Además de servir para adorar a Dios, las personas que asisten a la Santa Misa se ven enriquecidas por una suerte de excelencias que Dios les concede. Los santos, cada uno en su tiempo y a su manera las han resumido así:
Primera. La
Santa Misa da fuerzas al alma para batallar contra los enemigos. Acrecienta el
fervor de la caridad y da valor para sufrir adversidades. Santo Tomás de Aquino.
Segunda. El que “vive” devotamente la Misa, merece más que si hiciera una costosa y sacrificada peregrinación, como en los siglos pasados y diera todos sus bienes a los pobres. San Bernardo.
Tercera Si
quien asiste a la Misa reflexiona sobre su valor infinito y tiene intención de
glorificar a Dios, mediante el ofrecimiento del sacrificio de Jesucristo,
merece más que si ayunara a pan y agua todo el año. San Alberto Magno.
Cuarta. Es el sufragio más eficaz para los difuntos según demostró San Vicente Ferrer, que ofreció treinta Misas por su hermana y voló del Purgatorio al Cielo.
Quinta. Más
vale una Misa en vida, cuando se pueden aumentar nuestros méritos, que mil misas
que se aplicaran después de la muerte. San Anselmo.
Sexta. Más
honra a Dios una Misa, sobretodo si se comulga con la intención de amarlo
infinitamente, que todas las demás obras por fervorosas que sean. Beato P. La
Colombiere.
Séptima. Quien asiste con devoción a la Misa, alcanza grandes auxilios para no caer en el pecado mortal y no le faltará el sustento necesario para su cuerpo. San Agustín.
Octava. El
Santo Sacrificio de la Misa, en el que queda Dios desagraviado de nuestros
pecados, equivale a medicina para sanar enfermedades. San Cipriano.
Novena. Si
un mujer embarazada asiste a Misa tomándose un pocos de molestia, como se la
tomó la Virgen María viajando a Belén para dar a luz a Jesús, podrá obtener
grandes auxilios en los dolores del parto. San Beda el Venerable.
Décima.
Todos los días que uno asista a Misa devotamente se verá libre de grandes males
y peligros de alma y cuerpo, a semejanza de como los israelitas se libraron del
ángel exterminador porque untaron sus puertas con la sangre del cordero
pascual, símbolo de Jesucristo.
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