El Cristianismo, que nace en un rincón del planeta sometido al Imperio romano, no es fruto de la ciencia. Tampoco la ciencia hoy da cumplida cuenta del Cristianismo.
Para empezar por lo que tiene de inabarcable como fenómeno histórico, ni se ha valorado lo que de sorprendente sobre las dimensiones sobre el ser del hombre ha aportado al planeta el Cristianismo.
La aparición del Cristianismo en la Historia del hombre rompe moldes sobre la consideración de lo que el hombre es. La vieja idea clásica de la humanitas se queda en mantillas. El hombre para el Cristianismo es más de lo que hasta su llegada se venía pensando. Ocurre con la irrupción del Cristianismo un salto en la humanitas, de otra manera, una transhumanización del hombre. Con él se ha desencializado al enraizarse el hombre en lo que no es él y queda lanzado muy por encima de sí, pensado y querido como una potencia esencialmente extracósmica.
El hombre a medida que escudriña e investiga la naturaleza, descubriendo los enigmas y leyes que la rigen, corre el peligro de volverse menos libre en las relaciones consigo mismo y con los demás, al pasarse a la naturaleza, zona de muerte de su vuelo extracósmico y de lo mejor de sus posibilidades.
Y no es que la ciencia produzca sin más el desastre de la humanidad, pero lo que sí consigue es que se esté produciendo una deshumanización del hombre, que no compensan los regalos de un estado de bienestar que tiene mucho de ficticio y de enervante y todo de empobrecimiento y de recorte de las alas para el vuelo de lo mejor del hombre.
Ramiro Duque De Aza
Maestro. Profesor de
Teoría del conocimiento
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