Mateo, Marcos, Lucas y Juan ponen el punto final de sus evangelios refiriéndose a la Resurrección de Jesús. De los siguientes cuarenta días que permaneció resucitado en este mundo hasta su Ascensión, sus apariciones, las instrucciones a los discípulos y la promesa de la donación del Espíritu Santo, se tiene noticia por el final del Evangelio de Lucas, el principio del Libro de los Hechos de los Apóstoles, -atribuido a Lucas, cuya composición se sitúa en el último tercio del siglo I-, y por la primera carta de san Pablo a los Corintios.
En el “primer día de la semana”, domingo de Resurrección, los episodios se sucedieron de esta manera: En la cuarta vigilia, con el alborear el nuevo día, un ángel del Señor corrió la piedra del Sepulcro. María Magdalena con María, madre de Santiago el Menor, Salomé y Juana, subieron y lo encontraron vacío. El ángel al verlas les dijo “No temáis, ¡Jesús ha resucitado y va a ir a Galilea. Allí lo veréis”. (Mt 28,5-7). Reaccionó la de Magdala y bajó a dar la noticia a los discípulos. Como no la creyeron, salieron Pedro y Juan a prisa hacia el Sepulcro, entraron y vieron “los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en sitio aparte”. (Jn.20,1-8) Volvieron con los demás, y en un ambiente de temor e incertidumbre se encerraron en una casa, aunque algunos abandonaron.
María Magdalena, perdida toda esperanza, volvió al monte en busca de respuesta. Mediada la mañana, posiblemente a la hora sexta, se sentó en una roca llorando y oyó: “Mujer, ¿por qué lloras?”. Atinó a pronunciar unas palabras y de nuevo oyó: “¡María!”. Reconoció a Jesús y cayó de rodillas, pero no se acercó a Él.
Transcurrió el día y, al caer la tarde, Jesús se apareció a dos que regresaban a Emaús. Cleofás y otro, ambos discípulos, descorazonados y hartos de esperar en vano, volvían a su aldea. En el camino con Jesús, a quien no reconocieron, demostraron no saber la Escritura ni haber atendido lo que Él predijo sobre sus padecimientos y su Resurrección. El diálogo les devolvió el ánimo y lo invitaron a cenar juntos, momento que se les abrieron los ojos y lo reconocieron al bendecir y partir el pan.
Los apóstoles, encerrados con otros, tuvieron noticias de Jesús Resucitado por María Magdalena; por Pedro y Juan que habían visto el sepulcro vacío; y por los de Emaús. La incertidumbre inicial fue disipándose hasta que en la segunda vigilia los temores desaparecieron al presentarse Jesús en medio de todos y saludarles: “Paz a vosotros”, mostrándoles sus manos y sus pies para que vieran que era una persona real. Así fue el día primero de los cuarenta que mediaron entre la Resurrección y la Ascensión.
Ausente el apóstol Tomás en esa primera aparición, se mostró desconfiado si no veía las heridas de Jesús, y ocho días después Jesús se apareció en el mismo lugar y lo retó a que metiese su dedo en las llagas de las manos y del costado. Tomás rendido, creyó y exclamó: “¡Señor mío, y Dios mío!”
Todo esto sucedió en Jerusalén. Días después, tal vez ocho o diez, atendiendo las instrucciones de Jesús, los discípulos marcharían a Galilea, aunque el evangelista solo cita a Pedro, Tomás, Natanael, el de Caná, Santiago, Juan y dos más que podían ser Andrés y Felipe. En Galilea, Pedro tomó la iniciativa y una noche salieron a pescar en el mar de Tiberiades con resultado infructuoso. Mientras arribaban a la playa, uno desde la orilla les indicó cómo pescar y consiguieron llenar las redes. Entonces Juan reconoció que el de la orilla era Jesús y se lo dijo a Pedro.
Con pan y varios peces que Jesús preparó en unas brasas, los invitó a comer. La luz de la mañana propició la tercera vez que se manifestó a los discípulos.
Sobre la Resurrección de Jesús el papa Benedicto XVI escribe: “Los evangelios no explican la Resurrección porque escapa a la comprensión humana: es un proceso entre el Padre y el Hijo. Jesús resucitó a la Vida eterna en la inmensidad de Dios. Se aparece a los discípulos y habla y come con ellos; no es espíritu ni un fantasma. Su cuerpo glorioso no está sujeto a las leyes del espacio-tiempo; la materia queda subordinada al espíritu”.
Epilogo. El Libro de los Hechos de los Apóstoles narra escuetamente que Jesús Resucitado se apareció a sus apóstoles durante cuarenta días para darles pruebas de que estaba vivo y hablarles del reino de Dios. Cabe suponer que se les apareció varias veces en Galilea y en Jerusalén a donde volvieron antes de terminar la cuarentena, para recibir el Espíritu Santo: “No os alejéis de Jerusalén y aguardad a que se cumpla la promesa del Padre”, les había dicho Jesús.
En su primera carta a los Corintios, san Pablo apunta que “Jesús resucitó según las Escrituras, se apareció a Pedro y más tarde a los Doce; después se apareció a más de quinientos hermanos juntos, y luego a Santiago y a todos los apóstoles”.
Ningún
pasaje evangélico indica que Jesús Resucitado se encontrara con María, su Madre.
Ella aparece por última vez al pie de la cruz con Juan y otras mujeres. Si por designio
divino, de Ella nació Jesús y fue testigo de su muerte en la cruz. ¿Cómo no
creer que fuese testigo de su Resurrección? La Beata Ana Catalina Emmerich revela
que el cuerpo glorioso de Jesús se apareció a su Madre: “Cuando se acabó el sábado, Juan entró donde las santas mujeres y las
consoló. La Virgen María estaba sentada en oración, llena de anhelo de Jesús. Un
ángel se acercó a Ella para decirle que saliera porque se acercaba el Señor. El
corazón de María desbordó de gozo; se envolvió en su manto y salió sin decir
nada a nadie. Volvió muy confortada”.
José Giménez Soria