Dios dijo a Jonás: “Vete a Nínive,
la gran ciudad, y anúnciales que su maldad ha llegado hasta mí”. Pero Jonás
prefirió alejarse de Dios y embarcó en una nave rumbo a Tarsis. Se desencadenó
una fuerte tormenta cuando Jonás dormía al fondo de la nave. El capitán se
acercó a Jonás para que rogase a Dios, pues confesó que era hebreo y creía en
Dios que hizo el cielo y la tierra. Jonás, dispuesto a sacrificar su vida por
los demás, pidió que lo arrojaran al mar para que éste se calmara. Así lo
hicieron y el mar se calmó. Pero Dios hizo que un gran pez se tragase a Jonás,
y estuvo tres días en su vientre. Jonás oró a Dios y el pez lo vomitó en una
playa. De nuevo Dios dijo a Jonás: “Ve a Nínive a predicar lo que yo te diga”.
Así lo hizo Jonás y al llegar a la ciudad predicó así: “Dentro de cuarenta
días, Nínive será destruida”. Los ninivitas creyeron a Dios, hicieron
penitencia desde el rey hasta el último de ellos, y Dios tuvo compasión y no
llevó a cabo su amenaza.
Nínive se convirtió al cristianismo
entre los siglos I y II de nuestra Era. Fue cuna de una serie de monasterios que
han sido un foco de civilización y cultura para el Oriente. Desde entonces los
cristianos no han dejado de ser perseguidos. Sobrevivieron a la conquista
musulmana el siglo VII y aguantaron duros golpes de los kurdos o del Imperio
Otomano en la Primera Guerra Mundial. Pero lo que no han podido siglos de
adversidades, lo han logrado los terroristas del Estado Islámico de Irak y
Levante (EIIL).
Mosul, la antigua Nínive, capital
del norte de Irak, se ha quedado sin cristianos. Han sido expulsados o exterminados
por los yihadistas, que los identifican marcando sus casas con la letra árabe Nun, inicial de nazara, nazareno,
“cristiano”. Los pocos que quedaban o se convertían al islam, o marchaban al
exilio o eran pasados a espada. El califa del EIIL, Abu Bakr Al Bagdadi, ha
impuesto en su territorio la sharía, la ley islámica, y no admite más creencia
que la suya, so pena de muerte. La
persecución contra los hermanos cristianos semeja a la desatada por los
emperadores romanos en los albores del cristianismo.
Entre tanto, el mundo occidental
vuelve la cara ante esta tragedia, que con ligeros tonos se repite en zonas de
África. En tiempos de Jonás el mal se apoderó de los ninivitas, pero Dios los
perdonó porque creyeron en Él. Veintinueve siglos después en Mosul, la antigua
Nínive, los enemigos de Cristo atacan con alevosía las iglesias católicas
llenas de fieles que celebran sus cultos, y en Occidente se silencia esta
barbarie porque no es progresista amparar a los seguidores de Cristo.
La complaciente Europa, envuelta en
papel de celofán del relativismo más atroz, tiene olvidado a ese prójimo africano
o asiático presa de una profunda crisis de valores, -no todo es economía-, impropia
de un mundo que se dice civilizado, pero en el que la libertad para practicar
la religión cristiana está cada vez más amenazada.
El Papa Francisco, a quien le
preocupa la persecución de los cristianos en Irak, nos invita a “recordar en
nuestras oraciones a estos hermanos perseguidos”, invocando la misericordia de
Dios como antídoto a la fobia al cristianismo.