Aquel año el poder establecido dictó una orden que obligaba a los vecinos a
inscribirse en el padrón de su ciudad de origen, y de esta forma tener al
pueblo controlado. José y Maria ya se habían desposado y, como él era oriundo
de Belén, se pusieron en camino hacia esa ciudad de Judea para cumplir el
famoso edicto.
A María, ya en avanzado estado de gestación, le resultó penoso el viaje.
Terminaron acomodándose en un establo y allí nació el Niño Jesús. El Mesías que
vino a salvar a los humildes, compartió su misma condición desde el principio. “Ya
nacido respiré el aire de todos; caí en la tierra que todos pisamos, y como
todos, mi primer grito fue el llanto. En pañales y con mimo fui criado” (Del
libro de la Sabiduría 7, 3-6)
Poco después del feliz nacimiento unos
pastores, gente marginada, acudieron a ver a aquella criatura, el Mesías que
“enaltece a los humildes” como había dicho María en el cántico del Magníficat.
Los pastores quedaron sorprendidos pero corrieron a trasmitir la Buena Nueva,
la misma que ha llegado a nuestros días.
Por aquel cielo azul oscuro una estrella
viajó camino de Belén. Recorrió montañas y desiertos, valles y ríos, para
contemplar al Emmanuel, al “Dios con nosotros”.
Guió a unos Magos que le traían “oro e incienso y cantaban las glorias del
Señor” (Is, 60-6)
Es Navidad. Las calles están llenas de
gente obsesionada por comprar y gastar, donde conviven un falso júbilo y un efímero
regocijo, de ida y vuelta. Cuando quedan vacías sus portales acogen a los
indigentes que duermen en pesebres de cartón. No hay ningún vestigio del porqué de esta
fiesta porque falla llegar al fondo de su origen jubiloso. El “Dios con
nosotros” se confunde con la bolsa atiborrada con la compra de un gran almacén,
donde cabe de todo menos una simple referencia al Niño Nacido.
Es preciso una estrella que ilumine la
Noche Buena, que reavive la raíz cristiana de estas fechas con cantos de
villancicos que despierten la conciencia religiosa de la Navidad. Algo así como
éste que dice:
“El camino que lleva a Belén/los
pastorcillos quieren ver a su rey/le traen regalos en su humilde zurrón, al
Redentor/El camino que lleva a Belén/nada hay mejor que yo pueda ofrecer/que un
canto de amor, al Redentor”-
Hace unos días
el Papa Francisco en la tradicional ofrenda a la Inmaculada en la Plaza de
España de Roma, pidió la intercesión de la Santísima Virgen para “ir contracorriente
en este periodo que nos conduce a la Navidad, enseñarnos a desnudarnos, a
postrarnos, a descentrarnos de nosotros mismos y hacer espacio a la belleza de
Dios, fuente de nuestra verdadera alegría”.
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