Tal cual estaba escrito en un escaparate. Un anuncio-reclamo para comprar. Es Navidad y todo apunta a la avidez por comprar y regalar, lo que, según el anuncio, da alegría. Es Navidad, repito, y año que pasa año que mengua las referencias al nacimiento de un Niño que fue el origen de una nueva Era. La Navidad está siendo una fiesta sin patronazgo, solo se ven arbolitos y luces de neón, sin la enjundia que le da fortaleza de espíritu. Hemos pasado del atractivo de Belén al de la tienda del regalo.
La Navidad nació en un sencillo establo y vino caída del cielo entre cantos gozosos. La Navidad es capital para la Humanidad porque tiene rango divino; su celebración es una fiesta de alegría y de paz para todos sin condición ni nada que la rechace. El anuncio tendría que ser “Celebre la alegría de la Navidad”.
El siguiente escaparate rezaba, “Este año, aún sin abrazos, es Navidad”. Un reclamo más sutil que el anterior pero al menos recordaba la Navidad. Una Navidad sin abrazos para evitar contagios del coronavirus.
Donde radica la autentica alegría es en el Niño que nació en un pesebre que vino a traer la paz a los hombres de buena voluntad. El don de la Navidad está en la paz en la tierra que surtirá efecto en los hombres que se acogen a la voluntad de Dios; en ellos reinará la alegría.
Cada año conmemoramos la visita del niño de Belén que ilumina a los que viven en tinieblas y guía nuestros pasos por el camino de la paz (Benedictus). No es una fiesta superflua, ha dejado huella a través de los siglos a los ávidos por contemplar la gloria de Dios. Conservar y compartir su memoria es un buen síntoma de los cristianos que cada año miran al pueblecito de Belén y no se dejan llevar por los señuelos de los escaparates.
José Giménez Soria