viernes, 30 de diciembre de 2011

LA SAGRADA FAMILIA.

Hoy, 30 de diciembre, es la fiesta de la Sagrada Familia representada por José, María y el Niño Jesús que ha nacido en Belén hace unos pocos días. El nacimiento del nuevo Bebé ha estado lleno de sobresaltos, primero por la premura de un viaje inesperado para cumplir la obligación ordenada por el legado de Siria, Sulpicio Cirino, de actualizar el censo, según edicto del emperador Octavio Augusto, y después por la forzada marcha de la familia a Egipto para escapar de la amenaza del rey Herodes de acabar con el recién nacido.

De este segundo viaje solo Mateo relata que José “tomó al niño y a su madre por la noche y partió para Egipto”. Las hipótesis sobre este episodio apuntan a que, desde Belén, la Sagrada Familia Belén iniciaría una ruta del sur a través de las montañas de Hebrón para después caminar hacia Gaza a orillas del Mediterráneo donde descansarían. Es probable que en Gaza se unieran a una caravana camino de Bersabé donde empezaba el desierto del Negueb. Caminarían de día y descansarían de noche en algún oasis.

A las penalidades del camino, con grandes diferencias de temperatura entre el día y la noche, se unía el temor de José y María al percatarse de que su Hijo era ya objeto de persecución a muerte. Cuando pasaron la frontera, lejos del dominio de Herodes, avanzarían hacia Pelusio al este del actual canal de Suez y luego bordearían el valle del Nilo para marchar a Heliópolis y de allí seguirían hasta Matarieh, el sitio donde según una tradición del siglo XIII buscaron refugio. Habrían recorrido unos cuatrocientos kilómetros durante unos 20 días.

Matarieh era una aldea rodeada de sicómoros, y en ella buscarían acomodo. Por entonces en aquellas tierras había numerosas colonias de judíos exiliados que se ayudaban entre sí. José ejercería su oficio trabajando para mantener a su familia. Permanecerían entre cuatro y siete años, según algunas hipótesis, hasta que, otra vez al ángel del Señor, advirtió a José que “volviera a Israel porque habían muerto los que atentaban contra el Niño”.

En efecto entre el 4 a.C. y el 6 d.C. murió Herodes en Jericó, sucediéndole su hijo Arquelao en Judea y su otro hijo, Herodes Antipas, en Galilea. Es probable que la Sagrada Familia regresara por mar desembarcando en Yamnia. José conocería la crueldad de Arquelao que había hecho matar a tres mil judíos en Jerusalén, por lo que temió ir a Belén y se dirigió al norte a Galilea y se establecieron en Nazaret, una aldea desconocida donde Jesucristo pasó la mayor parte de su vida.

La infancia de Jesús transcurriría en un ambiente familiar como cualquier niño de su época. Crecería al amparo de su Madre y ayudaría a su padre en las tareas de carpintería. Aprendería la ley de Moisés, acudiría a la Sinagoga y celebraría la Pascua judía. A los doce años, en el conocido encuentro del Templo con los doctores, dio las primeras muestras de sabiduría.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

LUCES

Cada año más pronto, incluso antes de que diciembre asome con sus fríos y heladas, los políticos municipales se adelantan a darle al interruptor de las luces multicolores que cuelgan de calles y plazas para ¿anunciar dicen? la Navidad. No queda ya pueblo o ciudad que no se precie de intentar crear un ambiente navideño con bambalinas encendidas que antes eran de luces de neón y ahora son de lámparas de bajo consumo para justificar el gasto. Lo de crear ambiente navideño es un decir, porque desde hace muchos años tiene más de ambiente comercial y de consumo que de otra cosa. Basta darse un paseo por el centro de cualquier población para ver que todo el mundo compra “algo” que, convenientemente envuelto en papel de regalo, se convierte en un obsequio efímero al que hay que corresponder con otro “algo” envuelto también en papel de regalo. Se ha creado una falsa obligación a la que hábilmente contribuyen los políticos municipales encendiendo luces multicolores.

Esas luces no pueden ocultar, sin embargo, otras colgadas más arriba que no necesitan de políticos para que iluminen el cielo nocturno. Su energía data de antes de los siglos, cuando la mano invisible de Dios las colgó el cuarto día de la Creación para separar la luz de las tinieblas. Son las estrellas que se dejan ver en las noches al raso de diciembre. Las mismas que iluminaron a unos pastores que velaban sus rebaños en una noche estrellada y celebraron la primera Navidad de la Historia en un pueblo de Judá de callejas sin luces que la misericordia de Dios eligió para que “nos visitara el sol que nace de lo alto”.

Siglos después de aquello, San Francisco dio vida a la misma escena ocurrida en aquel pueblo llamado Belén con unas figuritas de barro que recuerdan la cuna de la Navidad, una fiesta que dura, y durará muchos años, porque es una tradición enraizada en la noche del nacimiento del Hijo de Dios.

Las luces multicolores son un adorno superfluo prescindible. Vivir la auténtica Navidad requiere ponerse en camino como hicieron los Magos guiados por aquel astro misterioso, y al llegar a Belén abrir nuestros cofres llenos de generosidad y, postrados, adorar al Niño. Un Niño que llega cargado de regalos envueltos en humildad, sencillez y amor para repartirlos entre los hombres de buena voluntad.