Oyendo el runruneo de la emisora de radio recitando a grito pelado el enésimo ¡goool! marcado en la tarde dominical, sorprende que el locutor deportivo meta una cuña publicitaria reclamando la solidaridad de los oyentes para ayudar a paliar el hambre en el mundo. Mientras va leyendo en el guión que hay casi mil millones de personas que pasan hambre en el planeta, su tono de voz quebrada delata su incredulidad y espanto, y no es para menos. ¡Casi mil millones, repite para sí y para sus compañeros de emisión!
La campaña que lanza la emisora consiste en que cada oyente envíe un mensaje SMS a un número de cuatro cifras, cuyo coste, inferior a un euro y medio, es la contribución del aficionado a tan generosa causa. Se diría que el deporte de masas, avergonzado de pagar sueldos y primas supermillonarios a las superestrellas del balompié, lava su conciencia procurando una ínfima limosna para los hambrientos.
Cuando el espacio deportivo deja paso a la otra actualidad, el noticiario cuenta que el presidente Obama, va a invertir a toda velocidad un billón de dólares para intentar salvar la moribunda economía norteamericana, metiendo esos fondos en el sistema financiero para luchar contra la recesión económica vigente. Esta inyección dineraria ya ha despertado la avaricia de las grandes corporaciones capitalistas que buscan como trincar un cacho del pastel.
En la zona euro ocurre tres cuartos de lo mismo. Los Estados aplican inyecciones de dinero sacado a los contribuyentes contra la recesión de la macroeconomía. En uno y otro caso, el llamado primer mundo, se olvida de esos mil millones de necesitados que seguirán aparcados en su crisis perpetua.
Cuando esto sucede ha aparecido en Internet este desafío: "Cambio tesoros del Vaticano por comida para África. ¿Te apuntas?".
Ya era extraño que, tras largos meses de crisis, no saliera alguien reivindicando el patrimonio de la Iglesia para destinarlo a dar comida a los pobres de África. Este es un asunto recurrente empleado por quienes no han hecho nada en su vida para aliviar la sed o el hambre de un africano, pero desbarran contra la Iglesia.
La riqueza de la Iglesia no está en los tesoros vaticanos que quiere vender el provocador del mensaje. Está en los más de 25.000 centros sociales y casi 100.000 centros educativos que atiende en territorios de misión. Está en la lucha que inició Juan Pablo II para que sea condonada la deuda externa de los países más pobres del mundo, tratando de salvar el difícil obstáculo que oponen los países ricos. Está también en Cáritas, en Manos Unidas, en otras Organizaciones Católicas, y en Hermandades cuya obra social no la iguala ningún otro organismo mundial.
No hay ninguna institución que tenga más centros de beneficencia y haya hecho más donativos al continente africano que la Iglesia católica. Se cuentan por miles los misioneros y misioneras católicos que han regalado y siguen entregando su amor y su vida a los africanos, incluso en situaciones extremas de guerra, persecución, epidemias o catástrofes.
El locutor deportivo, ahora más pendiente de cómo queda la clasificación de los equipos, sigue metiendo la cuña publicitaria de ‘a un euro y medio el SMS’. Al terminar la jornada quizá calcule cuántos euros haya podido recaudar en toda la tarde, pero es seguro que se preguntará ¿alguien podría explicar cómo es posible que los Estados Unidos y Europa hayan invertido miles de millones de dólares para el rescate de la actual crisis económica, y que siga el bochornoso espectáculo de los casi mil millones de personas muertas de hambre?
La Iglesia no puede disponer a su antojo del contenido de los museos del Vaticano porque, más que dueña, es su custodia desde hace siglos. Lo que en ellos hay depositado es patrimonio de todos los creyentes que confiaron en la Iglesia para salvar la cultura de Europa de las invasiones de los bárbaros. ¿Por qué con el mismo reclamo el internauta no pide a los países que vendan las obras de arte de sus museos para ayudar a los africanos?
Plantea una utopía propia de ignorantes con el fin de atacar a la Iglesia jaleados por la casta de los resentidos. Porque, en caso de que fuera posible su venta, ¿cuánto se obtendría? Los tesoros del Vaticano tendrían entonces como dueña a una multinacional, -o tal vez a un jeque productor de petróleo-, que los administraría en beneficio propio, tras pagar al Vaticano un precio difícil de calcular. Y, cuando al cabo del tiempo, se acabase ese dinero, que la Iglesia emplearía en su misión apostólica, ¿a quien reclamaría entonces el que se queja de la Iglesia, para seguir dando de comer al hambriento? ¿A la multinacional o al jeque árabe?
La verdadera causa de la pobreza y del hambre radica en el egoísmo del ser humano, en su ambición y falta de solidaridad. Y eso no se cura más que practicando la doctrina y siguiendo el ejemplo de la Iglesia. Y mientras esto no ocurra, vendrán los nuevos obamas revestidos de túnicas mesiánicas, recaudando fondos de las clases menos favorecidas para dárselos a los ricos.
«Los malvados, que tienen la muerte por amiga, dicen entre sí:
“Corta y triste es nuestra vida; para el fin del hombre no hay remedio. Gocemos pues de los bienes existentes,… llenémonos de vinos exquisitos y perfumes, y no dejemos pasar ni una flor de la primavera.
Que no faltemos ninguno a nuestra orgía,… oprimamos al justo pobre, no perdonemos a la viuda ni respetemos al anciano. Sea nuestra fuerza la norma de la justicia porque lo débil está visto que es inútil”.
Así razonan, pero se engañan. Los ciega su maldad. No conocen los secretos de Dios ni creen en el premio de las almas intachables. (Libro de la Sabiduría, cap 2)».
La campaña que lanza la emisora consiste en que cada oyente envíe un mensaje SMS a un número de cuatro cifras, cuyo coste, inferior a un euro y medio, es la contribución del aficionado a tan generosa causa. Se diría que el deporte de masas, avergonzado de pagar sueldos y primas supermillonarios a las superestrellas del balompié, lava su conciencia procurando una ínfima limosna para los hambrientos.
Cuando el espacio deportivo deja paso a la otra actualidad, el noticiario cuenta que el presidente Obama, va a invertir a toda velocidad un billón de dólares para intentar salvar la moribunda economía norteamericana, metiendo esos fondos en el sistema financiero para luchar contra la recesión económica vigente. Esta inyección dineraria ya ha despertado la avaricia de las grandes corporaciones capitalistas que buscan como trincar un cacho del pastel.
En la zona euro ocurre tres cuartos de lo mismo. Los Estados aplican inyecciones de dinero sacado a los contribuyentes contra la recesión de la macroeconomía. En uno y otro caso, el llamado primer mundo, se olvida de esos mil millones de necesitados que seguirán aparcados en su crisis perpetua.
Cuando esto sucede ha aparecido en Internet este desafío: "Cambio tesoros del Vaticano por comida para África. ¿Te apuntas?".
Ya era extraño que, tras largos meses de crisis, no saliera alguien reivindicando el patrimonio de la Iglesia para destinarlo a dar comida a los pobres de África. Este es un asunto recurrente empleado por quienes no han hecho nada en su vida para aliviar la sed o el hambre de un africano, pero desbarran contra la Iglesia.
La riqueza de la Iglesia no está en los tesoros vaticanos que quiere vender el provocador del mensaje. Está en los más de 25.000 centros sociales y casi 100.000 centros educativos que atiende en territorios de misión. Está en la lucha que inició Juan Pablo II para que sea condonada la deuda externa de los países más pobres del mundo, tratando de salvar el difícil obstáculo que oponen los países ricos. Está también en Cáritas, en Manos Unidas, en otras Organizaciones Católicas, y en Hermandades cuya obra social no la iguala ningún otro organismo mundial.
No hay ninguna institución que tenga más centros de beneficencia y haya hecho más donativos al continente africano que la Iglesia católica. Se cuentan por miles los misioneros y misioneras católicos que han regalado y siguen entregando su amor y su vida a los africanos, incluso en situaciones extremas de guerra, persecución, epidemias o catástrofes.
El locutor deportivo, ahora más pendiente de cómo queda la clasificación de los equipos, sigue metiendo la cuña publicitaria de ‘a un euro y medio el SMS’. Al terminar la jornada quizá calcule cuántos euros haya podido recaudar en toda la tarde, pero es seguro que se preguntará ¿alguien podría explicar cómo es posible que los Estados Unidos y Europa hayan invertido miles de millones de dólares para el rescate de la actual crisis económica, y que siga el bochornoso espectáculo de los casi mil millones de personas muertas de hambre?
La Iglesia no puede disponer a su antojo del contenido de los museos del Vaticano porque, más que dueña, es su custodia desde hace siglos. Lo que en ellos hay depositado es patrimonio de todos los creyentes que confiaron en la Iglesia para salvar la cultura de Europa de las invasiones de los bárbaros. ¿Por qué con el mismo reclamo el internauta no pide a los países que vendan las obras de arte de sus museos para ayudar a los africanos?
Plantea una utopía propia de ignorantes con el fin de atacar a la Iglesia jaleados por la casta de los resentidos. Porque, en caso de que fuera posible su venta, ¿cuánto se obtendría? Los tesoros del Vaticano tendrían entonces como dueña a una multinacional, -o tal vez a un jeque productor de petróleo-, que los administraría en beneficio propio, tras pagar al Vaticano un precio difícil de calcular. Y, cuando al cabo del tiempo, se acabase ese dinero, que la Iglesia emplearía en su misión apostólica, ¿a quien reclamaría entonces el que se queja de la Iglesia, para seguir dando de comer al hambriento? ¿A la multinacional o al jeque árabe?
La verdadera causa de la pobreza y del hambre radica en el egoísmo del ser humano, en su ambición y falta de solidaridad. Y eso no se cura más que practicando la doctrina y siguiendo el ejemplo de la Iglesia. Y mientras esto no ocurra, vendrán los nuevos obamas revestidos de túnicas mesiánicas, recaudando fondos de las clases menos favorecidas para dárselos a los ricos.
«Los malvados, que tienen la muerte por amiga, dicen entre sí:
“Corta y triste es nuestra vida; para el fin del hombre no hay remedio. Gocemos pues de los bienes existentes,… llenémonos de vinos exquisitos y perfumes, y no dejemos pasar ni una flor de la primavera.
Que no faltemos ninguno a nuestra orgía,… oprimamos al justo pobre, no perdonemos a la viuda ni respetemos al anciano. Sea nuestra fuerza la norma de la justicia porque lo débil está visto que es inútil”.
Así razonan, pero se engañan. Los ciega su maldad. No conocen los secretos de Dios ni creen en el premio de las almas intachables. (Libro de la Sabiduría, cap 2)».