domingo, 20 de julio de 2008

SAULO DE TARSO

Desde los orígenes del cristianismo, nadie ha dejado huella tan profunda como el Apóstol de los gentiles. Huella que, a través de los siglos, ha llegado hasta nuestros días por medio de sus cartas.

La vida de Saulo, nombre judío, o Pablo, en versión griega, tiene un antes y un después del encuentro con Dios, ocurrido en Damasco hacia el año 36. “Soy del linaje de Israel, hebreo, e hijo de hebreos; por lo que a la ley se refiere, fariseo; y por amor a la ley, perseguidor de la Iglesia”. Después fue el intérprete primero y el teólogo más agudo y penetrante del mensaje cristiano. “Pero todo lo que tuve entonces por ventaja, lo juzgo como daño por Cristo; más aún, juzgo que todo es pérdida ante el sublime conocimiento de Cristo, mi Señor, por quien he sacrificado todas la cosas... con tal de ganar a Cristo y encontrarme con Él ...” (Flp 3, 4 y ss.)

Saulo nació hacia el año 8 o 10 de la era cristiana en el seno de una familia judía de la tribu de Benjamín. “Yo soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, pero educado en esta ciudad (se refería a Jerusalén), a los pies de Gamaliel, instruido en la santa observancia de la Ley de nuestros padres, lleno de celo por Dios…”

Anunció el Evangelio en Panfilia, Pisidia, Iconio y Licaonia, y de allí regresó, vía Antioquia de Siria, a Jerusalén para intervenir en el Concilio Apostólico. Predicó a Cristo, primero en compañía de Bernabé y, tras el Concilio, escogió a Silas y más tarde a Timoteo como fieles acompañantes. Viajó por tierra y mar para recorrer Frigia y la región de Galacia. Estuvo en Macedonia, Samotracia, Tesalónica, Atenas, Efeso, Corinto, Fenicia, Creta, Malta, con esporádicas visitas a Antioquia y a Jerusalén.

Su apostolado significó la obligación de anunciar la gracia de Dios, manifestada en Cristo, en cuanto estaba destinada a la liberación de todos los hombres. “Por la gracia de Dios, soy lo que soy, y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí; pues he trabajado más que los demás, pero no como yo, sino la gracia de Dios conmigo”. (1 Cor 15,10)

Justificación por la fe, mediante la redención: “…, se ha manifestado la justicia de Dios...; justicia de Dios mediante la fe en Jesucristo, para todos los creyentes, sin distinción alguna, porque todos pecaron y están privados de la gloria de Dios; ahora son justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención de Cristo, a quien Dios ha propuesto para que, mediante la fe, se obtenga por su sangre el perdón de los pecados”. El fracaso de la cruz lo interpreta, no como el fracaso de Dios, ni de la ley, sino el fracaso del hombre mismo que ha sido incapaz de integrar a Dios en su vida.

En Corinto, donde reinaba un ambiente moral, cultural y social que creaba seria dificultades a los cristianos, Pablo recurrió a los principios evangélicos que son válidos para todos los tiempos. “Tanto el marido como la mujer deben cumplir la obligación conyugal. La mujer no es dueña de su cuerpo, sino del marido; igualmente el marido no es dueño de su cuerpo, sino la mujer”. “A los casados les digo que la mujer no se separe del marido, y si se separa que no se case o que se reconcilie con su marido; y que el marido no se divorcie de su mujer”. (1 Cor 7)

En la carta a los Gálatas expone que, a partir de Cristo, la ley de la caridad es el móvil de los cristianos: “Hermanos, habéis sido llamados a ser hombres libres, pero procurad que la libertad no sea un pretexto para dar rienda suelta a las pasiones, antes bien, servíos unos a otros por amor. Toda la ley se resume en este precepto Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. (Ga 5 y 6)

Cuando se dirige a los de Efeso les habla sobre la conducta a seguir. “Malas palabras no salgan de vuestra boca, que vuestro hablar sea bueno, constructivo y oportuno: así haréis bien a los que os oyen. No irritéis al Espíritu de Dios...: nada de rencores, coraje, cólera, voces ni insultos; desterrad eso y toda ojeriza. Sed serviciales y compasivos unos con otros”. (Ef 4, 29-32).

Con la predicación de los Apóstoles comenzó el tiempo de la Iglesia, anunciado por Cristo en su discurso de despedida. El evangelio debe ser anunciado al mundo “…seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta en los confines de la tierra”. (Hch 1,8). Pablo juega un papel preponderante en la expansión del Cristianismo, llegando, aunque preso pero siempre misionero, hasta la capital del imperio, Roma, que representa perfectamente “los confines de la tierra”.

Hacia el 67, murió decapitado después de la cruel persecución del emperador Nerón. El cristianismo, oculto en las catacumbas por el Imperio Romano, era combatido por el paganismo que divinizaba al poderoso y acosaba a los débiles. Al laicismo actual también le estorba la Iglesia porque ésta se opone al culto del nuevo paganismo, que formula la implantación de una línea oficial de pensamiento único, marginando a quien piensa de manera diferente. La Iglesia, ya se sabe, es perversa por difundir el Evangelio y cometer el abominable delito de rezar a Cristo.

El sábado 28 de junio S.S. Benedicto XVI inauguró el Año Paulino en la Basílica de San Pablo Extramuros, para celebrar los 2.000 años del nacimiento del Apóstol de los gentiles. Al comienzo de este Jubileo de San Pablo, el Papa invitó a todos los cristianos a ser misioneros del mensaje de Cristo, para contestar la interrogante de Pablo, “Yo pregunto: ¿es que no han oído? Sí, lo han oído. Porque dice la Escritura ‘Por toda la tierra se extendió su voz, y hasta los confines del mundo llegaron sus palabras” (Rm 10,18).

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