La renuncia del Papa Benedicto XVI, anunciada el 11
de febrero pasado, día de la Virgen de Lourdes, cogió a todos con el pie
cambiado. Creyentes y no creyentes se vieron sorprendidos por lo excepcional
del hecho. La mayoría de los personajes públicos,
salvo algunos cortos de luces, han mostrado respeto y admiración por el Papa, y
su decisión. Ahora, hacer cábalas sobre lo que ocurra a partir del 28 de
febrero en que sea efectiva su renuncia, son ganas de especular sobre los
designios de la Iglesia, siempre tan reservada. De lo que no hay duda es que el
Conclave, inspirado por el Espíritu Santo, elegirá un nuevo pontífice.
Benedicto XVI deja un legado doctrinal
impresionante, pleno de sabiduría y sencillez. Destacan la trilogía sobre Jesús
de Nazaret y las tres encíclicas sobre el Amor cristiano, la Esperanza y la Caridad.
Lo último ha sido la proclamación del Año de la Fe para reavivar la fe de los
creyentes y atraer a los alejados de Dios.
Los libros sobre Jesús de Nazaret, escritos a la
luz del Evangelio, son un regalo para ahondar en la vida de nuestro Señor en
los treinta y tantos años que vivió en este mundo. El segundo tomo recoge los
acontecimientos de su última semana en Jerusalén, -la Semana Santa de los
cristianos-, desde que llegó a la Ciudad Santa hasta que resucitó después de la
crucifixión. Son 350 páginas para reflexionar sobre lo ocurrido en aquellos
días, algo tan arraigado en los cofrades que, año tras año, lo recuerdan en
plazas y calles por la gran fe que tienen en Jesucristo y la esperanza en la
resurrección futura.
El Papa ha hecho muchos esfuerzos para estar cerca de los
jóvenes. En dos ocasiones se ha visto cara a cara con ellos hablándoles alto y
claro. La primera fue la Jornada Mundial de la Juventud de Sídney de 2008 y la
segunda la JMJ de Madrid de 2011. “No os
avergoncéis del Señor”, dijo en la ceremonia de bienvenida de Madrid…“permanecer firmes en
la fe y asumir la bella aventura de anunciarla y testimoniarla abiertamente”. Sus palabras fueron granos de trigo sembrados en tierra firme, que no han
borrado el paso del tiempo.
En este gran
acontecimiento capaz de concentrar miles de rostros de todos colores, gentes de
lenguas diversas o familias enteras, los cofrades españoles hicieron lo que
saben hacer de carrerilla: Un gran Vía Crucis con sus Imágenes de Semana Santa
para decirle al Papa cómo entienden su “vivir la fe”.
Al final de ese ejercicio
de piedad, el Papa contempló las “imágenes donde la fe y el arte se armonizan
para llegar al corazón del hombre e invitarle a la conversión” e hizo una llamada a los jóvenes: “Vosotros, que sois muy sensibles
a la idea de compartir la vida con los demás, no paséis de largo ante el
sufrimiento humano, donde Dios os espera para que entreguéis lo mejor de vosotros
mismos: vuestra capacidad de amar y de compadecer”. “La cruz no fue el
desenlace de un fracaso, sino el modo de expresar la entrega amorosa que llega
hasta la donación más inmensa de la propia vida. El Padre quiso amar a los
hombres en el abrazo de su Hijo crucificado por amor”.
El
Papa ha contribuido a renovar la fe proclamando el Año de la Fe, vigente desde
octubre pasado. En la carta de su convocatoria afirmó que “Dios, en el misterio de su muerte y resurrección, ha revelado en
plenitud el Amor que nos salva y llama a los hombres a la conversión de vida
mediante la remisión de los pecados”.
Los
cofrades, y los católicos en general, agradezcamos a Dios las enseñanzas
recibidas en los casi ocho años de pontificado de este gran hombre, que en su renuncia ha pedido “perdón por sus defectos” en un gesto de
profunda humildad.
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