De lo mucho publicado de la liberación de Ingrid Betancourt, pocos medios han destacado el rosario que lleva en su mano, hecho con botones durante su cautiverio, y del que no se ha separado ni un momneto. Es el gesto de la esperanza puesta en Dios para librarla de sus captores: Dios nunca falla, ha venido a decir.
He aquí algo de lo que ha dicho en los días siguientes a su liberación.
Vamos a ver si me sale la voz, porque estoy muy, muy emocionada. Acompáñenme, primero, a darle gracias a Dios, a la Virgen. Mucho le recé. Mucho me imaginé este momento con mi madre. Gracias a Dios, primero; segundo, a todos ustedes que me acompañaron en sus oraciones, que pensaron en mí, que me tuvieron en su corazón, así fuera por un momentito; que, de pronto, sintieron compasión por nosotros los secuestrados...
Esta mañana, cuando me levanté, recé el Rosario, a las 4 de la mañana; me encomendé a Dios...
Lo que es cierto es que tengo una fe inmensa. Pienso que mi liberación es un milagro. Lo pienso realmente. Antes tenía fe, pero era una fe ritual. Creía, sí, pero sin mucha preocupación. En la jungla, no podía despreocuparme. La fe ha sido mi fuerza, una presencia absoluta. La veo y puedo tocarla... Todo se lo debo a Dios... Pertenezco a Él y por eso no he desfallecido ni un momento en la oración...
Esta mañana, cuando me levanté, recé el Rosario, a las 4 de la mañana; me encomendé a Dios...
Lo que es cierto es que tengo una fe inmensa. Pienso que mi liberación es un milagro. Lo pienso realmente. Antes tenía fe, pero era una fe ritual. Creía, sí, pero sin mucha preocupación. En la jungla, no podía despreocuparme. La fe ha sido mi fuerza, una presencia absoluta. La veo y puedo tocarla... Todo se lo debo a Dios... Pertenezco a Él y por eso no he desfallecido ni un momento en la oración...
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