Desde su llegada al Solio Pontificio, el Papa
Francisco está lanzando a los cuatro puntos cardinales la doctrina de Cristo
con un estilo diferente. Sus mensajes llevan siempre la carga del Evangelio, pero
emplea un lenguaje llano, del común, accesible para la mayoría de los creyentes
y no creyentes. Esto le hace atractivo y de ahí que últimamente su imagen sea
portada de algunos medios que, casi siempre, han ignorado la doctrina cristiana
cuando no la han atacado.
Esos medios dicen que Francisco ha revolucionado el
mensaje, pero omiten que sus palabras son las mismas que la Iglesia pregona,
-es verdad que muchas veces con poco acierto,- desde hace siglos. Ha cambiado
la forma, que es lo que gusta a los periodistas, pero no el contenido del
mensaje que se mantiene fiel a Jesucristo, es decir poniendo su acento en el amor
a Dios y al prójimo. Raro sería lo contrario.
Cristo, consciente del lugar donde vivía y de quienes
le rodeaban, explicaba su enseñanza con parábolas, con relatos tomados de la
vida ordinaria para que las gentes entendieran lo esencial de su doctrina. A
veces los discípulos le pedían que aclarara alguno de sus relatos y Él accedía.
Ahora también necesitamos nuevas parábolas.
El Papa Francisco es elogiado por sus gestos y
formas pero en el fondo repite mucho de sus antecesores sobre la doctrina de la
Iglesia aplicada a la actualidad. Dos ejemplos: En julio de 2013 decía que “los
emigrantes y refugiados son hombres y mujeres que abandonan sus casas con el legítimo deseo de ser algo más”. Meses antes,
en octubre de 2012, Benedicto XVI había afirmado que “millones de personas,
emigrantes, son hombres y mujeres que ansían vivir en paz y tiene que ser
acogidos con dignidad”. Este Papa también cargó en 2009 contra la plaga social
de la usura pidiendo a los Estados ayuda para las familias afectadas. Hace poco
Francisco arremetió contra “la plaga de la usura que amenaza a tantas familias”.
Lo mismo cuando han tratado de la fe, del aborto, de la pobreza o del
relativismo moral. Benedicto y Francisco dicen lo mismo, a su manera.
Bienvenida sea la atención que despierta el Papa
Francisco, pero desde Juan XXIII, -por citar uno conocido de nuestro tiempo más
cercano, que convocó el Concilio Vaticano II-, hasta hoy, todas las encíclicas,
mensajes, cartas publicadas o las homilías y discursos hablados, son reflejo de
las enseñanzas de Jesús escritas en los Evangelios, y también divulgadas en las
cartas de los apóstoles Pedro, Pablo, Santiago, Juan o Judas, y en los escritos
de los Santos Padres, de Santo Tomas de Aquino, de Santa Teresa de Jesús, o de
cualquier párroco de pueblo en la misa dominical.
El Papa Francisco adapta su discurso al lenguaje de
la actualidad, y eso es lo diferente. Muchos creyentes desearían oír parábolas
actuales de los ministros de la Iglesia, acordes con el contexto que vivimos,
para que su homilía o su prédica pastoral se hagan atractivas y caigan en
tierra fértil.