sábado, 3 de septiembre de 2016

EL DON DE LA MISERICORDIA

Cuando por circunstancias de la vida surgen conflictos que deterioran las relaciones entre padres e hijos, pero logran hacerles frente con la fuerza de un sentimiento natural, de ternura, de indulgencia y de perdón, no hay duda de que ambos poseen la gracia del preciado don de la misericordia.

La parábola del hijo prodigo (Lc. 15,11-32) enseña como un padre supera el rechazo a un hijo vicioso y holgazán con rasgos de misericordia. La conducta del padre revela el amor que tiene al hijo, a quien no había olvidado aún estando tan lejos. El hijo se postra ante el padre en señal de arrepentimiento, “He pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”, le dice. El padre no le deja terminar la frase porque es tanta su alegría que pronto dispone una fiesta. Los dos se han perdonado, se abrazan y juntos entran en la casa.

La parábola ofrece una gran enseñanza para nosotros. El perdón de las ofensas proviene del amor misericordioso, que para los cristianos es una obligación imprescindible. Aunque muchas veces es difícil perdonar, sin embargo con el perdón alcanzamos la serenidad del corazón. Dejar caer el rencor, la rabia, la violencia y la venganza son condiciones necesarias para vivir felices. Sigamos el consejo de San Pablo «Si os indignáis, no pequéis y que vuestra indignación cese antes de que se ponga el sol» (Ef. 4,26)

Aprovechemos que el Año Jubilar de la Misericordia abre las puertas a la Reconciliación: Dios perdona los pecados y concede la gracia de la Indulgencia que borra todas sus huellas. El amor de Dios alcanza al pecador perdonado y lo libera de todo residuo. Para ello hay que cruzar la Puerta Santa abierta en catedrales, iglesias o santuarios.

Viernes Santo: Jesús Nazareno pasa cargado con la cruz al hombro con la mirada puesta en los alejados de Dios. De su rostro brota la fuerza de su misericordia que consuela con el perdón. Unos metros más atrás María Santísima de la Redención atestigua que la misericordia de su Hijo no conoce límites. Éste desde la cruz pidió al Padre el perdón para todos sin exclusión y Ella proclama a todo el mundo la grandeza de su misericordia.

Con el salmo Miserere sigamos invocando a Dios el don de la misericordia:

“Oh Dios, crea en mí un corazón puro,/renuévame por dentro con espíritu firme.
No me arrojes lejos de tu rostro,/ no me quites tu santo espíritu

Devuélveme la alegría de tu salvación,/ afiánzame con espíritu generoso”.

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