miércoles, 17 de noviembre de 2010

PEREGRINO DE DIOS.

Los ecos de las palabras del Papa Benedicto XVI en su reciente visita a Santiago de Compostela, el día 6 de noviembre, y a Barcelona, el día 7, tardarán en disiparse de las conciencias de los creyentes, porque en sus discursos y homilías ha puesto el dedo en la llaga al denunciar el deterioro que sufre una sociedad que huye de los principios cristianos.

Por ello el Santo Padre ha instado a los católicos españoles a dedicarle tiempo a la nueva evangelización que tanto necesita España para contrarrestar los efectos del laicismo agresivo que se practica hoy en nuestro ambiente más cercano. Este Papa, culto e inteligente con capa de peregrino, ha recordado que España ha sido siempre un país originario de la fe, que impulsó el renacimiento del catolicismo en la época moderna gracias a figuras como San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Ávila y San Juan de Ávila… pero que ahora existe un enfrentamiento entre fe y modernidad como ya hubo en épocas pasadas. Algunos medios de comunicación, ávidos por lo destrozar todo, han manipulado sus palabras hasta cotas insuperables y lanzan titulares como que el Papa revive el fantasma del anticlericalismo, o que viene en son de guerra.

La guerra, -si es que la hay, porque los católicos ponemos la otra mejilla-, no proviene del Papa. El laicismo agresivo, zafio y grosero, proviene de aprobar una ley que convierte en derecho el asesinato de un ser humano en el seno materno; la equiparación del matrimonio con el arrejuntamiento de dos personas del mismo sexo; el lavado de cerebro de los hijos con la llamada Educación para la ciudadanía; el cierre al culto de la Basílica del Valle de los Caídos; la retirada de crucifijos; o el desplante maleducado del Presidente del Gobierno yendo a Afganistán cuando viene el Papa. ¿Quién genera esa agresividad?

Benedicto XVI, que fue acogido con cariño emocionante, no ha arremetido contra nada ni contra nadie. Ha sembrado con una sonrisa en la conciencia de los españoles la semilla de la doctrina de la Iglesia para superar los tópicos del progresismo laicista. Ha insistido en la necesidad de defender la vida, proteger la familia y la maternidad, y ha reivindicado el compromiso de la libertad con la verdad. En su visita más popular a los niños de la Obra Benéfico Social Niño Dios, les dijo que daba gracias a Dios “por vuestras vidas, tan preciosas a sus ojos”. Son niños con síndrome de Brown.

En la etapa de Barcelona la unión entre verdad y belleza, y entre fe y arte, la expresó cuando explicó que la dedicación del templo de la Sagrada Familia era un acto de fe materializado en una obra de arte levantada con el esfuerzo de la inteligencia humana. “Ella es un signo visible del Dios invisible, a cuya gloria se alzan estas torres, saetas que apuntan al absoluto de la luz y de Aquel que es la Luz, la Altura y la Belleza misma”. De Gaudí, añadió, “hizo una de las tareas más importantes de hoy: superar la escisión entre conciencia humana y conciencia cristiana, entre existencia en este mundo temporal y apertura a una vida eterna, entre belleza de las cosas y Dios como Belleza. Esto lo realizó Antoni Gaudí no con palabras sino con piedras, trazos, planos y cumbres. Y es que la belleza es la gran necesidad del hombre; es la raíz de la que brota el tronco de nuestra paz y los frutos de nuestra esperanza. La belleza es también reveladora de Dios porque, como Él, la obra bella es pura gratuidad, invita a la libertad y arranca del egoísmo”.

En esos dos días Benedicto XVI no dijo nada distinto de lo que viene enseñando en su magisterio como pastor de la Iglesia Universal.