Hace
unas semanas en la sección de Derecho de la Real Academia de Doctores de España
(Madrid) tuvo lugar una mesa redonda sobre “El proceso a Jesús. Análisis
bíblico, histórico y jurídico”, un tema siempre interesante sobre todo para
ahondar en su aspecto jurídico. En el boletín Nazoreo de 2005 y 2006 don José
Rodríguez Jiménez, Hermano Honorario de la Cofradía del Nazareno, cuya dilatada
dedicación a la ciencia jurídica es notable, hizo unas reflexiones sobre esta
materia afrontando la tarea con el respeto que le tiene a Jesús de Nazaret. Por
su extensión, de lo tratado sintetizamos lo más destacado y así facilitar la
comprensión del lector de este histórico proceso.
La vida pública de Jesús trascurrió en Galilea y
Judea. En Galilea reinaba Herodes Antipas y Judea estaba regida por Poncio
Pilato, nombrado por Tiberio. El Sanedrín, o Consejo de Jerusalén, era el órgano
de gobierno político-religioso del judaísmo que formaban los sumos sacerdotes, ancianos
y escribas. El proceso contra Jesús ocurrió en Jerusalén, capital de Judea y
centro religioso del judaísmo.
Jesús soportó la beligerancia de la clase dirigente
que no comprendió el mensaje de salvación del Reino de Dios y vio en riesgo sus
privilegios. Las confrontaciones las narran los Evangelios y lo confirma lo que
ahora sería una investigación previa para conocer la doctrina del Maestro y su
respuesta popular. El Sanedrín tomó nota del resultado de esa actividad; celebró tres
reuniones en las que acordó la detención de Jesús y darle muerte, pero Nicodemo
objetó que la Ley imponía la audiencia previa del reo y el conocimiento de los
hechos, o sea, la sustanciación de un proceso justo.
La actitud desleal de Judas precipitó la orden de
detención que se cumplió el jueves por la noche en Getsemaní. Los servidores
del Sanedrín y un grupo de soldados
romanos llevaron a Jesús ante Anás. Este, muy hábil, lo interrogó y trató de
obtener una declaración que comprometiese su doctrina. El proceso siguió su
curso y Jesús fue conducido al Sanedrín en sesión nocturna y urgente, presidido
por Caifás, que lo volvió a interrogar, pero Jesús calló. Como el Sumo
Sacerdote conocía su doctrina le planteó su identidad mesiánica a lo que Jesús
respondió afirmativamente con varias citas bíblicas. Esto bastó a Caifás y a
los presentes que apreciaron un delito de blasfemia que el Levítico (24,16)
condena a muerte por lapidación.
Con esta acusación los sumos
sacerdotes y sus guardias condujeron a Jesús atado al Pretorio, residencia de Poncio Pilato, titular
de la jurisdicción. Éste les exigió que concretasen la acusación; no le bastó
lo de malhechor. Especificaron tres cargos: alborotador, negar el tributo al
César, y proclamarse Cristo-Rey. Pilato solo prestó atención al tercero, sin
duda inquieto por situación política de Israel en el que le incumbía mantener
el orden y la Ley, e interrogó a Jesús respecto a su realeza sobre el pueblo
judío. Se estableció un dialogo en el
que Jesús habló de su Reino y de que había venido para dar testimonio de la
Verdad. Pilato no encontró delito pero las acusaciones no cesaban.
Al saber que Jesús era
galileo lo envió a Herodes Antipas que estaba en Jerusalén por la Pascua. El
encuentro se caracterizó por el silencio de Jesús ante la curiosidad caprichosa
de Herodes. De nuevo ante Pilato la muchedumbre exigía la crucifixión. De nada
sirvió la liberación de Barrabás, la flagelación, la corona de espinas y el
escarnio a su realeza, presentándolo como “Ecce Homo”.
Ni los sumos sacerdotes ni
sus seguidores se conmovían; arreciaban sus exigencias y advertían a Pilato que
si lo soltaba no “era amigo del Cesar”. La invocación de la autoridad del César
intimidó a Pilato y le movió a dictar sentencia injusta contra un inocente, lo
que le ha marcado a través de los siglos. La redacción de la inscripción se
redactó y colocó sobre la cruz en hebreo, latín y griego según la costumbre romana:
"Jesús el Nazareno, el Rey de los judíos". La denunciada realeza de
Jesús y su mesianidad, fue la base de su condena y ejecución, por apreciarse
que afectaba a la seguridad del Imperio, y a la autoridad y dignidad del César.
Se estimó un delito de lesa majestad, acorde con el Derecho Romano aplicable. Pilato
entregó a Jesús para que lo crucificasen, y se ejecutó la pena cruel y
degradante que los romanos aplicaban a los esclavos y enemigos del Imperio.