Ahora que se habla tanto de
Cervantes –se cumplen 400 años de su muerte- por ser la gran figura de la
literatura española, habría que esforzarse en desterrar el cutrerio reinante y
poner en valor la Cultura con mayúscula, que por ser como el alma de una
nación, sin ella, ésta queda abocada a una situación de franca decadencia. Hay
que fertilizar el gran bancal de la cultura española empezando por educar mucho mejor a las nuevas generaciones que al
paso que vamos no van a saber quién era Cervantes.
Se ha estado educando –y se
sigue- en la indolencia intelectual, en la ley del mínimo esfuerzo, en el
desprecio a la transcendencia y en la irrelevancia de la moral, todo ello con
el señuelo de la libertad, hasta llegar a caer en la falta de fe y del
conocimiento, además de en la incapacidad para auparse en las dificultades más
elementales.
Con esta perspectiva habrá que
trabajar empezando por reconstruir el humanismo cristiano como referencia
cultural que nos ofrece el progreso del saber y la madurez de la civilización. Dice
el Libro de los libros que el “principio de la sabiduría es el temor de Dios”,
pero solo los insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza.
Estamos a unas semanas de unas
nuevas elecciones, consecuencia directa de la insolvencia cultural y política
demostrada por unos personajes más atentos a su ego que al bien común de los
demás. Han dado un ejemplo claro de la debilidad de sus principios básicos en
el arte de la convivencia, porque, aparte de ser ignorantes, carecen de
agarraderas solidas en la fe y en la ética más elemental. Por lo que hemos
visto en los últimos meses, su capacidad de gobernar deja mucho que desear.
Alguno de los que han destacado, ¿sería capaz de ofrecer soluciones a los
problemas derivados de la falta de moral de nuestro tiempo? ¿Sería capaz de
esbozar un programa de recuperación de la Cultura con mayúsculas? ¿Sería capaz
de ordenar una justa distribución de la riqueza (no de boquilla) en sintonía
con el amor al prójimo? ¿Sería capaz, en suma, de basar su gobierno en las
obras de misericordia?
Visto
lo visto, los votantes tenemos el deber de sopesar la calidad del voto, si es
que votamos y no nos quedamos en casa, para, a tenor de lo dicho, otorgarlo a
la opción cuya ideología se asiente en
el Humanismo Cristiano, en la Democracia y en la Libertad, -todo con
mayúsculas- sin mas Ley que cumplir y hacer cumplir los Derechos Humanos tantas
veces conculcados. Siempre respetuosos con las opciones no elegidas. Ir a votar
dejándose llevar por la palabrería, los insultos, las formas groseras y los
ademanes teatrales o televisivos de los aspirantes, es contribuir a una
adulteración de la política; una profesión muy devaluada que puede llegar a ser
muy respetada y beneficiosa para todos si elegimos para ejercerla a los más competentes.
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