El nacimiento de Cristo,
ese sencillo suceso que dio origen a la celebración de la Navidad, fue un
acontecimiento capital para la Humanidad. Que todo un Dios omnipotente se haga
hombre en el seno de una humilde mujer tiene algo de locura. Locura divina que
partió la historia en dos: Lo ocurrido antes de Cristo y lo que sucedería
después de Cristo. Con Él nació el año cero para el cómputo de un tiempo nuevo.
Con la llegada de Cristo
quedaron abolidos los sacrificios cruentos y las víctimas expiatorias, quedando
solo su propio sacrificio de muerte en la cruz, según su voluntad: «Y conforme a esa voluntad todos quedamos
santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para
siempre» explica San Pablo (Hb, 10,10).
Jesucristo es una figura
histórica cuya doctrina es conocida a través de sus discípulos. Su doctrina, el
cristianismo, es una religión universal fruto de una predicación de mensajes de
amor y de redención. Su indiscutible triunfo a lo largo de los siglos no lo han
detenido ni Herodes, ni Diocleciano, ni los totalitarismos ni el laicismo más
intolerante, porque anida en la conciencia de los hombres de buena voluntad y
se asienta en la fuerza del amor fraterno y del perdón.
El cristiano fetén tiene
que predicar esta doctrina con fe y encumbrarla sin tapujos porque tiene rango
divino y contra eso nada pueden quienes intentan quebrarla o encerrarla en las
iglesias. Ni el amor ni el perdón se pueden rebatir con argumentos groseros o
coacciones perversas, a veces disimuladas, como demuestra la experiencia de
siglos.
Cuando los apóstoles,
conminados por el Sanedrín para que no predicaran la doctrina de Cristo,
contestaban que “Obedecerían a Dios antes
que a los hombres”, y los saduceos
montaban en cólera y los amenazaban con matarlos, un fariseo llamado Gamaliel,
hombre de prestigio, doctor de la ley, les dijo “Mirad bien lo que vais a hacer con estos hombres. Desentendeos y
dejarlos libres, porque si lo que predican es obra de los hombres, se destruirá,
pero si es de Dios no conseguiréis destruirla. No sea que os encontréis luchando
contra Dios”.
La Navidad nació en un
pesebre. Nada ni nadie en el mundo ha ejercido tanta influencia en pro del
respeto humano entre el hombre y la mujer como la escena del pesebre de Belén, cuna
de la Cristiandad.
El cristianismo está en
el centro de nuestra cultura. La Navidad se celebra en todo el mundo occidental
como la gran fiesta de alegría y de paz sin distinción de razas ni nada que la
supere, porque Cristo habita entre nosotros.
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