Un reportaje periodístico destacaba, como celebración, que los amigos están sustituyendo a la pareja y la familia. A algunos recalcitrantes esa tendencia nos parece una desgracia, porque seguimos creyendo —¡horror! — que no existe mejor hábitat para el ser humano que el del matrimonio y la familia.
La vida nos va enseñando que aquellas máximas de nuestras madres y abuelas eran acertadas: «No hay nada como la familia», o «la familia nunca te falla». En unos tiempos de usar y tirar, la amistad está subestimada. Un gran amigo supone un regalo extraordinario. Como explicaba Cicerón un amigo es una persona con la que disfrutas pudiendo hablar de todo, como si estuvieses contigo mismo. Ahora el título de amigo se aplica a conocidos de trato agradable, a compañeros de trabajo o a personas que ves de vez en cuando. Amigos de verdad existen pocos. Muchos son solo relaciones públicas.
Lo positivo de los amigos es que te liberas de las ataduras que obligan las relaciones laborales, personales y conyugales. Por supuesto la familia y la vida en pareja no son perfectas. Existen familias y matrimonios imposibles, pero lo normal es que los lazos familiares sean un asidero seguro en todo tipo de circunstancias, felices y dolorosas.
Si pierdes a un ser querido la mayoría de los amigos desaparecerán en las exequias fúnebres. La familia, no. Los que jamás fallan son los familiares. Parientes que apenas se conocen aportan su consuelo en la hora amarga. Si la vida te da un revolcón, casi todos los llamados «amigos» darán la espantada. Pero la familia seguirá.
Mi teoría es que la amistad entre los jóvenes españoles —y la juventud llega ahora hasta la cuarentena— atiende a que no quieren asumir compromisos. La coartada económica, hace que pocos se sometan a la responsabilidad de casarse y tener hijos, de formar una familia. El resultado es que la adolescencia se va prolongando, y el salir con los amigos, antaño más propia de la veintena y la treintena, ahora se ve ampliada. «El finde» y «los viajes» llenan un enorme vacío existencial, al que muchas veces se añade el más grande de todos los agujeros: la ausencia de Dios.
Así se va tirando mientras corre el calendario y un día llega la vejez, convertido en un amargado, solo y egoísta. Los momentos de ocio con amigos empiezan a ser el pasado y así se llega a la soledad. Lo cantó muy bien Morrissey, en una gran canción de los Smiths: «He visto la soledad en las vidas de otros… pero ahora está ocurriendo en la mía». Frente a eso existía un antídoto que se llamaba la familia. Incluso podemos añadirle un adjetivo: la familia tradicional.
Luis Ventoso. Periodista