lunes, 16 de mayo de 2022

DIOS NO ESTÁ EN CRISIS

Es más frecuente de lo que pensamos. Los creyentes decimos creer en Dios, pero en la práctica vivimos como si no existiera. Este es también el riesgo que tenemos hoy al abordar la crisis religiosa actual y el futuro incierto de la Iglesia: vivir estos momentos de manera «atea».

Ya no sabemos caminar en «el horizonte de Dios». Analizamos nuestras crisis y planificamos el futuro pensando solo en nuestras posibilidades. Se nos olvida que el mundo está en manos de Dios, no en las nuestras. Ignoramos que el «Gran Pastor» que cuida y guía la vida de cada ser humano, es Dios.

Vivimos como «huérfanos» que han perdido a su Padre. La crisis nos desborda. Lo que se nos pide nos parece excesivo. Nos resulta difícil perseverar con ánimo en una tarea sin ver el éxito por ninguna parte. Nos sentimos solos, y cada uno se defiende como puede.

Según el relato evangélico, Jesús está en Jerusalén comunicando su mensaje y rodeado de judíos que lo acosan con preguntas. Jesús está hablando de las «ovejas» que escuchan su voz y lo siguen. En un momento determinado dice: «Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre».

Según Jesús, «Dios supera a todos». Que nosotros estemos en crisis no significa que Dios esté en crisis. Que los cristianos perdamos el ánimo no quiere decir que Dios se haya quedado sin fuerzas para salvar. Que nosotros no sepamos dialogar con el hombre de hoy no significa que Dios ya no encuentre caminos para hablar al corazón de cada persona. Que las gentes se marchen de nuestras Iglesias no quiere decir que se le escapen a Dios de sus manos protectoras.

Dios es Dios. Ninguna crisis religiosa y ninguna mediocridad de la Iglesia podrán «arrebatar de sus manos» a esos hijos e hijas a los que ama con amor infinito. Dios no abandona a nadie. Tiene sus caminos para cuidar y guiar a cada uno de sus hijos, y sus caminos no son necesariamente los que nosotros le pretendemos trazar.

José Antonio Pagola. Mayo 2022

 

martes, 3 de mayo de 2022

«PILATO DIJO, ¿QUÉ ES LA VERDAD?»

         Tras la Liturgia de la Palabra del Viernes Santo 15 de abril de 2022, que anunció la Pasión y Muerte del Señor en la Basílica de San Pedro presidida por el Papa Francisco, el Predicador de la Casa Pontificia el Cardenal Raniero Cantalamessa, centró su homilía en la pregunta de Pilato a Jesús: ¿Qué es la verdad? «Jesús – afirmó el padre Cantalamessa – quiere que Pilato entienda que la pregunta es más seria de lo que cree, pero que tiene un significado solo si no repite simplemente una acusación de otros». Jesús, trata de llevar a Pilato a una visión más elevada. Le habla de su reino, un reino que «no es de este mundo» y el procurador entiende que no se trata de un reino político.

«¡Qué actual es esta página del Evangelio! Hoy, como en el pasado, el hombre se pregunta: «¿Qué es la verdad?». Y hace como Pilato, da la espalda al que dijo: «He venido al mundo para dar testimonio de la verdad» y «¡Yo soy la Verdad!» (Jn 14,6). 

«He seguido debates sobre religión y ciencia, sobre fe y ateísmo, y me ha llamado la atención tras horas y horas de diálogo, que nunca se menciona el nombre de Jesús. Y si un creyente se atrevía a nombrarlo y aducir el hecho de su resurrección, se cerraba el discurso como si nunca hubiera existido un hombre llamado Jesucristo». 

El resultado es que la palabra «Dios» se convierte en un recipiente vacío que cada uno puede llenar a su antojo. Por esta razón Dios se preocupó por dar contenido a su nombre: «El Verbo se hizo carne». ¡La Verdad se hizo carne!, es decir ¡Jesús de Nazaret!» y por hay duda de que ha existido, el autor de novelas y películas «El Señor de los Anillos», John Ronald Tolkien, esto contestó a su hijo que le hizo misma objeción: “Se necesita una sorprendente voluntad de no creer para suponer que Jesús nunca existió o que no dijo las palabras que se le atribuyen, pues son imposibles de inventar por cualquier otro ser en el mundo: «Antes de que Abraham existiera, yo soy» (Jn 8,58); y «El que me ve a mí ve al Padre» (Jn 14,9). 

Hermanos y hermanas ateos, agnósticos o todavía en búsqueda: no es un pobre predicador como yo quien ha pronunciado las palabras que voy a pronunciar; es uno de vosotros, a quien admiráis y de quien os consideráis discípulos y continuadores: ¡Søeren Kierkegaard!  “Se habla mucho —dice — de miserias humanas y de vidas desperdiciadas. Desperdiciada es sólo la vida de ese hombre que nunca se dio cuenta, porque nunca tuvo la impresión de que hay un Dios, y que él está ante este Dios”.

Se dice: ¡hay demasiada injusticia, demasiado sufrimiento como para creer en Dios! Es cierto en cuánto más absurdo y desesperanzador se vuelve el mal que nos rodea, sin fe en un triunfo final del bien. La resurrección de Jesús es la promesa y la garantía cierta de que el triunfo existirá, porque ya ha comenzado con Él. 

Si tuviera el coraje de san Pablo, yo debería gritar: «¡Dejaos reconciliar con Dios!» (2Cor 5,20). ¡No desperdicies vuestra vida! No abandonéis este mundo como Pilato salió del Pretorio, con esa pregunta en suspenso: «¿Qué es la verdad?» Es demasiado importante. Se trata de saber si hemos vivido para algo, o en vano.

El diálogo de Jesús con Pilato ofrece otra reflexión a los creyentes y hombres de Iglesia, no a los de fuera: «¡Tu gente y tus sacerdotes me han entregado!» (Jn 18,35). ¡Los hombres de la Iglesia, tus sacerdotes te han abandonado; han descalificado tu nombre con crímenes horrendos! ¿Y deberíamos seguir creyendo en ti todavía?

A esta terrible objeción me gustaría responder con las palabras que el escritor recordado escribía a su hijo: “Nuestro amor se podrá enfriar y nuestra voluntad rasguñar por el espectáculo de las deficiencias, la locura y los pecados de la Iglesia y sus ministros, pero no creo que quien ha creído de verdad una vez, abandone la fe por estas razones, y menos quien tiene algún conocimiento de la historia… Esto es cómodo porque nos empuja a apartar la vista de nosotros mismos y de nuestras faltas y encontrar un chivo expiatorio… Creo que soy tan sensible a los escándalos como lo eres tú y cualquier otro cristiano. He sufrido mucho en mi vida a causa de sacerdotes ignorantes, cansados, débiles y, a veces, incluso malos. Esto era de esperar. Comenzó antes de la Pascua con la traición de Judas, la negación de Simón Pedro, la huida de los apóstoles… ¿Llorar, entonces? Sí —recomendaba Tolkien a su hijo—, pero por Jesús —por lo que debe soportar— antes que por nosotros. Lloramos –agregamos hoy– con las víctimas y por las víctimas de nuestros pecados”.

Una conclusión para todos, creyentes y no creyentes. Este año celebramos la Pascua no con el sonido de las campanas, sino con el ruido en nuestros oídos de bombas y explosiones no lejanas de aquí. Recordemos lo que Jesús respondió una vez a la noticia de la sangre que Pilato había hecho correr, y del derrumbe de la torre de Siloé: «Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera» (Lc 13,5). Si no cambiáis vuestras lanzas en guadañas, vuestras espadas en arados (Is 2,4) y vuestros misiles en fábricas y casas, ¡todos pereceréis de la misma manera! 

Los acontecimientos nos han recordado de repente algo. Los arreglos del mundo cambian de un día para otro. Todo pasa, todo envejece; todo —no sólo «la bendita juventud»—, falla. Solo hay una forma de escapar de la corriente del tiempo que arrastra todo detrás de ti: ¡pasar a lo que no pasa! ¡Pon tus pies en tierra firme! Pascua significa tránsito. Tengamos todos este año una verdadera Pascua: Venerados Padres, hermanos y hermanas: ¡pasemos a Aquel que no pasa! ¡Pasemos ahora con el corazón, antes de pasar un día con el cuerpo!