosas colonias de judíos exiliados que se ayudaban entre sí. José ejercería su oficio trabajando para mantener a su familia. Permanecerían entre cuatro y siete años, según algunas hipótesis, hasta que, otra vez al ángel del Señor, advirtió a José que “volviera a Israel porque habían muerto los que atentaban contra el Niño”.

En efecto entre el 4 a.C. y el 6 d.C. murió Herodes en Jericó, sucediéndole su hijo Arquelao en Judea y su otro hijo, Herodes Antipas, en Galilea. Es probable que la Sagrada Familia regresara por mar desembarcando en Yamnia. José conocería la crueldad de Arquelao que había hecho matar a tres mil judíos en Jerusalén, por lo que temió ir a Belén y se dirigió al norte a Galilea y se establecieron en Nazaret, una aldea desconocida donde Jesucristo pasó la mayor parte de su vida.

La infancia de Jesús transcurriría en un ambiente familiar como cualquier niño de su época. Crecería al amparo de su Madre y ayudaría a su padre en las tareas de carpintería. Aprendería la ley de Moisés, acudiría a la Sinagoga y celebraría la Pascua judía. A los doce años, en el conocido encuentro del Templo con los doctores, dio las primeras muestras de sabiduría.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

LUCES

Cada año más pronto, incluso antes de que diciembre asome con sus fríos y heladas, los políticos municipales se adelantan a darle al interruptor de las luces multicolores que cuelgan de calles y plazas para ¿anunciar dicen? la Navidad. No queda ya pueblo o ciudad que no se precie de intentar crear un ambiente navideño con bambalinas encendidas que antes eran de luces de neón y ahora son de lámparas de bajo consumo para justificar el gasto. Lo de crear ambiente navideño es un decir, porque desde hace muchos años tiene más de ambiente comercial y de consumo que de otra cosa. Basta darse un paseo por el centro de cualquier población para ver que todo el mundo compra “algo” que, convenientemente envuelto en papel de regalo, se convierte en un obsequio efímero al que hay que corresponder con otro “algo” envuelto también en papel de regalo. Se ha creado una falsa obligación a la que hábilmente contribuyen los políticos municipales encendiendo luces multicolores.

Esas luces no pueden ocultar, sin embargo, otras colgadas más arriba que no necesitan de políticos para que iluminen el cielo nocturno. Su energía data de antes de los siglos, cuando la mano invisible de Dios las colgó el cuarto día de la Creación para separar la luz de las tinieblas. Son las estrellas que se dejan ver en las noches al raso de diciembre. Las mismas que iluminaron a unos pastores que velaban sus rebaños en una noche estrellada y celebraron la primera Navidad de la Historia en un pueblo de Judá de callejas sin luces que la misericordia de Dios eligió para que “nos visitara el sol que nace de lo alto”.

Siglos después de aquello, San Francisco dio vida a la misma escena ocurrida en aquel pueblo llamado Belén con unas figuritas de barro que recuerdan la cuna de la Navidad, una fiesta que dura, y durará muchos años, porque es una tradición enraizada en la noche del nacimiento del Hijo de Dios.

Las luces multicolores son un adorno superfluo prescindible. Vivir la auténtica Navidad requiere ponerse en camino como hicieron los Magos guiados por aquel astro misterioso, y al llegar a Belén abrir nuestros cofres llenos de generosidad y, postrados, adorar al Niño. Un Niño que llega cargado de regalos envueltos en humildad, sencillez y amor para repartirlos entre los hombres de buena voluntad.

domingo, 23 de octubre de 2011

PERDON

La casta política en pleno se ha puesto contenta con el reciente comunicado en que tres encapuchados, ETA dixit, anuncian “el cese definitivo de su actividad armada”. La prensa, la radio y la televisión lo han divulgarlo cada cual según su prisma, los comentaristas idem idem, y los políticos han soltado mucha palabrería, modulada según conveniencias de partido pues estamos en campaña electoral y no es cosa de molestar demasiado.

Pocos se han acordado de las víctimas, y casi nadie de la palabra perdón. Será que el perdón es lo que distingue al cristiano, y declararse cristiano o simplemente aparentarlo, ni es moderno ni oportuno.

Los encapuchados, -violentos se les llaman ahora con un eufemismo depravado-, se han olvidado de pedir perdón por los crímenes cometidos, lo que dice poco en favor de un arrepentimiento sincero. De la boca de los enmascarados y boina negra no saldrá nunca la palabra perdón porque tienen sucio el corazón y en su conciencia no cabe la dignidad de todo ser humano.

Muchos deudos de las víctimas perdonarán, porque Cristo dijo que había que perdonar “no siete, sino setenta veces siete”, y Él murió perdonando a sus enemigos.

domingo, 4 de septiembre de 2011

AL FINAL DE LOS TIEMPOS.

“Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor, en la cima de los montes encumbrado sobre las montañas”. Isaías (2, 2-5)

Con frecuencia el término apocalíptico es empleado como sinónimo de espantoso cuando suceden situaciones adversas o catastróficas, por asimilación a la gran tribulación que predice el Apocalipsis para antes de la Parusía o segunda venida de Cristo. Es cierto que ya Cristo, en su primera venida, anunció señales precursoras, «Se levantarán pueblos contra pueblos, habrá hambre, guerra, dolor y persecuciones, surgirán falsos profetas y falsos mesías que harán prodigios para engañar, el sol se oscurecerá, la luna no alumbrará y las estrellas caerán del cielo», pero el último libro de la Biblia no predice solo desgracias sin tregua, si se lee hasta el final resulta ser un libro de esperanza y consuelo para los que aman a Dios.

El Apocalipsis, que significa revelación, comienza así: «Revelación de Jesucristo, que Dios le ha dado para mostrar a sus siervos lo que va a suceder pronto. Dios la ha dado a conocer por medio de un ángel a su siervo Juan, el cual atestigua, como palabra de Dios y testimonio de Jesucristo, todo lo que ha visto». Aunque el nombre se le relaciona con algo secreto, oculto o misterioso, es todo lo contrario pues desvela lo que ocurrirá al final de los tiempos. Un final, la Parusía, no para dentro de millones de años, sino que va a suceder pronto.

¿Y qué escribe Juan de lo que ha visto u oído por revelación divina? Pues escribe todo lo que descubre en las Visiones que le muestra el ángel, como la Corte celestial, los Siete Sellos, la muchedumbre de los Elegidos, las Siete Trompetas, la Virgen y el Dragón, los Siete Ángeles con las Siete Plagas, la caída de Babilonia, el Juicio Final y la Jerusalén celeste. El Apocalipsis es una profecía que sirve para dar ánimo y, aunque describe cosas tremendas, evoca la gloriosa manifestación de Dios y de su Hijo Jesucristo al término de la historia humana.

A esa gloriosa manifestación final se refiere el apologeta Juan en sus últimas Visiones.

Así, en la Visión del Juicio Final, escribe: «Vi un gran Trono blanco y al que estaba sentado sobre él. A su vista el cielo y la tierra huyeron, sin que se les encontrase en ningún lugar. Vi los muertos grandes y pequeños de pie delante del Trono, y los libros se abrieron, y se abrió también otro libro, el libro de la Vida. Y los muertos fueron juzgados por lo que estaba en los libros, según sus obras… El que no fue encontrado en el libro de la Vida fue arrojado al estanque de fuego». Del testimonio de Juan se desprende que, después del Juicio Final, solo permanecerá Dios y los que le hayan seguido con sus obras.

Y cuando hayan pasado el Juicio Universal, las persecuciones, las luchas y las catástrofes descritas en anteriores Visiones, vendrá lo nuevo, la ciudad santa que describe el vidente. Esta es la Visión de la Jerusalén celeste:

«Vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el cielo y la tierra de antes pasarán, y el mar ya no está. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo del lado de Dios preparada como una Novia. Y oí una voz desde el Trono que decía. “Esta es la morada de Dios con los hombres, y habitará con ellos, y ellos serán su pueblo y Él será su Dios. Enjugará las lágrimas de sus ojos y no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni pena, porque el primer mundo ha desaparecido”. Y el que estaba sentado en el Trono dijo: “Yo lo hago nuevo todo”. Y añadió: “Escribe, pues estas palabras son fieles y veraces”. Y me dijo: “Yo soy el alfa y el omega, el principio y el fin. Al sediento le daré gratis de la fuente del agua de la vida. El vencedor poseerá todo esto; yo seré su Dios y él será mi hijo. Pero los cobardes, los incrédulos, los homicidas, los lujuriosos, los idolatras y los mentirosos tendrán su herencia en el estanque ardiente de fuego y azufre, y es la muerte segunda”».

Sigue la Visión describiendo las dimensiones, los muros, las puertas y la plaza de la ciudad santa, con los nombres escritos de las doce tribus de Israel y de los doce apóstoles. Y añade. «No vi en ella templo alguno, pues su Templo es el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero. La ciudad no necesita sol ni luna que la iluminen pues la gloria de Dios la ilumina, y la lámpara es el Cordero. A su luz caminarán las naciones y los reyes de la tierra llevando a ella su gloria. Sus puertas no se cerrarán nunca, pues noche no habrá. En ella no entrará nada impuro, ni quien comete abominación o mentira, sino únicamente los que están escritos en el libro de la Vida del Cordero».

El vidente continúa «Ya no habrá maldición alguna. El Trono de Dios y del Cordero estará en la Ciudad y sus siervos adorarán a Dios y verán su cara y llevarán su nombre en la frente. No habrá noche, ni luz del sol porque el Señor Dios los iluminará y reinarán por los siglos de los siglos».

La Jerusalén celeste es descrita como la Ciudad de la Luz y de la Vida, donde los elegidos verán el rostro de Dios: verán su cara.

¿Cuándo ocurrirá todo esto? «El que afirma estas cosas, dice “Sí, yo voy a llegar pronto”. Amén, ¡Ven Señor Jesús!». La Parusía será pronto, pero hay que tener en cuenta que el cómputo divino en relación con el tiempo, es muy distinto al humano como explica San Pedro en su Segunda Carta: «Hermanos, no debéis olvidar que un día es ante Dios como mil años, y mil años como un día». (2 Pe 3,8-10)

miércoles, 13 de julio de 2011

AL DIOS DESCONOCIDO

En su largo peregrinar, San Pablo, bordeando la costa noroeste del mar Egeo, llegó a Atenas, cuna de eminentes pensadores que durante siglos fueron exponentes de diversas escuelas del saber, de la moral y de la política, y muy hábiles en la dialéctica.

Al igual que en otras partes de la Grecia antigua, en Atenas eran frecuentes las discusiones sobre las creencias, las deidades y el origen del mundo, y las disputas culturales y religiosas. Al llegar San Pablo se encontró con un ambiente cultural inmenso que ejercía una atracción irresistible para cuantos aspiraban a adquirir ciencia y cultura, especialmente los jóvenes. Sin embargo le irritó ver una ciudad llena de ídolos. Los atenienses, gente muy religiosa, tenían multitud de divinidades a las que idolatraban, fruto de su idea de que tras cada circunstancia adversa había la acción de un dios. Y por si acaso uno de esos dioses no era el propicio para alguna incidencia imprevista, tenían un altar al “dios desconocido” y así cubrían sus espaldas.

Al principio San Pablo discutía con los judíos en la sinagoga, y en la plaza pública se encontraba con filósofos epicúreos, defensores de la buena vida, y estoicos, más dados a la virtud. Unos se burlaban llamándole charlatán, y otros criticaban que parecía un predicador que hablaba de dioses extranjeros. No por ello menguó su celo apostólico por predicar el Evangelio y por eso aceptó la invitación de ir al Areópago a predicar la nueva doctrina.

El Areópago era el tribunal superior donde se juzgaban cuestiones religiosas y morales, y también un lugar de reunión donde los atenienses y extranjeros acudían a oír o a decir la última novedad. San Pablo se encontró con un exigente auditorio ávido por conocer lo que diría aquel forastero. Por haber nacido y vivido en Tarso, centro de cultura y saber griegos, había estudiado disciplinas helénicas y eso le valió para hacer frente a aquella asamblea de elevada cultura adaptando su lenguaje al publico de tenía delante.

Hombre culto, sabedor de su capacidad de atracción para los demás, se plantó en medio del Areópago y con inspirada elocuencia empezó diciendo, “Atenienses, veo que sois muy religiosos. Paseando por vuestros monumentos sagrados he visto un altar dedicado al Dios desconocido. Pues eso que veneráis sin conocer, os vengo yo a anunciar”. Este arranque inesperado confundió a los oyentes y San Pablo aprovechó para arremeter contra la idolatría: “El Dios que ha hecho el mundo y todo lo que hay en él, no vive en templos construidos por el hombre, ni es servido por manos humanas, pues Él, de un solo hombre ha creado todo el linaje humano para que habitase en toda la tierra y buscase a Dios”. Para aumentar el efecto de sus palabras remachó con una cita de un poeta griego que dijo “nosotros somos estirpe suya”, y añadió “por tanto no debemos pensar que la divinidad se parezca a imágenes de oro o plata o piedra hechas por el arte del hombre”. Por si no les había quedado claro les invitó a arrepentirse de la idolatría, “Dios hace saber ahora a todos los hombres que se conviertan, porque tiene señalado un día en que juzgará al universo con justicia”.

Para rematar su discurso echó mano del núcleo principal de la fe cristiana: La Resurrección de Cristo y la esperanza de la resurrección de los muertos. Si él mismo había sido derribado del caballo por Cristo resucitado, ¿cómo no dar testimonio de tal acontecimiento? “Dios-dijo- impartirá la justicia por medio de un hombre a quien ha designado y acreditado ante todos resucitándolo de entre los muertos”. Pero los griegos que creían en la inmortalidad del alma no eran capaces de aceptar la resurrección de los muertos, y por eso muchos de los oyentes lo tomaron a broma y le decían, “De esto te oiremos hablar en otra ocasión”. Algunos como Dionisio el areopagita creyeron. Fue un pensador convertido que no necesitó renegar de su cultura y de su ciencia para ser cristiano.

La proclamación de la fe en la Resurrección de Cristo no fue en vano. Ha servido de estímulo para todos los llamados a anunciar el Evangelio en todos los tiempos y lugares. Hoy como entonces los propagadores de la Noticia de Dios también son objeto de burlas porque dan a conocer al Dios de San Pablo, y no al Dios sin nombre de los griegos. Para ello es preciso adaptarse al lenguaje y a las circunstancias de la época actual como se plantó San Pablo frente a aquel auditorio de hombres cultos y eruditos.

lunes, 13 de junio de 2011

LA COMUNIÓN

En 1969 la Santa Sede acordó que las Conferencias Episcopales que lo pidieran, podrían autorizar que los fieles recibieran la comunión en la mano, aunque manteniendo en vigor la forma tradicional de recibir la Sagrada Hostia en la boca. El modo a seguir era el extender ambas manos haciendo de la mano izquierda un trono para la mano derecha, puesto que ésta debe recibir la Hostia del ministro de la comunión. El comulgante dirá “Amen”, como respuesta a las palabras, “Cuerpo de Cristo”, que pronuncia el ministro, y consumirá la Hostia mirando siempre al altar antes de retirarse a su sitio.

Sobre esto hay quienes consideran que el Cuerpo y la Sangre de Cristo solo pueden ser dados por manos consagradas, mientras otros consideran que tocar la Hostia Consagrada no merma la sobreabundante gracia que nos confiere, que es lo principal.

El asunto se enreda un poco cuando en la Eucaristía el Sacerdote se ayuda de un seglar para dar la comunión, formándose dos filas de personas. Entonces se produce un hecho curioso: los que caen en la fila del seglar se van pasando con cierto disimulo a la fila del sacerdote, seguramente porque creen que el seglar no está preparado para coger el pan ya consagrado como Cuerpo de Cristo, aun cuando tenga la dispensa necesaria. Visto esto, no se entiende que en algunas parroquias con varios sacerdotes, estos no ayuden al oficiante y tenga que recurrir a los seglares.

Hay quien piensa que las manos del seglar que da la comunión, pueden ser vehículos de contagio o simplemente estar sucias, y cambian a la fila del sacerdote que acaba de lavárselas públicamente. Un breve ceremonial de ungir al seglar para dar la comunión y lavar sus manos a la vista de todos los fieles ayudaría a paliar estos prejuicios.

Lo importante, sin embargo, es entender que la Eucaristía es un don sobrenatural en la que Cristo nos reparte su gracia, que hay que recibir en actitud de respeto confortados, cuando sea menester, con el sacramento de la Penitencia.

sábado, 14 de mayo de 2011

OCTAVA DE PASCUA

“Todos los santos tienen su octava”, reza el dicho popular que a algunos les sirve para justificar su olvido a la hora de felicitar al amigo o al pariente cercano en el día de su onomástica, y lo hacen dentro de los ocho días siguientes.

Como la Pascua de Resurrección no iba a ser menos que el santo del día, ya se encarga la Iglesia de continuar esta fiesta en la semana siguiente al Domingo de Resurrección, y a ello le dedica el lunes de la Octava de Pascua, el martes de la Octava de Pascua etc. Y es así porque la Resurrección es la verdad culminante de nuestra fe, hecho estrechamente unido al misterio de la Encarnación y de la Redención que es su plenitud, según el designio eterno de Dios.

“Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana también nuestra fe” afirma tajante San Pablo en 1 Co 15,14 para resaltar la importancia que tiene la fe en la Resurrección del Señor por ser el fundamento del mensaje cristiano. La fe cristiana se mantiene con la verdad del testimonio de que Cristo ha resucitado; si se prescinde de esto la fe queda muerta.

Pues bien, en la Octava de Pascua las lecturas litúrgicas ofrecen pasajes del Señor Resucitado.

María Magdalena, que era muy atrevida, el domingo madrugó, se fue al sepulcro y al encontrarlo vacío, volvió asustada donde estaban Pedro y Juan, les contó que el Señor no estaba allí y los tres salieron corriendo, entraron en el sepulcro y vieron las vendas tendidas y el sudario enrollado en un lugar aparte. Por la forma ordenada en que estaban las vendas y el sudario descartaron el robo del cuerpo de forma interesada y precipitada. Recordaron la Escritura: “resucitará de entre los muertos” y creyeron.

Pedro y Juan se fueron y María Magdalena se quedó allí llorando. Alguien le preguntó porqué lloraba, se volvió, vio a un hombre que confundió con el hortelano, le contó sus penas y el hombre dijo “¡María!”. Al oír su nombre cayó en la cuenta de que era Jesús, y dijo “¡Maestro!”. Es un primer testimonio de la resurrección de Jesús.

También esa mañana dos discípulos caminaban hablando hacia la aldea de Emaús, a unos once kilómetros de Jerusalén, y se les acercó Jesús interesándose sobre el tema de la charla. Ellos, extrañados de que ignorara lo ocurrido aquellos días, lo tomaron por un forastero. Le refirieron lo sucedido, pero se mostraron un poco incrédulos por lo oído a las mujeres y por eso dudaban de la resurrección. Jesús aprovechó para explicarles todo lo que se refería a Él en las Escrituras, desde Moisés a los profetas y, algo más animados, lo invitaron a cenar en Emaús. En la mesa Jesús tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se los dio. Entonces lo reconocieron, pero Él desapareció de su vista. Se volvieron a Jerusalén para contar a los once apóstoles y demás compañeros lo del camino.

Los discípulos estaban confundidos por la desaparición del cadáver y, con bastante miedo, se encerraron en un lugar. En esto apareció Jesús, se plantó en medio de ellos y les dijo, “Paz a vosotros” y les mostró las manos y la herida del costado para quitarles las dudas sobre su resurrección. Después de enviarlos a cumplir su misión evangelizadora, desapareció.

En otra ocasión Jesús se presentó en la orilla del lago y al ver que los discípulos no tenían que comer, les dijo que echaran la red y la sacaron llena. Entonces Juan se dio cuenta de que era Él y le dijo a Pedro “¡Es el Señor!”. Luego comió con ellos pan y pescado.

Ni María Magdalena, ni los caminantes de Emaús, ni los propios discípulos lo reconocieron en el primer momento, porque Cristo Resucitado era una realidad corpórea no sometida a las leyes del espacio y del tiempo. De ahí que la Magdalena viera a un hortelano, los que iban a Emaús a un forastero, los de la orilla del lago lo reconocieron porque vieron pan y un pescado en las brasas, y a los encerrados les tuvo que mostrar las heridas de manos y costado.

Así es como la Resurrección entró en el mundo: con apariciones misteriosas de un cuerpo glorioso a unos elegidos que nos legaron testimonio de ello.

miércoles, 13 de abril de 2011

PROCESIÓN

Una procesión es una sucesión de personas que andan unas tras otras. Son genuinas las de carácter religioso donde las personas llevan imágenes, velas etc. Lo del carácter religioso conviene subrayarlo, y sobre todo en este tiempo de la Semana Santa donde si no hay otras, al menos, la procesión del Vía Crucis se celebra en cualquier rincón de España.

Estos días un grupo de anticristianos anuncia para el Jueves Santo en Madrid una procesión atea, sin más finalidad que ridiculizar la imagen de un Nazareno y ofender la confesión católica. Además de falta de respeto, se nota el odio a las creencias de millones de personas que mantienen su fe en Jesucristo. Y eso justamente el día en que instituyó la Eucaristía. Nadie se extrañe: si hay bautizos y comuniones civiles oficiados por un concejal que hace de monaguillo, una procesión civil es lo que faltaba como síntoma de modernidad.

No es para tomarlo a broma. Lo de este grupo es un ejemplo de cómo los gobernantes toleran el laicismo militante que vuelve a tensar la cuerda con ofensas gratuitas, en un Estado aconfesional pero no laicista que debe ser neutral. Mas como se trata de privar a la Iglesia católica de su autoridad moral favoreciendo el relativismo progresista, todo se permite bajo la falacia de que es un acto festivo. La pregunta es ¿siquiera en algún momento estos sabrán quien fue Jesucristo, la historia de su vida o qué predicó? Lo paradójico es que no creen en su existencia, pero no pueden pasar sin Él. ¿A santo de qué tanta ofensa y tanto odio?

Estos y otros de igual ralea pensarán como Gregorio Peces-Barba, uno de los siete padres de la Constitución española, que ha descargado su mala bilis atacando a los católicos en un periódico con frases como estas, «el "espíritu laico" de Europa coexiste "con una Iglesia católica que vuelve por sus fueros y por su prepotencia desde Juan Pablo II hasta el Papa actual", y añade que "España ha sido una de las grandes perjudicadas del clericalismo" y considera que el Gobierno de Zapatero "consiente demasiado"».

«"Todavía hay tiempo y pido al PSOE y a su Gobierno que se decidan a tomar medidas que se sitúen claramente en la línea debida. Al menos dos medidas, derogación de los acuerdos con la Santa Sede y supresión de la enseñanza reglada de la religión deben ser tomadas».

«En su proclama anticlerical, el militante socialista dice que a los católicos "cuanto más se les consiente y se les soporta, peor responden. Sólo entienden del palo y de la separación de los campos”.» ¿El palo? Sí han leído bien. Este buen señor, que en tiempos de Franco defendía los derechos humanos, tiene las neuronas pasados de época, y por llamarse progresista retorna al año 1936. Acabáramos, buen hombre.

No es tiempo para los católicos de quedarse callados a ver qué pasa. Hemos de decir lo que somos un día sí y otro también. La Iglesia no son solo los curas, hay mucha gente sin sotana que forma parte de ella haciendo un trabajo impagable en Caritas, hospitales, centros de enseñanza, países de misión, sin más salario que la satisfacción de darse al prójimo, que es lo que enseñó Aquel de quien se mofan ahora. ¿Saben esto esos grupitos?

En estos días de Semana Santa es muy buena ocasión para dar testimonio firme de lo que somos, bien como nazarenos, cofrades, hermanos, penitentes, mayordomos, o devotos, y siendo creyentes de Cristo asistamos a los Oficios o a las Procesiones dando la cara y con los símbolos de su carácter religioso.

viernes, 1 de abril de 2011

CARNAVAL DE CADIZ

El carnaval de Cádiz es una de las fiestas más populares de España, además de ser conocida en buena parte del mundo. Es una fiesta donde la crítica chispeante, que abarca a todos los ámbitos de la sociedad, es su seña de identidad. Las comparsas, chirigotas, cuartetos y coros, de una riqueza colorista sin par, pugnan por sacar el máximo provecho a la sátira o a la burla que cantan con sus originales letrillas, jaleadas por sus muchos seguidores.

Parece mentira que en una ciudad no muy agraciada por la suerte del empleo, tiene la suerte de contar con unas gentes que se toman la vida a chirigota, -nunca mejor dicho-, y aprovechan su singular ingenio para cantarle las cuarenta al más pintado. El buen humor vive pared por medio con el amargor de los días, ¡pero no pasa ná quillo!

Este año una de las comparsas, la de Luis Rivero, llamada Los Defensores de Luis, se ha ido por la tangente. En vez de criticar a la Iglesia y a los curas se ha soltado el pelo y ha reivindicado la Fe con un pasodoble titulado “Cada vez que digo que soy creyente…” Porque Luis cree en un Dios que le hace más fuerte y mejor persona, y la mayoría de los 15 mosqueteros que forman la comparsa le siguen. Se puede ser creyente o no, pero tener que pedir perdón por creer en Dios…nada de nada, dice. Esta es la letra del pasodoble:

Cada vez que digo que yo soy creyente
aparece algún valiente que me juzga,
con la voz cobarde del intransigente
que surge siempre de la censura.

Esos que presumen ser inteligentes
y van buscando su razón en la incultura
porque no entienden que la Fe me haga más fuerte
que simplemente es un invento de los curas,
que surge nada más, que surge por el miedo hacia la muerte.

Y a quién se ofende si le doy gracias a Dios,
y a quién se ofende si le pido protección,
¿qué más me da quién me comprende
si el creer me hace más fuerte y me hace ser mejor persona?

Si a Dios lo encuentro solamente en el amor,
y no en las manos indecentes,
que se justifican si le adoran,
ni en las manos pederastas,
ni de aquellos que mataran
ni juraran en su nombre.

Dios está en las manos del que ayuda
del que no pregunta nunca
y que perdona los errores.

Ese es el Dios que me llena
ese es el Dios que ilumina.
y si en el mismo día en que me muera
compruebo de verdad que no existiera,
la misma Fe que muchos tirarían,
si me hizo ser feliz toda mi vida,
ya habrá valido la pena, ya habrá valido la pena.


La coplilla se puede ver y oír buscando en Youtube “Cada vez que digo que soy creyente”.

domingo, 20 de marzo de 2011

EL CRUCIFIJO NO OFENDE

Para los cristianos eso de los Derechos Humanos, siempre tan recurrente, se resume en una frase que nos dijo hace unos dos mil años Jesús de Nazaret antes de que lo colgaran de una cruz: “Amar a Dios, y al prójimo”. Los que seguimos su doctrina tenemos como símbolo a Él mismo crucificado, imagen que nos recuerda continuamente esas palabras, sencillas de entender para el hombre de fe, y complicadas para el que vive como si Dios no existiera. Si el mundo actuara siguiendo el significado de esa frase, no harían falta ni Declaraciones, ni Tribunales de Derechos Humanos, ni cosas por el estilo.

Jesús de Nazaret creó doctrina entre sus seguidores, -el cristianismo-, que la transmitieron hasta hoy, veinte siglos después, como garantía de los valores cívicos de la persona porque dispone amar al otro como a uno mismo, y la seguirán predicando mientras el mundo exista.

Todo lo dicho viene a cuento de la nueva sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, que ha fallado a favor de mantener los crucifijos en las escuelas, en contra de lo que dictó en noviembre de 2009, porque, según dice ahora, la presencia de crucifijos en las escuelas públicas no viola el derecho a la educación ni la libertad de pensamiento y religión. ¡Para esta sesuda reflexión han tardado dieciséis meses como si el amor al prójimo, que es lo que representa el Crucifijo, necesitara mucha interpretación! De todos modos bienvenida sea la rectificación.

A la reciente sentencia han seguido declaraciones de diversos personajes: «Detrás del crucifijo se encuentra el reconocimiento de todos los derechos humanos», declaró el ministro de Justicia italiano, Algelino Alfano, quien añadió que «la cristiandad forma parte de la identidad de Europa». También el presidente del Pontificio Consejo para la Cultura del Vaticano, el cardenal Gianfranco Ravasi, ha declarado que «el crucifijo es uno de los grandes símbolos de Occidente» y ha recordado que «si Europa pierde la herencia cristiana pierde también ´su propio rostro´».

Mientras, aquí, en la España de Zapatero, alentados por la doctrina laicista al uso, hace días unos energúmenos profanaron una Capilla en la Universidad Complutense de Madrid, ante el silencio cómplice de las Autoridades Universitarias que lo consideraron una gamberrada. Y es que, por desgracia, la Universidad ha pasado de ser la docta institución donde aprendimos el conocimiento de las ciencias, las letras y las buenas maneras, a ser un nido infecto donde la vagancia y la chabacanería campan por doquier con la muy académica pasividad de sus rectores. Si éstos se ocuparan de enseñar a los alumnos las bases de nuestra civilización, plasmada en la Historia Sagrada, sin tener que asumir un compromiso de fe, otro gallo cantaría. Pero esto no es progresista.

Afortunadamente, en la misma España de Zapatero, el cristianismo, -que no es un hecho diferencial, ni una anécdota pasajera, ni un ideario político con fecha de caducidad-, aun mantiene bases sólidas de pervivencia entre los españoles, porque es una religión con una legitimidad propia que si desapareciera, desaparecería con él la civilización Occidental, y toda nuestra cultura.

Para frenar estos arrebatos laicistas, hay que empezar a poner remedio con urgencia a los males como la indiferencia religiosa y la devaluación de lo sagrado, debilidades extendidas también entre los creyentes, que son el caldo de cultivo que están propiciando una estrategia de ataque a los católicos hasta llegar a permutar el “Amor a Dios y al prójimo” por el “Aborrecer a Dios y a sus símbolos, y odiar al prójimo que los sigue”.

viernes, 25 de febrero de 2011

Luz en mi sendero

Lámpara es tu Palabra para mis pasos, luz en mi sendero: así reza el salmo. Se ha presentado recientemente la Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española de la Santa Biblia. El libro no es para especialistas sino para todo el pueblo de Dios. Con este motivo los profesores de Sagrada Escritura don Ignacio Carbajosa y don Luis Sánchez Navarro, de la Facultad de Teología San Dámaso de Madrid, responden a las principales dudas que suelen surgir en un primer acercamiento a la Biblia.

¿Por qué el Dios del Antiguo Testamento es terrible, y el del Nuevo Testamento es más bueno?

Los libros de la Biblia se nos han entregado encuadernados en un solo volumen no por separado. Por eso, es fundamental leerlos de forma canónica: el Antiguo Testamento prepara, espera y desea su cumplimiento en el Nuevo, y éste último desvela lo que en el Antiguo esta como escondido. Así, la imagen de Dios, poco a poco, se va desvelando: la justicia, un atributo divino, se muestra definitivamente en Jesucristo como una justicia fuera de toda medida: misericordia. Pero, además, es que esa misericordia ¡ya estaba anticipada también en el AT! Con amor eterno te quiero, dice el Señor a Israel (Is 54, 8).

¿El Génesis es historia o es un mito? ¿Cómo se concilia con la teoría de la evolución?

Hay que distinguir claramente entre los primeros once capítulos del Génesis (la Creación, Adán y Eva, diluvio, Babel, etc.) y la Historia, que comienza con Abrahán, a partir del capítulo 12. En el primer caso, no se pretende narrar una historia enmarcada dentro de la historia del mundo. Es más, lo que se cuenta no se sitúa espacio-temporalmente. Se trata de relatos, compartidos a veces con otras culturas, que nos dan claves teológicas con las que el Israel salvado por Dios interpreta la creación, el misterio del mal, la relación hombre-mujer, la división entre las naciones, etc. Por eso, es absurda toda polémica con la teoría de la evolución. Con Abrahán, sin embargo, comienza la historia del pueblo elegido.

¿Cómo hizo Matusalén para durar 969 años? ¿Y Noé para meter a todos los animales en el arca?

El árbol genealógico que parte de Adán (Gn 5) está poblado de personajes que vivieron centenares de años. No debemos olvidar que el narrador pretende conectar el inicio de la historia de Israel (Abrahán) con el mismo origen de la Humanidad (Adán), y para ello debe recurrir a una larga lista de nombres que quieren describir sintéticamente las generaciones, repartidas en naciones (Gn 10), que llegan hasta el inicio del segundo milenio. Con esas cifras exageradas se pretende colmar una suma de años, que Israel entiende que debieron ser muchos (conocía bien el pasado milenario de Egipto). Por otro lado, Noé necesariamente tenía que meter en el arca todos los animales que conocemos en la actualidad... porque fueron los que se salvaron. La pregunta sobre el cómo sobra en este tipo de relatos.

Las plagas de Egipto, el paso por el mar Rojo, el maná..., ¿todo eso ocurrió de verdad?

Éstas son cosas que jamás podremos verificar históricamente. Con todo, es necesario entender previamente en qué registro literario se mueve el texto. No es lo mismo el testimonio apostólico de los hechos y dichos de Jesús, escrito por testigos oculares pocos años después, que la memoria épica de un acontecimiento que, sin duda alguna, marcó la historia de Israel: la prodigiosa salida de Egipto, puesta por escrito varios siglos después. Las plagas quieren mostrar la acción poderosa del Señor hacia su pueblo. Sobre el paso del mar Rojo podemos hacer muchas conjeturas..., pero sin un acontecimiento excepcional en la salida de Egipto no se entendería ni la originalidad de Israel ni la mitad de las páginas de la Biblia. Sucedió, y así se nos transmite, aunque el cómo no esté sujeto a nuestra imagen de testimonio histórico.

El que vemos en el Evangelio, ¿es el Jesús que existió de verdad?

Así es. Jesús apareció entre los hombres como uno más, probado en todo como nosotros, menos en el pecado (Hb. 4,15). Pero con sus palabras y acciones manifestó su verdadera identidad: era Hijo de Dios en un sentido superior a cualquier otro hombre. Los cuatro testimonios evangélicos, con sus diferencias –a veces notables– de detalle, conservan fielmente la memoria de quienes lo acompañaron por los caminos de Palestina y fueron testigos de esta revelación. El Jesús terreno, el que existió de verdad, era Mesías e Hijo de Dios: era el Salvador (Lc 2, 11).

¿Cómo leía la Palabra de Dios el mismo Jesucristo?

Como judío piadoso, Jesús había aprendido de sus padres a leer la Escritura con el amor y veneración que a todo israelita le merecía el Libro sagrado. Pero, a la vez, su lectura fue absolutamente única, porque Él sabía que en sí mismo llegaba a su cumplimiento el plan salvador de Dios, y por tanto la vocación de Israel. La historia del pueblo sagrado, las profecías, la sabiduría divina, alcanzan en Él su máxima realización; por eso declaró al comienzo de su ministerio: No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud (Mt 5, 17).

Los milagros que hacía, ¿son un recurso literario para que podamos interpretar en ellos una enseñanza?

Los milagros de Jesús eran verdaderas enseñanzas: curaba a los enfermos para mostrar que Él era la vida; limpiaba a los leprosos para presentarse como aquel que puede limpiar nuestro pecado hasta el fondo; multiplicaba el pan para significar que su Palabra es el alimento capaz de saciar a las multitudes. Pero eso era posible porque sus milagros sucedieron, con esa asombrosa sencillez con que el Padre se hace cercano a los sufrimientos y necesidades de los hombres. Sin la realidad de sus milagros, sería incomprensible la impresión que Jesús causó entre sus contemporáneos.

Los que escribieron los evangelios, ¿conocieron en realidad a Jesús?

Hay que distinguir. Marcos fue colaborador cercano de Pedro y Pablo; y Lucas, compañero de Pablo en sus viajes, investigó además los testimonios orales y escritos a su alcance para componer su evangelio. No conocieron directamente a Jesús, pero bebieron de las mejores fuentes. Mientras, Mateo y Juan, a quienes se remontan los otros dos evangelios, siguieron a Jesús durante su vida terrena y fueron testigos de su resurrección. De modo que, por un cauce o por otro, los cuatro evangelios reflejan la imborrable y duradera impresión que Jesús, terrenal y después resucitado, dejó en sus discípulos.

¿Cómo puede ser que las genealogías de Jesús sean palabra de Dios? ¿Qué nos quieren decir?

Las genealogías de Mateo y Lucas parecen una monótona sucesión de nombres extraños, de los que apenas nos suenan unos pocos. Pero su importancia teológica es grande. Primero: funcionan como una síntesis de la historia de la salvación narrada en el AT, esa historia de la Humanidad y en concreto de Israel que ha culminado en Jesús. Cada nombre está lleno de un denso significado, porque en esa historia se ha manifestado Dios. Pero, además, las genealogías manifiestan el hecho central de nuestra fe: el Hijo de Dios ha tomado una carne como la nuestra, se ha hecho Hijo del hombre.

¿Qué es el Apocalipsis? ¿Qué significa tanto número y tanto símbolo?

El Apocalipsis es el libro de la esperanza cristiana: la historia está regida por Jesucristo, el Cordero que, pese a las pruebas y amenazas, conduce a su Iglesia a la Jerusalén celestial. Bajo un ropaje simbólico que, a veces, desconcierta, esconde una inmensa riqueza de significado. Así, en Ap 5, 6 se describe a Jesús como Cordero (destinado al sacrificio) de pie (lleno de vida), como degollado (que ha sufrido la Pasión), que tiene siete cuernos (plenitud de fuerza) y siete ojos (plenitud del Espíritu). Es Cristo resucitado, capaz de comunicar a sus hermanos el don del Espíritu.

¿Por qué estos libros, y no otros?

Ésta es una pregunta que se hicieron ya las primeras generaciones de cristianos, en lo que podemos llamar el proceso de fijación del canon. La Iglesia afirma que éste es un proceso guiado por el Espíritu, dado que por él se reconocen los libros inspirados. Por lo que respecta al Nuevo Testamento, en la determinación de los libros jugaron un papel fundamental algunos criterios, como la lectura pública en la liturgia de unos libros y no de otros, su relación con un Apóstol, su fecha de composición (dentro del período llamado apostólico) o la ortodoxia de su contenido.

¿Son todas las Biblias iguales? ¿Cuál es la mejor?

Las traducciones de la Biblia se hacen con un objetivo. La recién publicada Biblia de la Conferencia Episcopal Española contiene los textos que leeremos en la liturgia, y será utilizada de forma oficial en la catequesis y en los documentos de la Iglesia española. Otras Biblias, como la de Jerusalén, están más pensadas para el estudio, con una traducción más literal y un buen aparato de notas. En otros casos, prima la calidad literaria de la traducción, como es el caso de la Biblia del Peregrino de L. Alonso Schökel. Normalmente las páginas de presentación de una Biblia nos informan sobre el objetivo último de su traducción.

domingo, 9 de enero de 2011

PERSECUCIÓN ABIERTA.

Desde hace unos días se están lanzando cientos de comentarios, críticas y opiniones tras la entrada en vigor de la llamada Ley Antitabaco en España, que muestran diversidad de pareceres, muchos ofensivos y otros de mal gusto. El “prohibido fumar” llena páginas de periódicos, horas de tertulias y encuestas de la televisión. Distinto trato mediático está teniendo la persecución sistemática que en los últimos tiempos están sufriendo los cristianos. Salvo escuetas noticias de prensa, radio o televisión, y con la excepción de algún comentarista bien intencionado, la sociedad en general, y no digamos los gobiernos occidentales, omiten toda referencia a este hecho que se va extendiendo en la misma proporción que emerge la cobardía del mundo occidental, que lo ignora a sabiendas.

Oriente. Estos son algunos casos recientes: Un gobernador paquistaní es asesinado por apoyar el perdón para una cristiana condenada a la horca. Docenas de cristianos iraquíes son ametrallados en el atrio de una iglesia, por pistoleros que gritaban “¡Alá es grande!” mientras apretaban los gatillos. En la Misa de Nochebuena, en Alejandría, la segunda ciudad de Egipto, 21 coptos son asesinados por un terrorista, y el día de Navidad, una serie de bombas acaba con la vida de 86 cristianos, dejando 189 heridos, en el norte de Nigeria.

¿Y qué dicen los gobernantes del mundo? Para la Casa Blanca los ataques son como actos bárbaros y abominables, y para los gobiernos o los medios de comunicación europeos son simples enfrentamientos entre cristianos y musulmanes. Nada más equivocado. Nadie quiere ver que la realidad es la expansión del mundo islámico en su intento de acabar con la civilización occidental, que es la cristiana al precio que sea. A tal punto llega la flaqueza de esos gobernantes, que se olvidan de las matanzas del 11-S en Nueva York; la del 11-M en Madrid y la del 7-J en Londres.

Occidente. Desgraciadamente la cobardía de occidente no solo se manifiesta ignorando estos crímenes. Por el contrario, aquí se blasfema de Jesucristo o de su Iglesia sin ningún remordimiento, como quien insulta algo banal o repugnante. Los símbolos cristianos son vergonzosamente arrinconados, y algunas manifestaciones artísticas, literarias o del espectáculo se hacen en plan de mofa de la religión cristiana, entre aplausos generalizados. Se actúa con insidia y desdén contra todo lo cristiano.

El domingo día 2 de enero se celebró en Madrid la Misa de las Familia, a la que asistieron un montón de familias llegadas de toda España y de otras naciones europeas. La Cruz presidió el acto celebrado en un ambiente festivo extraordinario, en el que se alentó a los jóvenes a perder el miedo a manifestar sus creencias cristianas, y a las familias a afrontar la responsabilidad de vivir el matrimonio cristianamente. A todos se les animó a resistir los embates de un mundo descreído y oscuro. Pues bien, a la prensa progre le ha faltado tiempo para lanzar su ofensiva contra el matrimonio, las familias, la Iglesia, los curas, las monjas… y todo por haberse reunido a rezar en la Eucaristía y pasarlo bien. ¿Tanto molesta esto?

Afortunadamente empieza a surgir una conciencia y una reacción a la hasta ahora impune cristofobia que devasta a las familias y a comunidades enteras, por el hecho de ser cristianos. Ya se oyen voces que alientan a defenderse con sosiego, con esperanza y sin soberbia, para ganar esta batalla. Hay que vencer al mal, a fuerza del bien.

miércoles, 5 de enero de 2011

PLEITESIA GUBERNAMENTAL




En el argot periodístico se dice que una foto vale más que mil palabras. ¿Y si ponemos dos fotos?

En una de ellas se ve al Vicepresidente del Gobierno saludando al Papa Benedicto XVI en Santiago de Compostela en noviembre de 2010, con la cabeza alta mirando de tú a tú. En la otra rinde pleitesía al rey marroquí Mohamed VI con una postura sumisa, en la que solo le faltó arrodillarse.