martes, 5 de agosto de 2014

NINIVE

En tiempos del profeta Jonás, Nínive era la capital del Imperio Asirio, situada en la  orilla izquierda del rio Tigris. Hoy, llamada Mosul, es la tercera ciudad más grande de Irak.

Dios dijo a Jonás: “Vete a Nínive, la gran ciudad, y anúnciales que su maldad ha llegado hasta mí”. Pero Jonás prefirió alejarse de Dios y embarcó en una nave rumbo a Tarsis. Se desencadenó una fuerte tormenta cuando Jonás dormía al fondo de la nave. El capitán se acercó a Jonás para que rogase a Dios, pues confesó que era hebreo y creía en Dios que hizo el cielo y la tierra. Jonás, dispuesto a sacrificar su vida por los demás, pidió que lo arrojaran al mar para que éste se calmara. Así lo hicieron y el mar se calmó. Pero Dios hizo que un gran pez se tragase a Jonás, y estuvo tres días en su vientre. Jonás oró a Dios y el pez lo vomitó en una playa. De nuevo Dios dijo a Jonás: “Ve a Nínive a predicar lo que yo te diga”. Así lo hizo Jonás y al llegar a la ciudad predicó así: “Dentro de cuarenta días, Nínive será destruida”. Los ninivitas creyeron a Dios, hicieron penitencia desde el rey hasta el último de ellos, y Dios tuvo compasión y no llevó a cabo su amenaza.

Nínive se convirtió al cristianismo entre los siglos I y II de nuestra Era. Fue cuna de una serie de monasterios que han sido un foco de civilización y cultura para el Oriente. Desde entonces los cristianos no han dejado de ser perseguidos. Sobrevivieron a la conquista musulmana el siglo VII y aguantaron duros golpes de los kurdos o del Imperio Otomano en la Primera Guerra Mundial. Pero lo que no han podido siglos de adversidades, lo han logrado los terroristas del Estado Islámico de Irak y Levante (EIIL).

Mosul, la antigua Nínive, capital del norte de Irak, se ha quedado sin cristianos. Han sido expulsados o exterminados por los yihadistas, que los identifican marcando sus casas con la letra árabe Nun, inicial de nazara, nazareno, “cristiano”. Los pocos que quedaban o se convertían al islam, o marchaban al exilio o eran pasados a espada. El califa del EIIL, Abu Bakr Al Bagdadi, ha impuesto en su territorio la sharía, la ley islámica, y no admite más creencia que la suya, so pena de muerte.  La persecución contra los hermanos cristianos semeja a la desatada por los emperadores romanos en los albores del cristianismo.

Entre tanto, el mundo occidental vuelve la cara ante esta tragedia, que con ligeros tonos se repite en zonas de África. En tiempos de Jonás el mal se apoderó de los ninivitas, pero Dios los perdonó porque creyeron en Él. Veintinueve siglos después en Mosul, la antigua Nínive, los enemigos de Cristo atacan con alevosía las iglesias católicas llenas de fieles que celebran sus cultos, y en Occidente se silencia esta barbarie porque no es progresista amparar a los seguidores de Cristo.

La complaciente Europa, envuelta en papel de celofán del relativismo más atroz, tiene olvidado a ese prójimo africano o asiático presa de una profunda crisis de valores, -no todo es economía-, impropia de un mundo que se dice civilizado, pero en el que la libertad para practicar la religión cristiana está cada vez más amenazada.

El Papa Francisco, a quien le preocupa la persecución de los cristianos en Irak, nos invita a “recordar en nuestras oraciones a estos hermanos perseguidos”, invocando la misericordia de Dios como antídoto a la fobia al cristianismo.