Cuenta San Mateo que unos magos o sabios de Oriente, no dice cuantos, que pretendían
ver el destino anunciado en los astros, vieron una estrella que les señaló el
camino hacia Jerusalén, porque habían tenido noticias del nacimiento de un rey
de los judíos para bien de todos los hombres. Al llegar a Jerusalén no se les
ocurrió mejor idea que ir al astuto Herodes a preguntarle por el recién nacido.
Éste, al oírlos, se inquietó por temor a perder su reino a manos de un advenedizo
y convocó a los escribas y doctores para que le explicaran aquella novedad que
traían los recién llegados.
Guiados por el resplandor de la buena estrella, de la que los estudiosos
creen que pudo ser un cometa, los magos o sabios llegaron a donde estaba el
Niño y le ofrecieron oro, incienso y mirra, unos regalos que simbolizan la
dignidad del Mesías.
Este episodio dio lugar a las cabalgatas de los
Reyes Magos que niños y mayores esperan con ansiedad la víspera de la fiesta de
la Epifanía del Señor. En este día de regalos hay que agradecer al Niño Jesús
el mayor regalo recibido de Él: la fe que guía nuestros pasos, una virtud que
nos hace distinguir donde reside el bien y donde se oculta el mal. A cambio nos
pide que el mejor regalo de Reyes lo hagamos con amor y generosidad,
que nada tiene que ver con compromisos, obligaciones o con apariencias de lo
que no se es, o no se tiene, como apunta el escritor Luis del Val en este
cuentecillo:
“Se trata de un
joven matrimonio compuesto por Delia y Jim. Delia quiere hacerle un buen regalo
a Jim, pero sólo dispone de un dólar y 87 centavos, que a principio del siglo pasado no es una fortuna. Pero ella, resuelta,
sale de su modesto apartamento y decide vender su preciosa melena, que, sin las
horquillas, le llega más abajo de la cintura. Con los veinte dólares que le dan
recorre las tiendas hasta que encuentra el regalo perfecto para Jim: una cadena
de platino para sujetar su reloj, un reloj de oro que perteneció a su padre,
una joya que Jim no se atreve a exhibir porque lleva una correa de cuero
gastada y pobre. Delia contenta por lo que ha comprado, pero asustada por la
reacción de Jim cuando la vea sin su hermoso pelo, se hace unos rizos que
disimulan el desastre y aguarda con una mezcla de ansiedad y miedo. Cuando
regresa Jim y la mira con una expresión de estupor y sorpresa, Delia alarmada
se apresura a decirle que el pelo pronto crecerá. Es entonces cuando Jim le
tiende su regalo a ella. Delia lo abre y ve un maravilloso juego de peinetas de
plata y carey que ella había visto en un escaparate, y que nunca pensó que
pudieron ser suyas. Pero Delia, sin pelo, anima a Jim y le dice que en unos
meses lucirá las bellas peinetas. Entonces se acuerda de que no le ha dado el
regalo a él, y corre a poner en su mano la cadena de platino mientras le
comenta que ahora podrá sacar su reloj siempre en cualquier lugar porque la
cadena es tan lujosa como el reloj. Jim abraza agradecido a su esposa, y cuando
ésta le anima a que coloque la cadena en el reloj, Jim le confiesa que eso es
imposible porque para comprar las peinetas ha vendido su reloj”.
La comitiva de Melchor, Gaspar y Baltasar llega con personajes disfrazados
de diversos pelajes que nada tienen que ver con la Epifanía del Señor, pero la
buena estrella no se ha olvidado de traer regalos para hacer felices a las personas
que amamos.
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