¡Pobre Ronaldo! Está
triste. Leía en la prensa que “ve una falta de respeto” ganar solo 21 millones
porque es el “mejor jugador del mundo”, y pide llegar a los 40 del argentino. Y
es “comprensible”. Aunque a nosotros nos parezcan cifras estratosféricas, los
sociólogos afirman que todos evaluamos nuestra situación personal comparándonos
con otras personas o grupos de referencia. Aunque los 21 actuales le den para
unas cañas, no puede evitar la comparación. Ya saben el dicho popular: “los
ricos también lloran”.
Nuestra manera de ver
la vida, nuestra percepción de lo afortunados o desgraciados que somos, la
remuneración de nuestro trabajo, las recompensas o mimos que nos merecemos… no
dependen de parámetros objetivos, sino de una mirada subjetiva. El sueldo de
Cristiano no es mucho ni poco, solo es MENOS que lo que cobra Messi. En
realidad, todos somos Ronaldo. Miramos insatisfechos (y algo envidiosos) lo que
cobran los demás, los éxitos cosechados por mi vecino, lo bien que tratan a mi
compañera… y eso nos produce tristeza, ira y algo de amargura.
Hasta los personajes
bíblicos lo sufrieron. El otro día leíamos en el libro de Samuel (1Sam 18,7)
que, después de la hazaña de David con Goliat, el Rey Saúl oyó cantar a las
mujeres: “Saúl mató a mil, David a diez mil. Saúl se irritó mucho. Y a
partir de aquel día, Saúl miró a David con malos ojos”. Cuando escuchaba el
pasaje en Misa, pensé: “igualicos que Ronaldo y Messi”. En realidad, el objeto
a comparar es lo de menos. La sensación de sentir que “saliste perdiendo” es lo
que te come por dentro. Te muerde.
La alternativa desde
la espiritualidad es una nueva manera de vivir, donde tomando conciencia de
nuestra absoluta dignidad, sepamos aceptar lo que recibimos sin comparaciones.
Dios nos llama a vivir desde la gratitud y a tener esa mirada lúcida que nos
lleva a alegrarnos por el bien ajeno y a sonreír con otros.
Seguramente Cristiano
Ronaldo, no me leerá. Pero si quiere el humilde consejo de este pobre cura, le
diría que se aleje de esa mirada herida y comparadora, y sepa agradecer todo el
amor recibido y el reconocimiento que tiene de tantos millones de madridistas,
porque es el único camino para ser felices. Que sepa celebrar las fiestas
propias, los días buenos – que seguro que los hay-, los nombres de su vida. Y
ya puestos, también te lo digo a ti, querido lector, y a mí, que andamos en las
mismas.
Ramón Bogas Crespo
Director de la oficina de
comunicación del obispado de Almería
25
de enero de 2018