Desde tiempo inmemorial durante cinco días en la frontera de la
Semana de Pasión y la Semana Santa, la Cofradía de los moraos de Albox rinde
honor y adoración a la figura de Jesús Nazareno, su Santo Patrono. Para ello
celebra un Quinario, ya tradicional, en el que se glosan las enseñanzas
evangélicas que nos legó nuestro Señor Jesucristo. El Ejercicio del Quinario de
2016 ha estado dedicado a las Obras de Misericordia, un tema muy acorde con el
Jubileo de la Misericordia impulsado por el Papa Francisco.
Mas reciente en el tiempo es la procesión de la Imagen de Jesús
Nazareno ceñido con una toalla que en los años 40, 60 y 80 del siglo XX salía el
Jueves Santo y que desde 2011 se recuperó para el Martes Santo tras lustros perdida
en el recuerdo. La Imagen representa el lavatorio de los pies de los
discípulos.
En tiempos de Jesucristo al llegar los invitados a una casa, el
dueño mandaba a sus siervos lavar los pies de los recién llegados en señal de
hospitalidad. En cierta ocasión un fariseo invitó a Jesús a comer y descuidó la
cortesía de lavarle los pies. Una mujer pecadora al darse cuenta (Lc. 7,36-50)
se coló entre los comensales y con sus lágrimas lavó los pies a Jesús. El
fariseo, que dudaba de Él como profeta, pensó: “Si este fuera un profeta,
sabría que la mujer es una pecadora”. Jesús adivinó su pensamiento y entabló
con él un dialogo sobre el perdón, que sirvió para premiar a la mujer diciéndole,
“Tus pecados están perdonados”, frase que levantó murmullos de crítica entre
los presentes.
Algún tiempo después, en la última cena, Jesús se levantó de la
mesa, se quitó el manto, se ciñó una toalla, tomó una jofaina y se puso a lavar
los pies de los apóstoles que estaban reclinados sobre el codo izquierdo y los
pies desnudos echados hacia afuera. Ellos al verlo quedaron asombrados y mudos,
salvo Pedro, que, más impetuoso, le dijo “Tú a mí no me lavas los pies”. Pedro
reaccionó así porque lavar los pies era oficio reservado a los siervos y le
chocó la actitud de Jesús, su Maestro. Jesús respondió: “Si no te lavo los
pies, no tendrás parte conmigo”, que era como decirle, “Si no te lavo los pies
no serás mi amigo”. Ante eso Pedro dijo: “No solo los pies, sino también las
manos y la cabeza”.
La escena muestra dos gestos: Primero Jesús se humilla haciéndose
siervo. “Tomó la condición de esclavo”, escribe San Pablo a los filipenses, para
ofrecer un testimonio más de su vocación al servicio del hombre. "... el que quiera ser grande
entre vosotros, será vuestro servidor” había dicho alguna vez (Mc 10,44)
El segundo gesto es una
obra de misericordia, la tercera espiritual: corregir al que se equivoca. Cuando Pedro se
niega a que le lave los pies porque no entiende su manera de obrar, Jesús le
corrige con suma delicadeza. Amablemente le dice que si no quiere ser su amigo,
él sabrá. Ni le reprende ni se impone, simplemente le dice algo que no espera,
y por eso Pedro, al oírlo, reacciona porque ¿cómo va a dejar de ser su amigo? ¿Cómo
va a dejar de ser su discípulo? Empieza a comprender que el Señor se hace
servidor de los suyos para que se sientan iguales y libres.
La corrección fraterna, como obra de
misericordia, es parte de la caridad cristiana. Hay que
hacerlo amigablemente, como hermanos que nos amamos y buscamos entre nosotros
el bien común. Si se logra al primer intento habremos hecho una gran obra de
misericordia. En ello abunda San Pablo en su carta a los Gálatas: «Hermanos, si
un hombre es sorprendido en alguna falta, vosotros, hombres de fe, corregidle
con amabilidad. Tened mucho cuidado, pues también vosotros podéis ser puestos a
prueba». (Ga 6,1)
También Jesucristo al hablar del perdón decía: «Si
tu hermano peca contra ti, ve y repréndelo a solas. Si te escucha, habrás
ganado a tu hermano, pero si no te escucha toma uno o dos testigos para que la
cuestión quede zanjada apoyándose en los testigos» (Mateo 18,15-16). Jesús pide
testigos, no acusadores, que colaboren en la corrección amistosa del hermano.
La Imagen del Nazareno
en la calle sin manto y con su túnica blanca provisto de una toalla, sirve de ejemplo
para hacer firme
propósito de corregir a nuestro prójimo con mansedumbre, sin recriminarle
su actitud, ni siquiera usando palabras desabridas con él. Como Pedro ganaremos
la amistad de Jesús y no nos excluirá de tener parte con Él, por pequeña que
parezca.
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