martes, 30 de agosto de 2022

REFLEXIONES SOBRE LA LITURGIA II

El silencio en la celebración eucarística dispone a la adoración del Cuerpo y la Sangre de Cristo, y en la intimidad de la comunión, sugiere lo que el Espíritu quiere obrar en nuestra vida para conformarnos con el Pan partido.

Cada gesto y cada palabra contienen una acción precisa que es siempre nueva. Por ejemplo, nos arrodillamos para pedir perdón; para suplicar la intervención de Dios; para agradecerle un don recibido: el mismo gesto expresa nuestra pequeñez ante Dios. Arrodillarse debe hacerse con plena conciencia de su significado por ser el modo de estar en presencia del Señor. Esto concierne a toda la asamblea.

A menudo la celebración está condicionada por la forma que los ministros la celebran. He aquí una lista de actitudes que caracterizan a la presidencia de forma inadecuada: rigidez austera o creatividad exagerada; misticismo; prisa o lentitud acentuada; desaliño o refinamiento excesivo; afabilidad abundante o impasibilidad hierática. Creo que estos modelos tienen como raíz un exagerado personalismo que, en ocasiones, expresa una mal disimulada manía de protagonismo. Suele ser más evidente cuando las celebraciones se difunden en red, cosa que no siempre es oportuno y sobre la que deberíamos reflexionar.

El presbítero vive y participa en la celebración en virtud del don recibido en el sacramento del Orden. Desempeña la presidencia por la efusión del Espíritu Santo recibida en la ordenación. Para que este servicio se haga con arte es fundamental que el presbítero tenga la viva conciencia de ser una presencia particular del Resucitado. Este hecho da profundidad “sacramental” a todos los gestos y palabras de quien preside, y la asamblea tiene que sentir en sus gestos y palabras el deseo que tiene el Señor, como en la última Cena, de seguir comiendo la Pascua con nosotros. Por tanto, el Resucitado es el protagonista. Presidir la Eucaristía es sumergirse en el amor de Dios. Si esta realidad se comprende no necesitamos un directorio que nos dicte el adecuado comportamiento. La norma excelsa es la propia celebración eucarística, que selecciona palabras, gestos y sentimientos, que nos hacen comprender si son o no adecuados a la tarea que han de desempeñar.

El presbítero está formado para presidir mediante las palabras y los gestos que la Liturgia pone en sus labios y en sus manos. No se sienta en un trono porque el Señor reina con la humildad de quien sirve, ni roba la centralidad del altar, signo de Cristo, de cuyo costado, traspasado en la cruz, brotó sangre y agua. Al acercarse al altar para la ofrenda, se enseña al presbítero la humildad y el arrepentimiento: «Acepta, Señor, nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde; que hoy nuestro sacrificio sea agradable en tu presencia, Señor, Dios nuestro». Con la plegaria eucarística –en la que participan los bautizados escuchando con reverencia y silencio e interviniendo con aclamaciones- el que preside tiene la fuerza de recordar al Padre la ofrenda de su Hijo en la última Cena, para que ese inmenso don se haga presente en el altar. No puede decir: «Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros», y no vivir el mismo deseo de ofrecer su propio cuerpo, su propia vida por el pueblo a él confiado. Esto es lo que ocurre en el ejercicio de su ministerio.

Quisiera que esta carta nos ayudara a reavivar la belleza de la verdad de la celebración cristiana, a recordar la necesidad de una auténtica formación litúrgica y a reconocer la importancia de un arte de la celebración, que esté al servicio del misterio pascual y de la participación de los bautizados. Esta riqueza está en nuestras iglesias, en nuestras fiestas cristianas, en la centralidad del domingo y en la fuerza de los sacramentos que celebramos. 

Cada ocho días la Iglesia celebra en el domingo, el acontecimiento de la salvación; antes de ser un precepto, es un regalo que Dios hace a su pueblo para formarse por medio de la Eucaristía. De domingo a domingo la Palabra del Resucitado ilumina nuestra existencia; de domingo a domingo la comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo hace de nuestra vida un sacrificio agradable a Dios Padre; de domingo a domingo, la fuerza del Pan partido nos sostiene en el anuncio del Evangelio y se manifiesta la autenticidad de nuestra celebración.

COLOFON: “Ahora comprendo el espectáculo fervoroso que es una Misa en España. La grandeza, el adorno del altar, la cordialidad en la adoración al Sacramento, el culto a la Virgen, son de una enorme poesía y belleza”. Son palabras de García Lorca después de asistir a una Misa en Nueva York.

Texto condensado de la carta apostólica

 Desiderio Desideravi del papa Francisco. Segunda parte.

Enlace del texto íntegro:

https://www.vatican.va/content/francesco/es/apost_letters/documents/20220629-lettera-ap-desiderio-desideravi.html

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