martes, 31 de enero de 2023

BENEDICTO XVI: MI TESTAMENTO ESPIRITUAL

Hace un mes falleció el papa emérito Benedicto XVI. En la memoria permanece el encuentro con los jóvenes en la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid de 2011, durante el gran Vía Crucis con Imágenes de Semana Santa. “No os avergoncéis del Señor”, -les dijo- permanecer firmes en la fe y asumir la bella aventura de anunciarla y testimoniarla abiertamente”. Este es su testamento espiritual:

Si en esta hora tardía de mi vida miro hacia atrás, hacia las décadas que he vivido, veo en primer lugar cuántas razones tengo para dar gracias. Ante todo, doy gracias a Dios mismo, dador de todo bien, que me ha dado la vida y me ha guiado en diversos momentos de confusión; siempre me ha levantado cuando empezaba a resbalar y siempre me ha devuelto la luz de su semblante. En retrospectiva, veo y comprendo que incluso los tramos oscuros y agotadores de este camino fueron para mi salvación y que fue en ellos donde Él me guió bien. 

Doy las gracias a mis padres, que me dieron la vida en una época difícil y que, a costa de grandes sacrificios, con su amor prepararon para mí un magnífico hogar que, como una luz clara, ilumina todos mis días hasta el día de hoy. La clara fe de mi padre nos enseñó a nosotros los hijos a creer, y como señal siempre se ha mantenido firme en medio de todos mis logros científicos; la profunda devoción y la gran bondad de mi madre son un legado que nunca podré agradecerle lo suficiente. Mi hermana me ha asistido durante décadas desinteresadamente y con afectuoso cuidado; mi hermano, con la claridad de su juicio, su vigorosa resolución y la serenidad de su corazón, me ha allanado siempre el camino; sin su constante precederme y acompañarme, no habría podido encontrar la senda correcta.

De corazón doy gracias a Dios por los muchos amigos, hombres y mujeres, que siempre ha puesto a mi lado; por los colaboradores en todas las etapas de mi camino; por los profesores y alumnos que me ha dado. Con gratitud los encomiendo todos a Su bondad. Y quiero dar gracias al Señor por mi hermosa patria en los Prealpes bávaros, en la que siempre he visto brillar el esplendor del Creador mismo. Doy las gracias al pueblo de mi patria porque en él he experimentado una y otra vez la belleza de la fe. Rezo para que nuestra tierra siga siendo una tierra de fe y les ruego, queridos compatriotas: no se dejen apartar de la fe. Y, por último, doy gracias a Dios por toda la belleza que he podido experimentar en todas las etapas de mi viaje, pero especialmente en Roma y en Italia, que se ha convertido en mi segunda patria.

A todos aquellos a los que he agraviado de alguna manera, les pido perdón de todo corazón.

Lo que antes dije a mis compatriotas, lo digo ahora a todos los que en la Iglesia han sido confiados a mi servicio: ¡Manténganse firmes en la fe! ¡No se dejen confundir! A menudo parece como si la ciencia -las ciencias naturales, por un lado, y la investigación histórica (especialmente la exégesis de la Sagrada Escritura), por otro- fuera capaz de ofrecer resultados irrefutables en desacuerdo con la fe católica. He vivido las transformaciones de las ciencias naturales desde hace mucho tiempo, y he visto cómo, por el contrario, las aparentes certezas contra la fe se han desvanecido, demostrando no ser ciencia, sino interpretaciones filosóficas que sólo parecen ser competencia de la ciencia. Desde hace sesenta años acompaño el camino de la teología, especialmente de las ciencias bíblicas, y con la sucesión de las diferentes generaciones, he visto derrumbarse tesis que parecían inamovibles y resultar meras hipótesis: la generación liberal (Harnack, Jülicher, etc.), la generación existencialista (Bultmann, etc.), la generación marxista. He visto y veo cómo de la confusión de hipótesis ha surgido y vuelve a surgir lo razonable de la fe. Jesucristo es verdaderamente el camino, la verdad y la vida, y la Iglesia, con todas sus insuficiencias, es verdaderamente su cuerpo.

Por último, pido humildemente: recen por mí, para que el Señor, a pesar de todos mis pecados y defectos, me reciba en la morada eterna. A todos los que me han sido confiados, van mis oraciones de todo corazón, día a día.

Benedicto PP XVI

Documento redactado el 29 de agosto de 2006


miércoles, 4 de enero de 2023

EL PASTOR DE JONATAN

Cuentecillo de Navidad

        En tres horas se podía llegar de Caná a Nazaret con un descanso para el borriquillo. María preparó la ropa para esa ocasión. Fue Jesús quien había decido asistir a la boda cuando se lo propuso Jonatan. Ana, su mujer, lo tenía todo preparado, pero se excusaron unos invitados y Jonatan rogó a Jesús que asistiera con su madre.

 

La boda de Caná discurría con normalidad, hasta que faltó el vino. Esto y que los anfitriones tenían otro problema, al ver el milagro de las tinajas llenas de agua, la madre de la novia vio un rayo de esperanza para liberarse del peso que le oprimía; tenía la preocupación de que le comunicaran que Elías había muerto. Éste, de joven, trabajó en Belén en condiciones inhumanas y huyó a Caná donde conoció a Jonatan y acordó cuidar su rebaño. Llevaba tantos años con la familia, que a Ana le daba pena su muerte.

 

En la boda, a Ana le daba vergüenza acercarse a Jesús por estar rodeado de hombres que le escuchaban pero cruzó su mirada con María y le contó su preocupación por el pastor. Cuando María oyó su nombre y que procedía de Belén, se dio cuenta de quién se trataba, hizo una seña a su hijo, que de inmediato se puso a atenderla.

 

-Me acabo de enterar de que el “niño” está en esta casa y se está muriendo… ¡Tienes que hacer algo! —dijo María a Jesús. Él sabía quién era el “niño", por haber oído hablar de él a sus padres, mas no sabían nada desde que salieron aprisa hacia Egipto.

 

El edicto de César Augusto llenaba los caminos de gente; unos iban a Belén a cumplir lo ordenado y otros volvían empadronados. El día que al entrar en Belén pararon a la sombra de un árbol, conocieron al “niño" que regresaba con el rebaño, comiendo algo que sacó del zurrón. Al pastorcillo le llamó la atención la belleza de María embarazada. Mientras comía escuchaba que José y María querían ir a la posada a la que iba a diario a vender la leche de sus ovejas al posadero y sabía que no cabía un alma. El posadero podría dejarles pasar dos noches en el patio con otras familias, pero sin intimidad para una mujer a punto de dar a luz. El “niño” les contó cómo estaba la posada y les dijo que sus padres tenían un campo en las afueras de Belén con una cueva para el rebaño y un buey, muy manso, atado al pesebre. A José le vino a ver la providencia para que allí naciera su hijo y le pidió que les guiase hasta la gruta.

 

María volvió a subirse al borrico y atravesó la aldea con José y el “niño”, que iban a pie. Al llegar, el pastorcillo y José limpiaron la cueva. Ataron al borrico junto al buey, dejando un pesebre para que sirviera de cuna. Encendieron una hoguera con palos que el “niño” recogió y se disponía a marchar cuando María le pidió un último favor:

—¡Oye “niño”, ¿querrás hacerme un recado?

—Todos los que hagan falta, —respondió el pastorcillo.

—¿Podrías traernos un poco de agua del regato que hemos cruzado al venir?

Y como el arroyo no estaba muy lejos, en unos minutos para no tardar, el “niño” fue y vino corriendo. Miró a José y a María y se despidió:

—¿Puedo venir mañana, por si hay que hacer algún recado?

María asintió con la cabeza, le pidió que se acercara y le dio un beso en la frente.

 

El “niño” se fue a cuidar sus ovejas y los rebaños de tres vecinos.  La noche siguiente, al aire libre, un ángel del Señor les anunció con gran alegría que había nacido el Mesías y les señaló donde encontrarlo. El pastorcillo no tenía duda dónde estaba el pesebre y el niño envuelto en pañales y contó a los demás que él ayudó a José a hacer del pesebre una cuna.  

 

Indicó el sitio a los otros pastores y, al llegar, regalaron algo de lo que tenían y adoraron al Niño Dios. María llamó al "niño" y le dio otro beso en la frente por enseñarle a sus amigos el camino hacia Jesús. Se marcharon, pero el pastorcillo siempre se presentaba al amanecer en la cueva para hacer recados a la Virgen. María le pagaba con un beso en la frente por cada recado. Cogieron tanta confianza que una noche José le comunicó que tenían que huir a Egipto y le dio como recuerdo un sonajero que había hecho para su hijo con unas maderas.

 

Después de marchar a Egipto el pastorcillo pasó unos años muy malos, pues en Belén culparon a los pastores de las iras de Herodes, por decir que el Mesías había nacido en Belén. Esto y que los Sabios de Oriente confirmaron lo que decían los pastores, hizo que Herodes mandase asesinar a los niños de Belén.

 

Tan mal le trataron sus vecinos, que cuando se hizo mayor se marchó de Belén. Fue dando tumbos, hasta que lo acogieran como pastor en la casa donde ahora se celebraba la boda de la hija mayor. Cuando Jesús y María entraron en la habitación, el pastor de Jonatan ya no podía hablar porque estaba agonizando, pero cuando sintió su presencia, abrió los ojos y reconoció a aquella mujer que siempre le daba un beso en la frente, por cada recado.

 

Entonces, extendió su brazo hacia ella y le mostró el sonajero que le había regalado José. Lo cogió María y se lo dio a Jesús, que se lo volvió a poner en su mano al pastor y le dijo:

 

—No te voy a curar, porque pronto estaremos los tres juntos en el Cielo por toda la eternidad, y como en el Cielo a mi Madre se le multiplicarán sus quehaceres, te va a necesitar siempre a su lado para que seas su “niño” de los recados.

 

Y al oír a Jesús, el pastor asintió con la mirada, se inundó de paz su rostro y cerró los ojos. Y entonces María se inclinó sobre su frente, y le dio un beso envuelto con sus lágrimas.