Cuando preparo la celebración del Matrimonio con algunos de los novios valientes que aún se atreven a prometerse amor durante toda la vida delante de Dios me gusta preguntarles acerca de por qué el anillo se lo van a poner en el dedo anular. Nunca lo saben. Alguna vez dan esta respuesta: «¡Porque es el dedo que conecta directamente con el corazón y por eso significa el amor!». Les digo que en realidad todos los dedos de las manos y los pies están conectados al corazón, si no se pudrirían.
¿Entonces cuál es la respuesta? Vamos a hacer un juego. Puede usted cerrar el puño e ir levantando los dedos. Solo uno a la vez y ver hasta dónde es capaz de levantarlo con facilidad. Se dará cuenta de que fácilmente puede levantar todos los dedos, salvo el anular, que le costará más y no logrará que suba como los demás. Reflexionando un poco podemos ver cómo todos los dedos, menos el anular, sirven para algo. Con el pulgar puede uno mostrar rápidamente su conformidad o disconformidad con algo según hacia dónde apunte cuando lo levante. El índice vale para señalar un camino, para acusar a alguien, para hacer ver que se sabe algo o para hurgarse la nariz. El dedo corazón, no lo use demasiado, sirve para mandar a tomar por saco a alguien. Y con el dedo meñique cierran las niñas promesas que hacen entre ellas.
¿Y el anular? El pobre dedo anular no sirve para nada, si apenas puede subir a la altura de sus hermanos. De hecho, se le llama «anular» porque está «anulado». Pues precisamente en este dedo es donde los esposos se ponen los anillos y están llamados a llevarlos hasta la muerte. Nuestro término «anillo» viene del latín anulus, que como verá tiene que ver con el dedo anular, que es el dedo «relativo al anillo».
Los esposos llevan el anillo en ese dedo porque es el dedo débil y al mirárselo pueden recordar la gran lección del amor que Jesucristo ha venido a mostrarnos: es en la debilidad donde más necesitamos que nos quieran y querer al otro hasta dar la vida por él. Quien nos quiera poco nos querrá solo por lo positivo: por ser fuertes, simpáticos y generosos. Pero ¿quién nos quiere por nuestras miserias, por nuestras debilidades, por nuestros defectos? Solo quien nos quiera de verdad. Así están llamados a amarse los esposos.
El Matrimonio es para toda la vida, por eso es muy serio. Quererse toda la vida requiere aprender a amar al otro en la debilidad. ¿Recuerda las palabras que pronuncian los novios delante del sacerdote en el momento en que se convierten en esposos? «Yo, X, te recibo a ti, Y, como esposo, o esposa, y me entrego a ti, y prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así amarte y respetarte todos los días de mi vida». O sea, en lo bueno y en malo. Es fuerte. Así necesitamos ser amados y amar. El amor de verdad es eso.
Amar es aprender a recibir al otro y aprender a entregarse para que el otro te reciba. En la fortaleza y en la debilidad. Cuando esto se da, las cosas van bien. Cuando una parte falla la cosa se complica. Necesitamos profundizar cada vez más y madurar la forma de amarnos. El Matrimonio es una Alianza para siempre, en lo próspero y en lo adverso. De hecho, a los anillos de Matrimonio se les llama también así: alianzas.
Me gusta decir a los esposos, y hoy lo digo aquí, que cuando tengan una dificultad y les cueste quererse se miren el anillo. Y que cuando haya un problema se pidan siempre perdón y se besen mutuamente el dedo anular con el anillo en señal de veneración y amor. La debilidad propia nos va a acompañar toda la vida. Nuestra condición humana está herida y ello requiere aceptación. Y por supuesto la ayuda de Dios, a quien el día de la Boda ya se le pidió. Dios no nos quiere por fuertes sino por débiles, justo como dice San Pablo: «Vivo contento en medio de mis debilidades porque cuando soy débil, entonces soy fuerte». Enseñemos esto a los jóvenes. Matrimonios: sed luz. Adelante.
Patxi Bronchalo
Sacerdote. Valdemoro
(Madrid)
Junio 2022
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