miércoles, 14 de diciembre de 2011

LUCES

Cada año más pronto, incluso antes de que diciembre asome con sus fríos y heladas, los políticos municipales se adelantan a darle al interruptor de las luces multicolores que cuelgan de calles y plazas para ¿anunciar dicen? la Navidad. No queda ya pueblo o ciudad que no se precie de intentar crear un ambiente navideño con bambalinas encendidas que antes eran de luces de neón y ahora son de lámparas de bajo consumo para justificar el gasto. Lo de crear ambiente navideño es un decir, porque desde hace muchos años tiene más de ambiente comercial y de consumo que de otra cosa. Basta darse un paseo por el centro de cualquier población para ver que todo el mundo compra “algo” que, convenientemente envuelto en papel de regalo, se convierte en un obsequio efímero al que hay que corresponder con otro “algo” envuelto también en papel de regalo. Se ha creado una falsa obligación a la que hábilmente contribuyen los políticos municipales encendiendo luces multicolores.

Esas luces no pueden ocultar, sin embargo, otras colgadas más arriba que no necesitan de políticos para que iluminen el cielo nocturno. Su energía data de antes de los siglos, cuando la mano invisible de Dios las colgó el cuarto día de la Creación para separar la luz de las tinieblas. Son las estrellas que se dejan ver en las noches al raso de diciembre. Las mismas que iluminaron a unos pastores que velaban sus rebaños en una noche estrellada y celebraron la primera Navidad de la Historia en un pueblo de Judá de callejas sin luces que la misericordia de Dios eligió para que “nos visitara el sol que nace de lo alto”.

Siglos después de aquello, San Francisco dio vida a la misma escena ocurrida en aquel pueblo llamado Belén con unas figuritas de barro que recuerdan la cuna de la Navidad, una fiesta que dura, y durará muchos años, porque es una tradición enraizada en la noche del nacimiento del Hijo de Dios.

Las luces multicolores son un adorno superfluo prescindible. Vivir la auténtica Navidad requiere ponerse en camino como hicieron los Magos guiados por aquel astro misterioso, y al llegar a Belén abrir nuestros cofres llenos de generosidad y, postrados, adorar al Niño. Un Niño que llega cargado de regalos envueltos en humildad, sencillez y amor para repartirlos entre los hombres de buena voluntad.

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