lunes, 13 de junio de 2011

LA COMUNIÓN

En 1969 la Santa Sede acordó que las Conferencias Episcopales que lo pidieran, podrían autorizar que los fieles recibieran la comunión en la mano, aunque manteniendo en vigor la forma tradicional de recibir la Sagrada Hostia en la boca. El modo a seguir era el extender ambas manos haciendo de la mano izquierda un trono para la mano derecha, puesto que ésta debe recibir la Hostia del ministro de la comunión. El comulgante dirá “Amen”, como respuesta a las palabras, “Cuerpo de Cristo”, que pronuncia el ministro, y consumirá la Hostia mirando siempre al altar antes de retirarse a su sitio.

Sobre esto hay quienes consideran que el Cuerpo y la Sangre de Cristo solo pueden ser dados por manos consagradas, mientras otros consideran que tocar la Hostia Consagrada no merma la sobreabundante gracia que nos confiere, que es lo principal.

El asunto se enreda un poco cuando en la Eucaristía el Sacerdote se ayuda de un seglar para dar la comunión, formándose dos filas de personas. Entonces se produce un hecho curioso: los que caen en la fila del seglar se van pasando con cierto disimulo a la fila del sacerdote, seguramente porque creen que el seglar no está preparado para coger el pan ya consagrado como Cuerpo de Cristo, aun cuando tenga la dispensa necesaria. Visto esto, no se entiende que en algunas parroquias con varios sacerdotes, estos no ayuden al oficiante y tenga que recurrir a los seglares.

Hay quien piensa que las manos del seglar que da la comunión, pueden ser vehículos de contagio o simplemente estar sucias, y cambian a la fila del sacerdote que acaba de lavárselas públicamente. Un breve ceremonial de ungir al seglar para dar la comunión y lavar sus manos a la vista de todos los fieles ayudaría a paliar estos prejuicios.

Lo importante, sin embargo, es entender que la Eucaristía es un don sobrenatural en la que Cristo nos reparte su gracia, que hay que recibir en actitud de respeto confortados, cuando sea menester, con el sacramento de la Penitencia.