El evangelio del domingo 2 de agosto, (Ciclo A) (Mt.14, 13-21), empezaba así: «Al enterarse Jesús de la muerte de Juan Bautista, se marchó a un lugar desierto». Era normal que Jesús quisiera estar solo para orar al sentirse dolido por la muerte de quien le había precedido en su ministerio. Dios había mandado a Juan recorrer la región del Jordán a predicar un bautismo de conversión unido a señales de enmienda. Asumió el papel de precursor lanzando proclamas proféticas que dieran paso a una vida nueva, pero advirtiendo que el bautismo de agua no bastaba, no era el definitivo, pues el Mesías venidero bautizaría con Espiritu y fuego. El Espiritu divino sería una bendición para los arrepentidos y el fuego que no se apaga sería una maldición para los que no se arrepienten.
Los judíos pensaban que con la llegada del Mesías serían castigados los enemigos de Israel, pero Juan les hizo ver que Dios no distinguía entre judíos y paganos, ya que para Él todos eran iguales. Con estas y otras advertencias anunciaba la buena noticia, que no era otra que la inmediata venida del Mesías largo tiempo esperado.
Juan era hijo de Zacarías e Isabel. Nació en tiempos del emperador Octavio Augusto, siendo tetrarca de Galilea Herodes Antipas. Antes de ir al Jordán marchó en plan ermitaño al desierto de Judea donde predicó que ni era Elías ni el Mesías, solo era una voz que gritaba: «¡Enderezad los caminos del Señor!». El comienzo de su predicación se sitúa en el otoño del año 27.
Pronto mostró sus diferencias con los fariseos, los saduceos, -la clase dominante-, para quienes el bautismo era un rito sin más transcendencia, es decir sin propósito de enmienda. “¡Raza de víboras!”, les llamaba, para distinguirlos de los maltratados por las autoridades religiosas y los poderosos corruptos. Eso le granjeó lo que hoy llamaríamos una mala prensa, pero por su fortaleza de carácter no le debió importar mucho.
Sus enfrentamientos llegaron hasta el poder político. Herodes Antipas no se libró de una acusación de adulterio. Herodes estaba casado con una hija del rey de Arabia y estando en Roma conoció a Herodías, mujer de su hermanastro Herodes Filipo a la que propuso el matrimonio. La ambiciosa Herodías aceptó y se fue a convivir con Antipas. Esta convivencia motivó que Juan se lo echase en cara ,y la reacción de Herodes, instigado por Herodías, no se hizo esperar, hizo apresar a Juan y lo encerró en la cárcel. Juan acabó su misión preso en la fortaleza de Maqueronte, junto al mar Muerto, y la buena noticia que él anunciaba para la gente.
Jesús conoció el enfrentamiento de Juan con Herodes Antipas y su prisión. Estando en la cárcel a Juan le entraron dudas de las obras que hacía Jesús y mandó a sus discípulos a preguntarle si era o no el Mesías. Jesús no se anduvo con rodeos y los remitió a los milagros públicos que hacía, y aprovechó para culminar con dos sentencias: «Los pobres reciben la buena noticia»” y «¡Dichoso el que no se escandalice de Mí!». Una vez más Jesús aludió a los pobres que recibían su doctrina y llamó bienaventurados a quienes no se escandalizan de Él.
Cuando los enviados de Juan se marcharon, Jesús exaltó su figura: «No ha nacido de mujer ninguno más grande que Juan». Juan impartió un bautismo de remisión de los pecados entre la gente sencilla, sin nada a cambio, y sin la obligación de hacer una ofrenda en templo que costara dinero, como era corriente.
Herodías que nunca le perdonó su intromisión en su vida privada, soñaba con acabar con él. Aprovechando la fiesta del cumpleaños de Herodes consiguió que éste mandara decapitarlo como así fue. Sus discípulos se hicieron con el cuerpo, lo enterraron y fueron a contárselo a Jesús. Era el año 29.