La parábola
del hijo prodigo (Lc. 15,11-32) enseña como un padre supera el rechazo a un
hijo vicioso y holgazán con rasgos de misericordia. La conducta del padre
revela el amor que tiene al hijo, a quien no había olvidado aún estando tan
lejos. El hijo se postra ante el padre en señal de arrepentimiento, “He pecado
contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”, le dice. El
padre no le deja terminar la frase porque es tanta su alegría que pronto
dispone una fiesta. Los dos se han perdonado, se abrazan y juntos entran en la
casa.
La parábola
ofrece una gran enseñanza para nosotros. El perdón de las ofensas proviene del
amor misericordioso, que para los cristianos es una obligación imprescindible.
Aunque muchas veces es difícil perdonar, sin embargo con el perdón alcanzamos
la serenidad del corazón. Dejar caer el rencor, la rabia, la violencia y la
venganza son condiciones necesarias para vivir felices. Sigamos el consejo de
San Pablo «Si os indignáis, no pequéis y que vuestra indignación cese antes de
que se ponga el sol» (Ef. 4,26)
Aprovechemos
que el Año Jubilar de la Misericordia abre las puertas a la
Reconciliación: Dios perdona los pecados y concede la gracia de la Indulgencia
que borra todas sus huellas. El amor de Dios alcanza al pecador perdonado y lo
libera de todo residuo. Para ello hay que cruzar la Puerta Santa
abierta en catedrales, iglesias o santuarios.
Viernes
Santo: Jesús Nazareno pasa cargado con la cruz al hombro con la mirada puesta
en los alejados de Dios. De su rostro brota la fuerza de su misericordia que
consuela con el perdón. Unos metros más atrás María Santísima de la Redención
atestigua que la misericordia de su Hijo no conoce límites. Éste desde la cruz
pidió al Padre el perdón para todos sin exclusión y Ella proclama a todo el
mundo la grandeza de su misericordia.
Con
el salmo Miserere sigamos invocando a Dios el don de la misericordia:
“Oh Dios, crea
en mí un corazón puro,/renuévame por dentro con espíritu firme.
No me arrojes lejos de tu rostro,/ no me quites tu santo espíritu
No me arrojes lejos de tu rostro,/ no me quites tu santo espíritu
Devuélveme la
alegría de tu salvación,/ afiánzame con espíritu generoso”.
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