Cuentecillo de Navidad
La boda de Caná discurría
con normalidad, hasta que faltó el vino. Esto y que los anfitriones tenían otro
problema, al ver el milagro de las tinajas llenas de agua, la madre de la novia
vio un rayo de esperanza para liberarse del peso que le oprimía; tenía la
preocupación de que le comunicaran que Elías había muerto. Éste, de joven, trabajó
en Belén en condiciones inhumanas y huyó a Caná donde conoció a Jonatan y
acordó cuidar su rebaño. Llevaba tantos años con la familia, que a Ana le daba
pena su muerte.
En la boda, a Ana le daba
vergüenza acercarse a Jesús por estar rodeado de hombres que le escuchaban pero
cruzó su mirada con María y le contó su preocupación por el pastor. Cuando
María oyó su nombre y que procedía de Belén, se dio cuenta de quién se trataba,
hizo una seña a su hijo, que de inmediato se puso a atenderla.
-Me acabo de enterar de
que el “niño” está en esta casa y se está muriendo… ¡Tienes que hacer algo! —dijo
María a Jesús. Él sabía quién era el “niño", por haber oído hablar de él a
sus padres, mas no sabían nada desde que salieron aprisa hacia Egipto.
El edicto de César
Augusto llenaba los caminos de gente; unos iban a Belén a cumplir lo
ordenado y otros volvían empadronados. El día que al entrar en Belén pararon a
la sombra de un árbol, conocieron al “niño" que regresaba con el rebaño, comiendo
algo que sacó del zurrón. Al pastorcillo le llamó la atención la belleza de
María embarazada. Mientras comía escuchaba que José y María querían ir a la
posada a la que iba a diario a vender la leche de sus ovejas al posadero y
sabía que no cabía un alma. El posadero podría dejarles pasar dos noches en el
patio con otras familias, pero sin intimidad para una mujer a punto de dar a
luz. El “niño” les contó cómo estaba la posada y les dijo que sus padres tenían
un campo en las afueras de Belén con una cueva para el rebaño y un buey, muy
manso, atado al pesebre. A José le vino a ver la providencia para que allí
naciera su hijo y le pidió que les guiase hasta la gruta.
María volvió a subirse
al borrico y atravesó la aldea con José y el “niño”, que iban a pie. Al llegar,
el pastorcillo y José limpiaron la cueva. Ataron al borrico junto al buey,
dejando un pesebre para que sirviera de cuna. Encendieron una hoguera con palos
que el “niño” recogió y se disponía a marchar cuando María le pidió un último
favor:
—¡Oye “niño”, ¿querrás
hacerme un recado?
—Todos los que hagan
falta, —respondió el pastorcillo.
—¿Podrías traernos un
poco de agua del regato que hemos cruzado al venir?
Y como el arroyo no
estaba muy lejos, en unos minutos para no tardar, el “niño” fue y vino
corriendo. Miró a José y a María y se despidió:
—¿Puedo venir mañana,
por si hay que hacer algún recado?
María asintió con la
cabeza, le pidió que se acercara y le dio un beso en la frente.
El “niño” se fue a
cuidar sus ovejas y los rebaños de tres vecinos. La noche siguiente, al aire libre, un ángel
del Señor les anunció con gran alegría que había nacido el Mesías y les señaló
donde encontrarlo. El pastorcillo no tenía duda dónde estaba el pesebre y el
niño envuelto en pañales y contó a los demás que él ayudó a José a hacer del pesebre
una cuna.
Indicó el sitio a los
otros pastores y, al llegar, regalaron algo de lo que tenían y adoraron al Niño
Dios. María llamó al "niño" y le dio otro beso en la frente por enseñarle
a sus amigos el camino hacia Jesús. Se marcharon, pero el pastorcillo siempre se
presentaba al amanecer en la cueva para hacer recados a la Virgen. María le
pagaba con un beso en la frente por cada recado. Cogieron tanta confianza que
una noche José le comunicó que tenían que huir a Egipto y le dio como recuerdo
un sonajero que había hecho para su hijo con unas maderas.
Después de marchar a
Egipto el pastorcillo pasó unos años muy malos, pues en Belén culparon a los
pastores de las iras de Herodes, por decir que el Mesías había nacido en Belén.
Esto y que los Sabios de Oriente confirmaron lo que decían los pastores, hizo
que Herodes mandase asesinar a los niños de Belén.
Tan mal le trataron sus
vecinos, que cuando se hizo mayor se marchó de Belén. Fue dando tumbos, hasta
que lo acogieran como pastor en la casa donde ahora se celebraba la boda de la
hija mayor. Cuando Jesús y María entraron en la habitación, el pastor de
Jonatan ya no podía hablar porque estaba agonizando, pero cuando sintió su
presencia, abrió los ojos y reconoció a aquella mujer que siempre le daba un
beso en la frente, por cada recado.
Entonces, extendió su
brazo hacia ella y le mostró el sonajero que le había regalado José. Lo cogió
María y se lo dio a Jesús, que se lo volvió a poner en su mano al pastor y le
dijo:
—No te voy a curar,
porque pronto estaremos los tres juntos en el Cielo por toda la eternidad, y
como en el Cielo a mi Madre se le multiplicarán sus quehaceres, te va a
necesitar siempre a su lado para que seas su “niño” de los recados.
Y al oír a Jesús, el
pastor asintió con la mirada, se inundó de paz su rostro y cerró los ojos. Y
entonces María se inclinó sobre su frente, y le dio un beso envuelto con sus
lágrimas.
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