Me llamo ISAIAS
“Nací en Jerusalén, la Ciudad Santa. Crecí a la sombra del Templo. Allí iba con mi familia a cantar y celebrar el nombre del Señor. Yo era uno de tantos, pero un día el Señor me sobrecogió. Tocó con su palabra mis labios, su mensaje me quemó por dentro. Puso en mi lengua palabras que no conocía, me empujó a decir a mi pueblo un mensaje de esperanza y de consuelo. No podía explicarme lo que pasaba en mí. Las palabras me nacían a borbotones. ¡Ni que fuera un poeta! El Dios Santo me había hecho profeta para mi pueblo. Resulta que mi pueblo estaba atravesando momentos muy difíciles.
El ejército enemigo quería arrasar mi ciudad y destruir mi pueblo. La gente estaba desalentada y allí me vi yo, en medio, anunciando promesas, levantando esperanzas dando ánimos a todos. El Santo de Israel no nos había abandonado. Allí en el horizonte vi a un niño, un prodigio de criatura. Él iba a traernos la paz. Así se lo dije una y otra vez a mi pueblo. Les invité a que de las espadas forjaran arados y de las lanzas podaderas, les animé a que no se adiestraran ya más para la guerra; les dije que pusieran los ojos en el Príncipe de la Paz. Y ahora, aunque han pasado muchos siglos, también a vosotros quiero anunciaros una esperanza, también a vosotros quiero invitaros a reconocer los caminos de la Paz. Poneos en camino hacia Belén allí os saldrá al encuentro un Niño. En él encontraréis la paz y se alegrará vuestro corazón. Salí a ese encuentro con el vestido de la esperanza”:
Me llamo JUAN
“Este fue el nombre que escribió mi padre en una tablilla cuando le preguntaron qué nombre debían ponerme. Resulta que mi padre se había quedado mudo cuando tuvo una revelación de Dios en el Templo. Y es que mi madre era estéril y la esperanza de tener hijos se les había escondido en sus adentros. Pero el Dios de la misericordia entrañable hizo brotar en medio de la oscuridad una luz. Y así nací yo, como un prodigio en medio del pueblo, como una alegría inesperada. Todos los vecinos y parientes se preguntaban qué iba a ser yo porque la mano del Todopoderoso estaba conmigo
No sé cómo fue, pero sí os digo que con el tiempo fue creciendo en mí un fuerte contraste, una inquietud. ¡Qué misericordioso era Dios y qué lejos de Él estaba mi pueblo! Cada día tenía más deseos de que mi pueblo se acercara a Dios y que se renovara la alianza. Un día que ya no me pude contener, salí a los caminos para iluminar a los que viven en las tinieblas".
P. Juan Morales Molero