Desde 2021 y hasta que finalice en el 2023,
se está celebrando el Sínodo sobre la Sinodalidad convocado por el papa
Francisco para aunar esfuerzos en reforzar los lazos del propio Papa y los
Obispos con los creyentes, y que todos
juntos caminen bajo
la guía del Espíritu Santo. El Sínodo se centra en tres puntos: Comunión, participación y misión. De ningún
modo se trata de modificar las enseñanzas de la Iglesia y menos adaptarlas al
gusto del consumidor, más bien gira en torno a una reflexión sobre ellas
a la luz del Evangelio. La doctrina tradicional de la Iglesia, -veinte siglos
la avalan- está ligada al designio de Dios, y esto no admite interpretaciones
sesgadas.
La labor de las asambleas sinodales consiste en desarrollar un proceso de escucha y juicio, que se concretará en la recopilación del trabajo realizado en cada diócesis hasta elaborar una síntesis final.
Uno de los temas que más
se airean es la abolición del celibato de
los curas y ordenar mujeres sacerdotes, propuestas por algunas diócesis
españolas. Para que no haya lugar a equívocos, Monseñor Demetrio Martínez,
Obispo de Córdoba pone los puntos sobre las íes en una carta que resumimos:
"Hemos respirado
la armonía de la comunión de los fieles con los pastores. Bendito proceso
sinodal que nos ha hecho percibir la belleza de la Iglesia.
En este domingo de la
Santísima Trinidad, se nos ha revelado el misterio de Dios, con cuya imagen se
va construyendo la Iglesia en sus distintos niveles. Un proceso que dura toda la
vida y que se prolongará en la historia hasta su consumación en el cielo.
Sin embargo, no han
faltado voces disonantes en algunas diócesis de España, que atentan contra la
comunión eclesial, porque hacen propuestas que traspasan las líneas de esa
comunión eclesial. Me refiero a las que son disonantes con la doctrina y la
moral católica, y especialmente a la propuesta del sacerdocio femenino, como si la Iglesia
tuviera que ponerse al día en esta reivindicación al socaire del feminismo
reinante. A ver si de tanto proponerlo, se va creando la
conciencia de esta reclamación.
Hace más de treinta
años que el Papa Juan Pablo II zanjó la cuestión con su autoridad
apostólica, aportando las razones en su Carta Apostólica “Ordinatio
sacerdotalis” (1994), en cuyo número 4 nos dice: “Con el fin de alejar toda
duda sobre una cuestión de gran importancia provenientes de distintos grupos y
sensibilidades, que atañe a la misma constitución divina de la Iglesia, en
virtud de mi ministerio de confirmar en la fe a los hermanos
(cf. Lc 22,32), declaro que la Iglesia no tiene en modo alguno la
facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este
dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la
Iglesia”. Carta del 22 de mayo de 1994, en la fiesta de Pentecostés.
No se trata de una
cuestión disciplinar, sino de un asunto que afecta a la misma constitución
divina de la Iglesia, y sobre la que el Papa ha hablado, elevando la doctrina a
rango de definitiva, es decir, irreformable. La autoridad del
Sucesor de Pedro puesta al servicio de la fe del Pueblo santo de Dios ha dejado
zanjada la cuestión. Por eso, cuando al hilo de las propuestas sinodales,
vuelven a oírse en distintos lugares –no en Córdoba- propuestas que traspasan
la línea de la unidad de la fe, deben saltarnos las alarmas del sensus fidei.
En el Sínodo cabemos
todos, claro. Pero no caben propuestas que se salen de la comunión en una misma
fe y que responden a ideologías de moda. Porque entonces
habríamos convertido el Sínodo en juego peligroso de propuestas que no brotan
de la fe de la Iglesia y que rompen la comunión eclesial. Eso ya no es el Sínodo
al que el Papa nos ha convocado, eso es aprovechar que el Pisuerga pasa por
Valladolid para infiltrar asuntos inadmisibles. Eso sería aprovechar
la preciosa ocasión que se nos brinda para salirse del tiesto. Y con la fe de la
Iglesia no se juega.
Que la fiesta de la
Santísima Trinidad nos ayude a profundizar en esa plena comunión eclesial que
tiene sus raíces en este gran misterio."
La carta no da lugar a
equívocos.
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